¿Qué es orar? ¿Qué es la oración en realidad?

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Hablar con Dios

Orar es hablar con Dios. Ya está, podemos dar por terminada la entrada.

Al menos, esa es la respuesta más habitual que se le da a esa pregunta. Muchas veces te encontrarás con catequistas y sacerdotes que te dirán eso y no pasarán de ahí.

Quizá no sea más que una simple forma de resumir la realidad, de hacerla más digerible, más fácil de recordar. Al fin y al cabo, hablar con alguien es un acto muy cotidiano.

Es más, la relación con Dios tiene que basarse en el amor. En la Biblia, la mayor carta de amor jamás escrita, Dios hace referencia una y otra vez a la relación entre su pueblo y Él mediante el lenguaje conyugal. Y, por tanto, apartarse de Él es prostituirse y ser adúltero.

Y ¿qué noviazgo o matrimonio saldría adelante sin el simple acto de hablar, del encuentro para compartir las experiencias e inquietudes de la pareja?

Sin comunicación, cualquier relación se va marchitando hasta que desaparece.

¿Qué es la oración? Hombre rezando

De hablar a una relación consciente

La mejor definición que he visto de oración es: la relación consciente con Dios.

Es una definición que va mucho más allá que el clásico «hablar con Dios», pero que la incluye de una manera perfecta y armónica.

¿Qué ocurriría si pretendiéramos mantener un noviazgo solo a base de monólogos? ¿Si los momentos de silencio entre los novios fueran incómodos?

Está claro que ahí fallaría algo.

Porque no se trata solo de hablar, sino de compartir la vida.

Orar no es solo hablar con Dios. También es escucharle. Y, para eso, hace falta callarse. Dejar de hablar para prestar atención. Dos personas que hablan a la vez es muy difícil que lleguen a entenderse, ¿verdad?

¡Estamos ante el Señor del universo! ¿En serio solo vamos a hablar y hablar? ¿No tenemos interés en lo que nos quiera decir?

En cualquier relación, los momentos de silencio son fundamentales. Momentos en los que simplemente estar junto a la persona amada, disfrutando de su presencia junto a ti.

Eso también es cierto para la relación con Dios. Y sí, también es oración.

Igual que es oración tenerle presente en nuestros actos cotidianos, de la misma manera que el enamorado recuerda cada dos por tres a su novia, a su mujer. Esto alimenta la relación entre ambos, porque hace que todo nuestro ser apunte en la dirección de la persona amada.

Los enamorados releen las cartas que se han mandado. Miran con afecto la foto de su pareja. Recuerdan los regalos que se han ido haciendo.

Podemos leer la Biblia, pero no como si fuera un simple libro, sino buscando lo que Dios nos quiere decir en cada momento con lo que estamos leyendo.

Podemos elevar nuestro espíritu para dar gracias o simplemente saludar al Señor cuando vemos un crucifijo o una estampa. Podemos rememorar y dar gracias por todo lo bueno que Dios nos da. Y, por supuesto, pedir perdón por todo lo malo que hemos hecho, que eso también es oración, es relación consciente con ese Dios que nos ama y al que amamos.

La oración es un privilegio

Piénsalo bien: podemos relacionarnos con quien creó todo el universo y lo mantiene en la existencia, incluyéndonos a cada uno de nosotros.

Si pudiéramos estrechar la mano y ya no digamos hablar un rato con esa persona a la que tanto admiramos, nos sentiríamos emocionados y afortunados.

Sin embargo, la relación con Dios no la vemos así (hablo en general, por supuesto). Nos hemos acostumbrado a Él y no nos damos cuenta de la inmensa grandeza y misericordia que muestra el que Dios nos ame tanto que quiera que nos encontremos con Él. Que le demos la mano y compartamos alegrías y tristezas con Él.

Cambiemos de raíz esa visión que tenemos de la oración. Salgamos del simple «hablar» para vivir el privilegio y la alegría de la relación. Así, la oración se hará vida, y la vida, oración.

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Perdón y justicia, dos elementos que se implican

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Este artículo ha sido publicado en el número 67 de la revista Punto de Encuentro, de la Obra Social de Acogida y Desarrollo. El hilo conductor de este número ha sido el de la justicia y el perdón.

Perdón y justicia, dos elementos que se implican

Sacramento de la PenitenciaAlrededor del perdón y la justicia suelen darse grandes malentendidos. Particularmente, la idea de que ambos son excluyentes.

Partamos del perdón. Porque nadie dijo nunca que perdonar fuera fácil. Seguro que a Jesús no le resultó sencillo pedirle al Padre que perdonara a los que lo habían torturado, clavado en la cruz y, después de todo eso, continuaban insultándolo.

Puede incluso resultar una tarea titánica en ocasiones. Nuestra mente nos juega malas pasadas y nos vuelve a poner delante lo que tal o cual persona nos hizo. Nos volvemos a sentir como en ese momento, con la misma vulnerabilidad, y no conseguimos avanzar. Puede que incluso lleguemos a necesitar ayuda profesional para lograr liberarnos de estos pensamientos repetitivos. No solemos prestarle la debida atención a la salud mental, a pesar de su importancia.

Sin embargo, el perdón es vital para poder seguir adelante. Y empieza queriendo perdonar. Si queremos perdonar a quien nos ha hecho sufrir, ya hemos dado un paso enorme.

El perdón libera, saca de uno ese apego a la ira y al rencor que, en el fondo de su ser, le irían minando y acabando con él. No nos engañemos, a veces cuesta. A veces incluso dudamos de hasta qué punto hemos dado nuestro perdón de verdad.

Perdonar es querer quitarse el lastre del rencor, que no tiene ninguna utilidad y solo sirve para aplastarnos, y remontar el vuelo del amor incluso a los enemigos.

Un punto importante, muy importante, y sobre el que se suele estar muy equivocado, es que perdonar no significa olvidar. ¿Cómo podría alguien olvidar una traición o cosas peores? ¿Cómo podría olvidarse una infidelidad, por ejemplo? No seamos simplistas, eso no puede ser, sencillamente. Perdonar no es eso. Es mejor aún, y más duro: ser capaz de seguir adelante sabiendo que eso ocurrió. Es desearle lo mejor a quien te hizo daño, por supuesto sin evadir las responsabilidades que pueda tener con la justicia. Y aquí nos encontramos con el punto en el que ambas se unen. Porque recordemos que una cosa es la culpa y otra la pena. El perdón nace del amor, pero el amor también exige la justicia. No hay amor sin justicia, como dijo san Juan Pablo II. De lo contrario, todo daría igual. No importaría ser víctima o verdugo. Es algo que repugna a la conciencia, a lo más profundo que llevamos dentro. Dios es justo. Deseamos justicia, que se restituya el orden roto por tantas manifestaciones del mal que se han dado a lo largo de la historia de la humanidad.

Al igual que el Padre «arroja nuestros pecados a lo hondo del mar» (Miq 7, 19) y no los vuelve a sacar de allí, una vez confesados, esos pecados quedan cubiertos por la misericordia divina. Olvidados, en el sentido de que ya no vamos a estar acusados de ellos ante Él. El Señor ya no los tiene en cuenta, es como si no existieran (cf. Is 43, 25).

Ese es el modelo de nuestra forma de perdonar: una vez que hemos decidido perdonar a alguien, dejar aquello por lo que le perdonamos enterrado, sin utilizarlo como arma arrojadiza.

También tenemos que usar la inteligencia y la prudencia. Por mucho que perdonemos a alguien, quizá sus actos nos estén enseñando una lección del tipo: es mejor que saque a esta persona de mi vida. Si vemos que nos está haciendo daño una y otra vez —no necesariamente físico—, según las circunstancias habrá que discernir cómo actuar. El perdón no excluye la prudencia de alejarnos de esa persona, por seguir con el mismo ejemplo.

Perdonar es tan importante que, además de repetírnoslo unas cuantas veces, Jesús nos dice: «Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda» (Mt 5, 23-24). Tenemos que reconciliarnos con nuestros hermanos antes de presentarnos ante Dios.

Al igual que el amor, no se trata de sentimientos, sino de decisiones de la voluntad. Decisiones difíciles, pero muy importantes. Si se tratara de sentimientos, sería facilísimo, ni siquiera dependería de nosotros. Pero no es así. Amar y perdonar van unidos de la mano. Decidimos amar incluso al enemigo y perdonar sin límite sin renunciar a la justicia.

Y, así crear un mundo nuevo.

Misericordia selectiva

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Sacramento de la PenitenciaEl sábado, en el rezo del Rosario antes de Misa, oí algo extraño. Al principio, no tenía muy claro qué era. Hasta que presté atención.

Había alguien que rezaba el Padrenuestro de una manera diferente. Añadiendo algo de su propia cosecha.

“Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Pero no a los que nos roban“.

De primeras, puede parecer algo incluso gracioso. Pero, en realidad, no lo es.

¿Qué habrá experimentado esa persona para no querer deshacerse de ese rencor? ¿Para asegurar que no va a perdonar a quien le ha robado nada menos que en la oración que Cristo nos dejó?

Es una reacción muy natural, muy humana. Perdonamos sin problemas todo lo que apenas nos afecte. Pero, cuando se trata de algo que nos ha hecho daño de verdad… Ya no es tan sencillo.

El Señor nos manda amar incluso a nuestros enemigos. Nos manda perdonar. O, de lo contrario, no seremos perdonados. Es así de radical. Tenemos que buscar ser santos como nuestro Padre es santo. Si Él perdona, nosotros tenemos que perdonar. Esa es la condición para que Él nos perdone.

No podemos añadir ese tipo de coletillas al Padrenuestro, porque sería como si Jesús nos dijera que nos perdonará, pero no si hablamos mal del prójimo. O si no ayudamos a quien nos necesita. O si somos egoístas.

¿Alguien se podría librar? Todos somos pecadores. Todos. Pero Jesús no hace algo así ni quiere que lo hagamos nosotros.

Ser cristiano no es fácil. Es un camino de amor. Y eso incluye el perdón (que recordemos que no está reñido con la justicia). Si tenemos un Dios que todo lo hace porque es eterna su misericordia, nuestro deber es seguir su ejemplo.

De lo contrario, no estaremos siguiendo el camino de Jesús, sino uno diferente.

Estas tendencias ya llevaron a todo tipo de herejías

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Cristo crucificado

“Herejía” es una palabra que, en cierto modo, está bastante denostada. Como si se tratara de algo antiguo y en desuso.

Algo similar a la palabra “dogma”, curiosamente. Un dogma no es más que un axioma, un principio básico sobre el que se cimienta la fe, pero muchos utilizan esa palabra como si fuera algo negativo.

Una herejía es un error, en este caso referente a la fe católica, que se mantiene, que no se quiere corregir. El hereje prefiere mantenerse desobediente a la doctrina de la Iglesia. Se trata del mismo pecado de siempre: querer ser como Dios.

Por eso me llama tanto la atención que, a estas alturas, todavía nos cueste tanto algo que siempre ha mantenido la Iglesia: reconocer a Jesucristo como verdadero Dios y verdadero hombre.

Una afirmación que resulta tan sorprendente que siempre ha habido quien, como suele ocurrir en el origen de las herejías, ha tendido a un extremo o a otro.

Y seguimos igual. Vemos quienes se empeñan en un Jesús amiguete, bonachón, infantil, sentimentaloide, que poco tiene que ver con el que nos presentan los evangelios.

Pero también hay quienes prefieren ver un Jesús rígido, duro, sin ningún atisbo de humor, ni simpatía, ni de nada de lo que nos hace humanos. Un Jesús todavía peor que los fariseos con los que Él se confrontó. Un Jesús que tampoco tiene nada que ver con el que nos presentan los evangelios.

La Iglesia siempre ha sido integradora. No se trata de esto o lo otro, sino de esto y lo otro. No es Jesús humano o divino. Es hombre y Dios.

Tengámoslo siempre en cuenta y no nos dejemos llevar por corrientes que buscan posiciones extremistas que no casan bien con lo que decimos creer.

Glorifica a Dios con tu vida.

¿Por qué escribí Levena de Urush?

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Fantasía épica

Tengo con el Lazarillo de Tormes una relación de amor-odio. Me lo hicieron leer tanto en mis años de escuela que lo tengo un poco de manía.

Además, me parece que se podría profundizar mucho más en el personaje. Que podría dar mucho de sí y apenas se le da trasfondo en el libro.

Su historia, al margen de la crítica social, es interesante. Puede llegar a apasionar. No deja de ser la de alguien que, sin tener nada, consigue abrirse camino por la vida como puede. Es el tipo de historia que tanto nos gusta, de superación ante la adversidad, de quien sigue adelante a pesar de las dificultades.

Por otra parte, ya tenía bosquejado el mundo de Alhemi para una trilogía de fantasía que tenía en mente y, de hecho, ya había comenzado a escribir.

Pero quería aprovechar ese mundo, expandirlo, darle más vida.

Y surgió la pregunta:

¿Y si Lázaro de Tormes hubiera nacido en Alhemi?

Y, para complicarlo un poco más:

¿Y si hubiera sido una niña?

Le di vueltas a la idea y me gustaba. El camino de Levena no sería exactamente el mismo que el de Lázaro, por supuesto. Sus circunstancias eran muy diferentes. Pero comencé a vislumbrar las ramificaciones en la historia que podía significar su presencia en Alhemi.

Así que me decidí a escribir esta breve novela en la que narro su origen y comienzo a introducir el mundo de Alhemi, un lugar marcado por profecías, magia y, al igual que en el mundo real, las elecciones que cada uno toma.

Acompáñanos a Levena y a mí a este nuevo mundo.

Inmersos en la Semana Santa

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Cristo crucificadoYa estamos inmersos en la Semana Santa. Una semana en la que se agolpan los principales hitos de la vida de Jesucristo y, por tanto, el tiempo más fuerte del año desde el punto de vista espiritual.

Es importante tener en cuenta que este no debe verse como un tiempo de vacaciones, sino de encuentro especial con el Señor. De revivir y actualizar estos acontecimientos que configuran nuestra fe.

Hace unos días, observábamos, vivíamos, cómo Jesús entraba en Jerusalén. La gente alfombraba con ramos su camino. Gente como tú y como yo. Y gente, como tú y como yo, que dentro de unos días dirán: “¡Crucifícale!”.

En su entrada iba acompañado por sus discípulos. Incluido Tomás, quien dijo en su momento “vayamos también nosotros a morir con él”. Y Pedro, que afirmaba que jamás le negaría. ¡Qué fácil es estar junto a Él cuando todo va bien! De ellos, ¿cuántos se mantuvieron al pie de la Cruz? Tan sólo Juan, el discípulo amado. El más joven de todos ellos. ¿Dónde fueron los demás? ¿Dónde estamos nosotros cuando le insultan, le golpean o se burlan de Él? ¿Le acompañaríamos hasta la Cruz o nos quedaríamos por el camino?

Dentro de poco podremos vivir la Última Cena. Y, a partir de ahí, todo se desencadenará como un torrente. Miedo, sufrimiento, dolor. Muerte. ¿Le acompañaremos? ¿Aliviaremos su soledad al menos un poco?

Y, por fin, Gloria. Resurrección. Vida. Pero no se puede llegar a este punto sin la Cruz. Si rechazamos la Cruz, rechazamos la Resurrección.

Pero no debemos tener miedo. Al final, ese puñado de cobardes se volvió a unir alrededor del Resucitado. Y predicaron a un Jesús crucificado, sí, pero victorioso sobre la muerte. Nosotros, cobardes como ellos, también podemos seguir sus pasos.

Os deseo una Semana Santa de oración y meditación.

Día de san José, día del padre

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Día del padre, san JoséHoy es un día de celebración, pero también un poco triste. Celebramos a nuestros padres, que nos enseñaron a ser mejores, nos acompañaron en nuestro camino intentando hacérnoslo un poco más llevadero, intentando que aprendiéramos de nuestros y de sus propios tropiezos. Incluso cuando, en esas etapas de la vida en las que nos creemos que somos el centro del universo y el culmen de la sabiduría (pero en las que, en realidad, estamos totalmente desorientados y desubicados), a veces les ignoramos o les ninguneamos. Luego descubrimos lo tontos que fuimos.

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Cyberpunk y post-cyberpunk

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Mundo cyberpunkEl género literario del cyberpunk ha emergido como un fenómeno fascinante que ha cautivado a lectores y críticos por igual desde su surgimiento en la década de 1980. Marcado por su fusión única de tecnología avanzada, distopías urbanas y exploración de las interacciones humanas con la inteligencia artificial, el cyberpunk ha evolucionado a lo largo de los años, dando paso a un subgénero conocido como post-cyberpunk. Este último, a su vez, ha llevado las narrativas futuristas a nuevos horizontes, explorando las consecuencias de la tecnología de maneras más matizadas y reflexivas.

El nombre cyberpunk, por cierto, hace referencia a la cibernética y a lo transgresor (punk). En las historias de este género es habitual la cosificación del ser humano, la absoluta dependencia de la tecnología, el pesimismo… Suele haber megacorporaciones malignas que lo controlan todo.

En cambio, el post-cyberpunk suele ser más cercano en el tiempo y más realista. No muestra un futuro tan oscuro, sino que los personajes luchan por mejorar la sociedad también con los cambios tecnológicos, que no tienen por qué convertirnos en esclavos.

Veamos algunas de las características de ambos géneros:

Características del Cyberpunk

Ambiente distópico urbano:

El cyberpunk se caracteriza por la representación de ciudades futuristas sumidas en la decadencia, donde rascacielos imponentes se elevan sobre calles sucias y saturadas. La visión distópica de un futuro dominado por corporaciones poderosas crea un escenario sombrío que refleja las preocupaciones sociales y políticas de la época en que surgió el género.

Tecnología avanzada:

La tecnología es un elemento central en el cyberpunk. Implantes cibernéticos, inteligencia artificial, realidades virtuales y ciberespacio son fundamentales para las tramas. Estas herramientas tecnológicas no solo son accesorios, sino que se integran en la esencia misma de los personajes y la sociedad, planteando preguntas sobre la naturaleza de la identidad y la humanidad.

Protagonistas marginales:

Los protagonistas del cyberpunk suelen ser antihéroes marginados que luchan contra sistemas opresivos. Estos personajes, a menudo hackers, mercenarios o criminales, se enfrentan a dilemas morales y exploran las fronteras éticas de la tecnología en un mundo despiadado.

Características del Post-Cyberpunk

Reflexión ética y social:

A diferencia del enfoque más cínico del cyberpunk, el post-cyberpunk tiende a explorar de manera más reflexiva las implicaciones éticas y sociales de la tecnología. Se aleja de la visión fatalista y adopta un tono más esperanzador, considerando las posibilidades de cambio y redención en un mundo saturado de avances tecnológicos.

Desconstrucción de tropos tradicionales:

El post-cyberpunk desafía y subvierte algunos de los tropos clásicos del cyberpunk. Puede presentar corporaciones menos monolíticas, explorar las consecuencias positivas de la tecnología y cuestionar las nociones de identidad y realidad de manera más sutil y compleja, además de que suele utilizar escenarios en un futuro más cercano.

Protagonistas más esperanzadores:

A diferencia de los protagonistas alienados del cyberpunk, los héroes del post-cyberpunk a menudo buscan la cooperación y la construcción de comunidades.

Conclusión

El cyberpunk y el post-cyberpunk, que muchas veces se entremezclan y resulta complicado decir si una obra es de un género u otro, representan dos etapas fascinantes en la evolución de la ciencia ficción. Mientras que el primero estableció los cimientos de un mundo futurista sombrío y despiadado, el segundo ha llevado esas narrativas a nuevas alturas, desafiando las expectativas y explorando las complejidades éticas y sociales de un futuro impulsado por la tecnología. Ambos géneros continúan inspirando a escritores y lectores por igual, ofreciendo visiones cautivadoras de un mañana que, aunque incierto, sigue siendo objeto de fascinación y especulación.

Una recomendación

Si te gustan las historias con un fuerte trasfondo tecnológico, en las que la inteligencia artificial cambia el mundo, los robots son algo común, pero dejan todavía un sabor esperanzador, te invito a conocer mi serie Memorias del ocaso. No te arrepentirás.

Viviendo la fe: más allá de las palabras, hacia la acción transformadora

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Nuestra fe católica es un regalo precioso que nos une a la verdad y el amor de Dios. No obstante, la verdadera esencia de la fe no reside únicamente en las palabras que pronunciamos en la oración ni en lo que decimos que creemos, sino en cómo esas palabras y esa fe se traducen en acciones concretas en nuestra vida diaria. En esta entrada exploraremos la importancia vital de que nuestra fe sea patente en cada aspecto de nuestra existencia.

La fe se refleja en nuestras decisiones diarias

La fe católica no debería ser una mera afiliación espiritual ni una especie de complemento que nos ponemos y quitamos según las circunstancias, sino un faro que guía nuestras decisiones de cada día. Desde cómo tratamos a nuestros vecinos —sí, también a ese tan molesto— hasta cómo manejamos desafíos personales, nuestra fe debe ser la brújula moral que orienta nuestras elecciones. El apóstol Santiago nos recuerda: «Pues lo mismo que el cuerpo sin aliento está muerto, así también la fe sin obras está muerta» (Sant 2, 26). Es en nuestras acciones donde la fe cobra vida de verdad y tiene un impacto tangible en el mundo que nos rodea, impulsando su cambio a mejor, hacia el avance del reino de Dios.

La fe se manifiesta en la caridad

Cristo crucificadoLa caridad es la expresión más concreta de nuestra fe. Jesús nos mandó que amáramos a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Más aún, que amáramos incluso a nuestros enemigos. Además, tal como nos dijo san Juan, Dios es amor. La caridad, por tanto, está en la misma esencia de Dios.

Por tanto, esta debe impregnar todas nuestras acciones. Pero no hace falta pensar en grandes obras de caridad. Están muy bien y, si se pueden hacer, adelante. Pero hay que comenzar desde nuestro entorno inmediato. Por ejemplo, siendo compasivos y misericordiosos en nuestras relaciones personales, también con nosotros mismos. Escuchando a quien sufre, aunque no podamos hacer nada más. Intercediendo por los demás.

Todas estas son maneras prácticas de demostrar que nuestra fe no es meramente teórica, que no se queda en meras palabras, sino que impregna todo nuestro ser y se convierte en un modo de vida en el amor de Dios.

Testigos del Evangelio

Un católico también debe ser con su vida testimonio del Evangelio de Jesucristo. San Pablo nos exhorta: «Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo» (1 Cor 11, 1). Además, en el Evangelio según san Marcos podemos leer que Jesús nos dijo: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16, 15). No se trata de algo solo para curas o monjas, sino para todo cristiano. Nuestros actos y palabras deben reflejar la luz del Evangelio de Cristo, actuando como testigos del Señor. La autenticidad en nuestras acciones y la coherencia entre nuestra fe y nuestra vida cotidiana son vitales para ser verdaderos embajadores del mensaje evangélico.

Que tu fe se note

La importancia de vivir la fe católica no debe subestimarse. Cada acto de amor, cada palabra de aliento y cada gesto de compasión son testimonios visibles de nuestra unión con Dios. Por ello, te invito a que no solo profeses tu fe con palabras, sino que la manifiestes en la vida diaria, inspirando a aquellos que te rodean con la gracia y el amor que Dios te ha dado primero. Si Dios nos ama, siendo tan imperfectos, tan poquita cosa, ¿cómo podemos no amar nosotros al prójimo?

Descubre más

Si deseas profundizar en la riqueza espiritual de nuestra fe, te invito a explorar mi colección de libros de espiritualidad católica. Descubre cómo la fe puede transformar tu vida y cómo cada elección cotidiana puede convertirse en una expresión vibrante de amor divino. Visita mi catálogo hoy y comienza un viaje que enriquecerá tu fe y dejará una huella positiva en el mundo que te rodea.

Glorifica a Dios con tu vida.

¿Qué hacer si me distraigo al orar?

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OraciónHay veces en las que, mientras rezamos, se nos cruza alguna idea en la que nos enfrascamos, alguien nos pregunta algo, o sencillamente vemos algo que hace que dejemos de prestar atención a la oración. Nos distraemos.
A veces sienta muy mal.

Eso sí, es muy importante tener en cuenta que es algo totalmente normal. La imaginación es la loca de la casa, parafraseando a santa Teresa de Jesús. Por mucho que nos queramos centrar en lo que sea, es fácil que una simple mosca volando acabe descentrándonos.

Pero ¿qué hacer cuando esto ocurre?

Muy sencillo: volver a la oración como si no hubiera ocurrido nada. Está bien, te has distraído. Pues, en cuanto te des cuenta, deja la distracción a un lado y céntrate de nuevo en el Señor.

No te obsesiones con que te has distraído. Déjalo correr. Solo vuelve a la oración. Nada más.

Sin empezar de nuevo. No te dejes llevar por los escrúpulos, que solo te servirían para hacerte perder la paz. Si te dedicas a empezar la oración cada vez que te despistas o que no rezas con la suficiente concentración, te pondrás más y más nervioso en busca de una perfección que, sencillamente, no existe. Y todo por el miedo a estar ofendiendo a Dios al no hacer bien la oración.

Confía en la misericordia de Dios. Él conoce bien la debilidad humana y nuestra intención.

Glorifica a Dios con tu vida.