Artículo publicado en el número 1004 del año XXXV de la revista Sembrar, revista quincenal diocesana de Burgos, correspondiente al período del 25 de mayo al 7 de junio de 2014. Se puede leer completa aquí.
Publicado también en Católicos con Acción el 30 de septiembre de 2015.
Anunciamos tu muerte
Lo repetimos en todas las misas: “anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!“. Y, como suele ocurrir, ni pensamos en lo que estamos diciendo. Es más, me atrevería a decir que mentimos descaradamente al decirlo. ¿O es que es verdad que, al salir de misa, hacemos lo que decimos que hacemos dentro de misa? Eso queda ahí para reflexión personal.
Los cristianos anunciamos la muerte de Cristo. Por supuesto. En ningún caso podemos decir que no murió. Es más, murió de una forma brutal y humillante. Y tenemos el deber de anunciarlo. No es algo que tengamos que ocultar, porque de esa muerte vino nuestra salvación.
No nos debemos avergonzar de la Cruz, como parecen hacer algunos teólogos actuales. Porque sin la Cruz, la parte de “proclamamos tu resurrección” pierde por completo su significado. ¿Qué sentido tendría la resurrección de Cristo sin su muerte para la remisión de nuestros pecados? No son algo separable. Quien quiera proclamar la resurrección de Cristo debe anunciar su muerte. Y viceversa, si anunciamos la muerte de Cristo no podemos olvidar el siguiente paso, proclamar su resurrección. Sin ella, nada del cristianismo tiene sentido. ¿Para qué seguir la doctrina de alguien que sí, era un buen hombre, pero fue atrapado, torturado y eliminado, si no hay algo más? Los mismos apóstoles le abandonaron en su Pasión. Si no hay resurrección, no hay Iglesia. Ni siquiera salvación, porque todo habría terminado con la muerte. Pero es que la Vida venció a la muerte. Y así es como lo tenemos que entender y contar. Sin saltarnos ninguna de las dos partes, muerte y resurrección, pero con una diferencia fundamental: la muerte la anunciamos, pero la resurrección la proclamamos. La resurrección es la victoria absoluta sobre la muerte, no se puede limitar a un mero anuncio. Se debe proclamar, de obra y de palabra.
“¡Ven, Señor Jesús!” El final del libro del Apocalipsis nos lleva a la esperanza y el deseo de que el Señor vuelva. De que vuelva quien es el fundamento de no sólo nuestra vida, sino de nuestro ser, de nuestra existencia. Sin embargo, no se trata de sentarse a esperar. Va unido a todo lo anterior: esperamos dinámicamente, con obras, con palabras, con nuestro anuncio y proclamación que impregnan toda nuestra vida. San Pablo ya se las tuvo que ver con quienes, pensando que estaba a punto de llegar la Segunda Venida, dejaban de lado sus quehaceres. Y les dirigió aquello de “el que no trabaje, que no coma” para hacerlos entender que el Señor nos tiene que encontrar trabajando en la vid. Que estas palabras nos sirvan también de acicate para, coherentemente con lo que decimos en cada misa sin ruborizarnos, colaboremos de palabra y obra en la construcción del Reino, en el anuncio de la muerte y la proclamación de la resurrección del Señor Jesús.