Bendito trabajo

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Artículo escrito en febrero de 2010 y publicado en la revista Icono de la editorial Perpetuo Socorro, año 112, número 5, de Mayo de 2011.

Bendito trabajo

Bendito trabajoEn la Roma clásica la percepción del trabajo era muy especial. Recordemos que se trataba de una sociedad en la que la mayoría de la gente eran esclavos y en la que unos pocos se mantenían del trabajo de los demás. El trabajo se veía precisamente como algo propio de pobres y de esclavos, mientras que los ciudadanos y los nobles no se tenían que preocupar de esas ocupaciones tan poco elevadas.

En ese clima la predicación cristiana dio como fruto una renovación que, aunque al principio no parecía más que algo de unos pocos locos, llegó a revolucionar el mundo. Tras el edicto de Milán, cuando las persecuciones oficiales cesaron, quienes habían huido al desierto regresaron a la ciudad. Pero lo que encontraron no les gustó demasiado, se encontraron con una sociedad en decadencia que lo único que les ofrecía era tentación. Y, precisamente porque querían vivir su fe, volvieron al desierto. De esta manera nació el anacoretismo. Con el tiempo, el anacoretismo dio lugar al cenobitismo y a los monasterios. Se trataba de laicos, de gente normal, que espontáneamente decidieron apartarse del mundo para poder acercarse más a Dios.

Una de las características de estas nuevas formas de vida era el trabajo. Buscaban acercarse al pobre, al esclavo, y lo que caracterizaba a estas clases sociales era precisamente el hecho de tener que trabajar. De esta manera se dio una revalorización del trabajo que cambió el mundo occidental. Ya San Pablo decía que “si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma” (2 Tes. 3.10), referido a aquellos que, esperando una pronta venida del Hijo, cesaban sus actividades, pero igualmente válido como regla del trabajo cristiano. No hay en ningún momento rechazo del trabajo, sino todo lo contrario.

El cristianismo siempre ha valorado el trabajo. Es totalmente falsa la idea tan comúnmente aceptada (y echada en cara no pocas veces) de que el trabajo es para nosotros una especie de maldición divina. Esta apreciación surge de la equivocada interpretación del versículo del Génesis en el que, tras comer del fruto prohibido, Dios les dice a Adán y Eva que tendrán que ganarse el pan con el sudor de su frente. Esto sólo hace referencia al cambio surgido a raíz del pecado en la relación con el mundo. Lo que antes no les implicaba un sufrimiento ahora sería diferente, porque se habían alejado de Dios. Sin embargo, hay que recordar que en el plan de Dios estaba que el hombre dominara la creación y la continuara. El hecho de que Dios nos confiara continuar Su obra es algo que debería llenarnos de alegría y de confianza en un Dios que ha querido acercarnos a Él incluso en ese aspecto creativo y creador. Hay que recordar, además, que el mismo Hijo de Dios, antes de su vida pública, estuvo trabajando de carpintero. Podría no haberlo hecho, pero lo hizo. Un importante ejemplo a tener en cuenta.

El trabajo, como vemos, no sólo no es una maldición, sino que más bien es una vocación, ya que Dios mismo le pidió al ser humano que continuara la creación. Por tanto, es un camino de santidad en el cual el cristiano tiene, al igual que en el resto de los aspectos de su vida, que dar testimonio de su fe con su vida. Es, igualmente, una buena ofrenda a Dios la labor de cada día realizada de la mejor manera posible. En él, la persona se autorrealiza mientras colabora a la humanización y transformación del mundo y sus estructuras ofreciendo su servicio a los demás. Genera solidaridad y fraternidad, además, claro está, de riqueza. Si, aun así, alguien piensa que el trabajo es una maldición, que le pregunte a las miles de personas que están forzadas a permanecer en el paro sin conseguir encontrar la forma de sacar a sus familias adelante. Insinuar que el trabajo es una maldición es un insulto a todas esas personas. Es escupirles a la cara, despreciando aquello de lo que ellos están tan necesitados.

Pero no podemos, como cristianos, desligar lo trascendente de nuestras actividades cotidianas. Es lo trascendente lo que le da ese valor que hace que sea no sólo un proceso de producción, sino algo más. El cristiano transforma su trabajo en un medio de santificación y oración, como bien lo entendieron los monjes. Podemos recordar especialmente el lema de San Benito: “Ora et labora“. Es más, necesita esa transformación para no caer presa de un sistema que muchas veces sólo ve números, beneficios y gastos. Sin ella, sin ese aspecto trascendental, el trabajo es alienante, convirtiéndonos poco a poco en meras máquinas, recursos productivos intercambiables.

Todo esto no quiere decir que haya que estar trabajando constantemente. Son necesarios los momentos de ocio en los que, por supuesto, también buscaremos el acercamiento a Dios. Es tan necesario e importante trabajar como descansar.

Ahora fijémonos en la época actual. ¿No nos recuerda el panorama un poco a esa Roma en la que el lema podría ser “que trabajen los demás“? ¿No somos nosotros mismos culpables muchas veces de no esforzarnos lo suficiente en el trabajo, de hacerlo con apatía y desinterés, buscando única y exclusivamente que se nos pague a fin de mes? ¿O, en el lado contrario, culpables de matarnos a trabajar para conseguir más y más dinero, dejando de lado ese aspecto transcendental, la vida de familia, la vida social?

¿No deberíamos volver al desierto nosotros también para volver a ser capaces de santificarnos en el trabajo permitiendo a Dios que esté junto a nosotros también durante nuestras ocupaciones?

Jorge Sáez Criado escritor ciencia ficción y fantasía
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Jorge Sáez Criado tiene una doble vida: unos días escribe sobre espiritualidad y otros hace sufrir a personajes imaginarios que se enfrentan a épicas batallas entre el bien y el mal. Informático durante el día y escritor durante la noche, este padre de familia numerosa escribe historias con una marcada visión positiva de la vida sin dejar de lado una de las principales funciones de la ficción: explorar la verdad.