Un tema del que es necesario hablar.
Este artículo ha sido publicado en el número 63 de la revista Punto de Encuentro, de la Obra Social de Acogida y Desarrollo. El hilo conductor de este número ha sido el de las adicciones legales.
Adicciones legales invisibilizadas
Cuando se habla de adicciones legales o de drogas legales, de forma automática tendemos a pensar, dejando aparte algunas medicinas que pueden ser adictivas, en el alcohol y el tabaco. Algo normal, ya que el abuso de estas sustancias provoca a diario sufrimientos incalculables, tanto en quienes las consumen como, sobre todo, en sus familiares, que ven a su ser querido enfermar física y psicológicamente por su causa.
Sin embargo, hay otras adicciones que, no por no llevar asociado el consumo de ninguna sustancia son menos peligrosas, ya que actúan de forma directa en la mente. Daremos un breve repaso a cuatro de ellas:
Comenzaremos por el juego. Las casas de apuestas se han ido multiplicando, atrayendo a quienes buscan un posible dinero fácil que casi nunca llega, la emoción de la victoria que tantas veces se escabulle entre los dedos, dejando el sabor de que, quizá, a la próxima apuesta sí que lo consiga. Una emoción que, en su día a día, no encuentran y que han hallado en el juego. Este se va convirtiendo en el eje principal de sus vidas hasta dominarlas, haciendo que todo gire en torno a él.
La segunda es la adicción al trabajo. Puede parecer algo sin importancia, pero en el momento en el que para alguien su familia y su propia salud pasan a un segundo plano con respecto a su trabajo, se convierte en un problema muy serio. Y esto es no solo aceptado, sino también fomentado por jefes sin escrúpulos que llegan a exigir a sus empleados un compromiso casi absoluto con la empresa, como si fuera su familia. Es necesario un sistema fuerte de prioridades para saber, como se dice habitualmente, trabajar para vivir y no vivir para trabajar. La persona es valiosa en sí misma, no por lo que haga en su trabajo. A veces no lo tenemos lo bastante interiorizado.
Quizá la tercera sea la más difundida y la más tolerada: la adicción a las nuevas tecnologías, o más concretamente, al móvil. Más aún en las mentes más jóvenes, acostumbradas desde pequeños a que sean las pantallas las que actúen como niñeras, como juguetes, como todo. Incluso muchos niños se han tenido que acostumbrar a que sus padres presten más atención a la pantalla que a ellos. Recuerdo una ocasión en la que un conocido me preguntó qué aplicación utilizar para que su hijo aprendiera ajedrez. Mi respuesta fue que cogiera un tablero y unas piezas y jugara con él, y que se dejara de aplicaciones. Lo triste es que se sorprendió. Las pantallas han conseguido captar nuestra atención y vivimos esclavizados del móvil. Siempre atentos a él, como si fuera nuestro amo y señor. Porque, para muchos, lo es. Y dejan el mundo real supeditado a un mundo virtual que se convierte en una suerte de muralla para afrontar la realidad, gracias a la dopamina que nuestro cerebro segrega en respuesta a la enorme cantidad de «recompensas» que nos ofrece el móvil o el ordenador en forma de notificaciones, mensajes, likes, etc.
Pornografía. Una de las más destructivas, en cuanto atenta contra la misma naturaleza de la persona, destruyendo una visión sana de la sexualidad en favor de emociones intensas y encuentros puramente utilitarios que cosifican al otro, sobre todo a la mujer, en busca del placer por sí solo, sin ningún tipo de donación ni encuentro entre almas. Deforma las relaciones humanas y, poco a poco, va empujando a sus consumidores a nuevas experiencias más fuertes y a hacerse más tolerantes con cuestiones como las agresiones sexuales e, incluso, las violaciones, ya que sus cerebros se han ido acostumbrando poco a poco a ver como normal poder usar a alguien para satisfacer sus instintos. Es aterrador pensar que el acceso a la pornografía comienza a edades tan tempranas como los once años de media y la enorme facilidad con la que cualquiera puede encontrar este tipo de contenidos, incluso sin querer hacerlo.
Estas son otras adicciones a las que, por lo general, se las presta mucha menos atención que al alcohol y al tabaco, pero igualmente capaces de destruir a la persona y a las familias, si no más todavía. Merece la pena que se conozcan para tratar de que cada vez menos gente se vea atrapada en ellas. Y merece la pena fomentar una educación que se base en los valores y las virtudes, que permita combatir el utilitarismo y el hedonismo que campan por la sociedad, y que refuerce la figura del ser humano como lo que en verdad es, imagen de Dios, para facilitar establecer prioridades claras en la vida y luchar contra todo lo que pueda esclavizarnos.