Cuatro años

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Hoy, Ana y yo celebramos nada menos que nuestro cuarto aniversario de boda. Cuatro años ya. Echo la vista atrás y veo tantos momentos, positivos muchos y, por supuesto, negativos otros. No hay que ser tan ingenuo como para pensar que todo es “vivieron felices y comieron perdices” (aparte del hecho de que prefiero un buen chuletón a una perdiz). Las dificultades se entretejen siempre en nuestra vida. Siempre. Nunca podrás apartarte de ellas. Y ¿sabes? Es mejor que sea así. Son precisamente las dificultades las que te miden como persona. Son ellas las que te hacen madurar, las que te enseñan a vivir.

A estas alturas, Ana y yo podemos decir que, en este proyecto de comunión que Dios nos ha dado y que se llama matrimonio y paternidad, vamos pasando por los momentos complicados aprendiendo de ellos, asimilándolos en el todo de nuestra vida con la ayuda del Señor. Subir cuesta arriba ayuda a fortalecer las piernas.

En el matrimonio, ni las alegrías ni las tristezas son patrimonio exclusivo de uno de los dos. Se convierten en nuestras alegrías y en nuestras tristezas. Y, así, las alegrías se multiplican y las tristezas se dividen. Es una aritmética un poco peculiar, pero es así.

La felicidad no es un subidón emocional. Es este entramado de momentos encauzados dentro del sueño que Dios ha tenido para nosotros. Llevamos cuatro años inmersos en ese sueño, y esperamos estar en él muchos, muchos, años más. Como mínimo, tan felices como ahora.

Culturetas

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¿Qué pasa en el autodenominado «mundo de la cultura» desde hace un tiempo? No sé vuestra impresión, pero a mí me da la sensación de que hay una cierta parte de sujetos de ese mundillo que parece estar convencida de que la Iglesia es una especie de freno de la cultura y del avance científico.

Los comecuras, los que creen que, a estas alturas, descubren tremendas confabulaciones en las que la Iglesia habría ocultado terribles secretos durante dos mil años, los que quieren sacar a la Iglesia de la Universidad. Los que se creen adalides del pensamiento racional. Otro cultureta venido a escritor que se queja de las manifestaciones en favor del «maldito derecho a la vida». Alguno por ahí que se enorgullece de dar ideas sobre personajes bíblicos en sus libros que no le gustarán a la Iglesia.

Sí, uso la palabra «cultureta» para definir a estas personas. Porque un cultureta es, según el DRAE, «una persona pretendidamente culta». Pero sólo pretendidamente. Porque si fueran cultos, sabrían que, por ejemplo, el origen de la Universidad está en la Iglesia. Se darían cuenta de que, donde más han avanzado la ciencia, la tecnología y las libertades civiles es, precisamente, en los países de tradición cristiana. Se darían cuenta de la ingente cantidad de cultura en todas sus diversas formas que se ha desarrollado en el seno de la Iglesia. Sabrían que el primero que ideó la teoría del Big Bang fue un sacerdote católico. O que el que asentó las bases de la genética fue otro sacerdote católico. O que hay importantes científicos católicos. Y un larguísimo etcétera.

Puede que se trate de algún tipo de estrategia para parecer «rebelde» ante las masas idiotizadas y ganar algún nuevo cliente, o sencillamente son una panda de necios venidos a más. Pero lo más triste es que su público se trague sus tonterías sin ningún espíritu crítico y luego las repita como nuevos dogmas.

Un pequeño gran microrrelato

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Hoy os dejo esta imagen en la que he añadido un microrrelato que escribí el día de Corpus Christi de hace tres años. Se la dedico a Carlos, mi párroco, a mi director espiritual, que en paz descanse, y a todos los sacerdotes que he ido conociendo a lo largo de mi vida y que, de una u otra manera, me han ido acercando cada vez más a Dios.

Cuando el sacerdote levantó la Hostia, Pasión y Resurrección se condensaron en un instante, los ángeles se quedaron fascinados observando y Dios decidió seguir derramando su amor a la humanidad“.

Cómo ser un buen padre

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Debo reconocer que, esta vez, el título lleva trampa. Yo no sé cómo ser un buen padre. No tengo ni idea. Todos los días dudo que lo sea y que llegue a ser lo suficientemente bueno para Ignacio. Pero creo que la esencia está en una sola frase:

Debes ser lo que quieres que tu hijo sea.

Así, sin más. Sin anestesia. Y no me refiero a cosas “menores”, como en qué trabajará cuando sea mayor, sino más bien a su forma de ser como persona. Eso es mucho más importante porque trasciende todo lo que pueda hacer. Si quiero que mi hijo sea una persona honrada, alegre, generosa, no me queda más remedio que serlo yo antes. Eso es muy duro. Es un proyecto para toda la vida porque, ¿sabéis?, somos padres durante toda la vida.

Tenemos que ser conscientes de que estamos bajo estricta vigilancia. Nuestros hijos no nos quitan ojo de encima, y todo lo que hagamos se les va a quedar grabado de una u otra manera. Aunque no lo parezca. Aunque creamos que es algo trivial. No lo es. Dicen que “el diablo reside en los detalles”, y aquí se cumple a rajatabla. Un niño absorbe los comportamientos que ve en casa. Detecta las incoherencias sin ningún esfuerzo. No puedo estar diciéndole que hay que ser honrado y luego, con mi comportamiento, decir lo contrario. Porque el ejemplo es lo que queda.

Eso sí, esta estricta vigilancia dista mucho de ser agobiante. A mí, al menos, me proporciona una alegría sin límites. Pero nos tiene que ayudar a ser responsables y coherentes. Esa es la clave. Quizá sí que sepa cómo ser un buen padre. Quizá todos lo sepamos. ¿Nos lanzamos a ello?