Los demonios del escritor

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Los demonios del escritorTenemos que reconocer una cosa: la profesión de escritor no es fácil. Tiene una buena cantidad de demonios que rondan y se hacen fuertes junto a él, y es necesario luchar contra ellos continuamente para no dejar que nos dominen. Pongo aquí siete que he ido recogiendo, pero invito a quien quiera a añadir los que vea conveniente.

  1. Incomprensión: el escritor se va a encontrar con que mucha gente piensa que su trabajo no tiene valor, que se trata sólo de un pasatiempo. O se va a encontrar a quienes piensan que escribir un libro y conseguir publicarlo implica ganar dinero a espuertas. O a quienes piensan que debería regalar los libros. Tanto unos como otros van a mostrar al escritor que poca gente entiende y valora lo que supone escribir. El tiempo que lleva, los esfuerzos que hay que dedicarle… que es un trabajo, en definitiva.
  2. Dudas: ¿De verdad sirvo para esto? ¿Lo que escribo es algo más que bazofia? En este caso es muy bueno tener cerca a alguien especial que crea en ti. En mi caso es mi mujer. Ella lee mis artículos y mis libros y me da una opinión sincera. Por lo general, le gusta lo que escribo, lo que me anima a continuar, sobre todo porque soy muy crítico conmigo mismo.
  3. La tentación de querer un bestseller rápido: eso te llevaría a escribir lo que al gran público le guste en lugar de lo que a ti te guste. Prostituirías tu arte. Y, por tanto, tu alma. Todo lleva su tiempo. Tú hazlo lo mejor que puedas. Busca hacer la mejor novela que seas capaz de escribir.
  4. Los cantos de sirena: sí, a todos nos gusta saber de casos de éxito. Que si no sé quién rechazó las editoriales tradicionales, autoeditó y ahora es un escritor de éxito. Que si no sé qué otro empezó a poner en Facebook fragmentos de su libro y empezaron a lloverle seguidores. Sí, pueden motivarte estas historias. Pero también te pueden hacer pensar que, si haces lo mismo, tendrás el mismo resultado, y no es cierto. Lo que falta siempre es que alguien cuente, por cada uno que tiene éxito, cuántos se quedan en el camino. ¿Hay que ser, por tanto, pesimista? No, en absoluto. El pesimismo es tan malo como un optimismo desmedido. Hay que ser realista. Creer en tu obra y luchar por ella. Pero esas tonterías de que el universo conspirará a tu favor o que con sólo creer que puedes conseguir algo ya, mágicamente, ocurrirá, mejor dejarlas para elementos tipo Paulo Coelho y similares.
  5. El encasillamiento forzado: has escrito un tipo de historia. Ha gustado. Y ahora piensas que mejor sólo escribes ese tipo de historias para no arriesgarte a perder público. ¡Enhorabuena, te has encasillado! Una cosa es escribir, por ejemplo, fantasía porque es lo que te gusta y sobre lo que quieres escribir, y otra muy diferente es escribir fantasía porque piensas que si escribes otra cosa tus lectores te abandonarán. Tienes que escribir lo que te apasione.
  6. La procrastinación: hoy no se me ocurre nada, mañana me pongo. Y el mañana se convierte en el pasado mañana. Y así sigue. Según mi experiencia, cuanto más tiempo estás sin escribir, más cuesta después ponerse a ello. Eso incluye el famoso bloqueo del escritor. Para mí, lo mejor es ponerse un mínimo de palabras a escribir todos los días. Y, en la medida de lo posible, cumplirlo y rebasarlo. No dejes para mañana lo que puedas escribir hoy.
  7. Creer que, una vez publicada la novela, se acabó tu trabajo: el hecho es que el libro, para venderse, depende de ti y de conseguir que tus lectores se apasionen con tu historia de tal forma que quieran recomendársela a otros. Olvídate de la publicidad de la editorial, si tienes editorial, porque prácticamente no va a haber. Cuida tu novela mientras la escribes y sigue cuidándola después.

¡Ánimo y a escribir!

Ex inferno 2 está cerca

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Hace alrededor de un año publicaba la primera parte de una serie de libros de fantasía urbana basada en una orden religiosa que, al estilo de unos modernos templarios, tenían que retomar su aspecto militar.

Esta serie se llama Ex inferno. Y ese primer libro era El despertar de la Orden.

Pues bien, ya queda muy poco para la publicación del segundo libro de la serie. Y, para que vayas abriendo boca…

Cover reveal de Ex inferno 2: Los hijos de la Luz

No dejes que se ponga el sol sobre tu ira

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MatrimonioNo dejes que se ponga el sol sobre tu ira (Ef 4, 26), recomienda la Escritura. Muchos días vamos acumulando problemas, enfados, decepciones… Tanto dentro de casa como fuera. El típico enfado con nuestra mujer (o marido), o el que te llevas del trabajo.

Si mantienes todo eso dentro, te va carcomiendo. Acaba adueñándose de ti. Especialmente en la vida conyugal, eso puede ir destrozando el matrimonio hasta hacerlo insoportable. Y todo empezó porque un día hubo un enfado o algo no aclarado a tiempo, que fue creciendo sin que ninguno de los dos se diera cuenta de las dimensiones que estaba tomando el monstruo.

¿Por qué no hacer caso a la Biblia? Debería ser una regla básica para todo matrimonio: no irse a la cama hasta haber soltado lo que hubiera que soltar, hasta haberse reconciliado, hasta haber pedido perdón si fuera necesario. Y, si no, también, que no somos precisamente perfectos. ¿Que esa noche no se duerme por la cabezonería de ambos? Pues no se duerme. ¿Qué está primero, dormir o la vocación de amor que es el matrimonio?

Si hay heridas, lo mejor es curarlas cuanto antes y no dejarlas supurar mientras se supone que descansamos. Porque al día siguiente seguirán ahí, pero más fortalecidas.

Que no se ponga el sol sobre tu ira. Acabad con los enfados antes de que ellos acaben con vosotros.

La tentación de no ver lo espiritual en el matrimonio

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Los 7 sacramentos en 7 contemplaciones

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Alexa, una historia de memorias del ocaso

Amor conyugalEs una tentación bastante común pensar que la vida matrimonial es menos espiritual que la de los consagrados. Sin embargo, hay que recordar que el Evangelio no es solo para estos últimos, sino para todos. No podemos pensar que únicamente les concierne a ellos la vida espiritual. De hecho, un matrimonio sin vida espiritual de ningún tipo será un matrimonio que se va secando, ya que nadie da lo que no tiene. Si Dios no pone amor en los esposos, si no recurrimos a la fuente del amor, ¿de dónde sacaremos el amor para nuestro cónyuge?

Pero que también tengamos que vivir la espiritualidad no implica que nuestra espiritualidad sea idéntica. Eso no puede ser, porque tenemos una forma de vida distinta, con distintos ritmos y distintas obligaciones. No podemos, por ejemplo, encontrar a diario momentos de oración tan largos como los que tendría un monje, por lo que nuestra oración, por lo general, tendrá que ser más breve y, por qué no, más intensa para aprovechar ese corto espacio de tiempo.

Quizás esa apreciación de no ver la espiritualidad del matrimonio esté originada en el error de pensar que la única espiritualidad posible es la de los consagrados. Y nos olvidamos de algo básico y fundamental: somos sacramento. No podemos obviar que el matrimonio forma una comunidad mística de amor y vida en la que Cristo está siempre presente, ya que Él mismo prometió que “cuando dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20). Y, ¿qué es el matrimonio sino una unión de hombre y mujer en el nombre de Dios?

Dos ejemplos interesantes de la espiritualidad en el matrimonio los tenemos en Igino Giordani, cofundador de los focolares, y en Concepción Cabrera de Armida, una esposa y madre de nueve hijos que fundó las Obras de la Cruz. Leer el “Diario de fuego” de Igino Giordani o el “Diario espiritual de una madre de familia“, de Conchita, aparte de dar alimento al alma ayuda a darse cuenta de que la santidad es para todos, que todos podemos aspirar a acercarnos a Dios en nuestra vida, estemos casados o consagrados.

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La habitación china y la inteligencia artificial

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Imaginemos un ordenador que, supuestamente, entiende el idioma chino. Está aislado de todo excepto por una ranura, en la que introducimos un texto en chino, y otra ranura, por la que el ordenador nos devuelve otra hoja con una respuesta. O, para hacerlo más moderno, tenemos un teclado con el que el usuario escribe en chino y, por la pantalla, el ordenador devuelve su respuesta.

Este sistema consigue superar el test de Turing, ya que el usuario no consigue diferenciar a priori si le está respondiendo un hablante de su idioma o si se trata de una máquina. Parece como que el software comprendiera el idioma a la perfección.

Ahora imaginemos que, en ese sistema aislado, se encuentra un ser humano que no tiene ni la más mínima idea de chino. Solo tiene una serie de manuales e instrucciones que le indican, ante las distintas posibles series de ideogramas de entrada, qué salidas habría que dispensar.

Es imposible que ese sujeto aprenda chino, ya que no tiene ninguna información sobre lo que está haciendo, aparte de relacionar símbolos.

¿El hecho de que pase el test de Turing es prueba suficiente de que el sistema entiende el chino? ¿O solo de que puede relacionar de forma coherente entradas y salidas?

¿Se puede decir que este ordenador entiende chino?

El filósofo norteamericano John Searle hizo famoso en 1980 el argumento de la habitación china, que en 1961 el escritor ruso de ciencia ficción Anatoli Dneprov ya había utilizado en una de sus obras.

La idea era mostrar cómo no es cierto que la inteligencia artificial sea capaz realmente de pensar y comprender, sino que no es más que una habitación china en la que, en su interior, se relacionan entradas y salidas sin necesidad alguna de comprensión, salvo por parte de quienes han diseñado la habitación y han puesto a disposición del sujeto los manuales y procedimientos.

En mi opinión, se están exagerando demasiado las capacidades de la IA. Estoy plenamente de acuerdo con la idea de este experimento: una IA, por mucho que la llamemos “inteligencia”, no es capaz de pensar. No entiende lo que le decimos, aunque nos dé respuestas que parezcan indicar lo contrario.

Otra cosa es que, llevadas por esos procedimientos y sin tener ni la más remota idea de lo que están haciendo, las inteligencias artificiales puedan hacer una serie de tareas más o menos difíciles. Si nos ponemos a fantasear (como estoy haciendo en Memorias del ocaso), una IA podría llegar a gobernar un país sin saber lo que hace. Solo mediante reconocimiento de patrones a partir de una serie de entradas. ¿Por qué no? Que los políticos sean unos incompetentes no quiere decir que su trabajo no se pueda llegar a automatizar. Si una IA puede emular a un artista, ¿por qué no a un político? Yo diría que sería incluso más sencillo.

Y tú, ¿qué opinas?

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La Biblia: la mayor carta de amor jamás escrita

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La extraña relación de muchos católicos con la Biblia

La Iglesia Católica fue la que dio origen a la Biblia. A partir de las Escrituras judías y de la Tradición, de lo que los apóstoles habían vivido con Cristo, de lo que habían discernido, de lo que dejaron en sus cartas, dio orden al conjunto de libros que componen este maravilloso libro de libros, la Biblia.

Es triste, sabiendo esto, que tantas veces se nos acuse a los católicos de no conocer la Biblia, que no deja de ser la Palabra de Dios. Más triste aún es que demasiadas veces esas acusaciones tengan fundamento. Porque, reconozcámoslo, somos más bien pocos los que leemos algún pasaje de la Biblia a diario. Y no digamos cuando se trata de meditar sobre el pasaje y comprender su mensaje.

La mayor carta de amor jamás escrita

Quizá esta situación viene de que no terminamos de ver la Biblia como lo que es, una inmensa carta de amor de Dios hacia cada uno de nosotros.

La Biblia, la mayor carta de amor jamás escrita

Sí, digo bien: hacia cada uno de nosotros. No es un escrito general, dirigido a una masa amorfa de personas, como si fuera un simple libro de texto de historia. Es una carta para ti, para mí, para el papa, para el ateo…

Es una carta que nos lleva desde la manifestación de amor que es la Creación hasta el culmen de ese amor, la victoria definitiva del bien.

Una historia de salvación que nos apela a cada uno. Podemos vernos reflejados en las actitudes del pueblo elegido, Israel, que, a pesar de ver las grandes maravillas que Dios hace por él cada día, lo rechaza una y otra vez para, después de encontrarse con las consecuencias de intentar avanzar sin Dios, volver a Él con el rabo entre las piernas.

Y Dios, cuya misericordia es eterna, siempre le da la bienvenida. No solo eso, sino que envía profetas a recordarles que los está esperando. Que su amor sigue con ellos.

La misericordia de Dios recorre toda la Biblia, incluso a veces de forma machacona. Se repite una y otra vez que es rico en piedad, que es eterna su misericordia.

Porque lo es. Esa es la realidad.

Pero esa misericordia requiere que demos el paso de buscarla con sinceridad. Y eso también se repite de continuo.

Y, con el Nuevo Testamento, llegamos a la clave para comprender todo el Antiguo Testamento, de la misma manera que también el AT da luz al NT. La Palabra se hace carne. Se hace uno de nosotros. Verdadero hombre. Verdadero Dios.

Toma sobre sí el peso de nuestros pecados. De los tuyos. De los míos. Los carga hasta que lo llevan a la cruz. No sin antes ofrecerse a sí mismo como alimento. Como puerta. Como verdad. Como vida.

Como resurrección.

Todos estos elementos se dirigen de forma personal a quien lee con actitud orante la Biblia. Así, el lector descubre un mensaje para él, pero que no se agota, porque la Palabra de Dios está viva. Cada encuentro con ella es nuevo. Porque Él hace nuevas todas las cosas. ¿Cómo no va a ser siempre nuevo el encuentro con la Palabra?

El amor de Dios hacia ti impregna cada versículo de la Biblia. Es tu responsabilidad leerla con detenimiento, consciente de que estás leyendo una carta de Dios.

Conclusión

La lectura de la Palabra de Dios es algo fundamental para el cristiano. Jesús mismo nos dice que no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.

Por eso en mis libros de vida católica le doy tanta importancia a las Escrituras. Porque la tienen.

Tenemos que conocer las Escrituras. Leerlas con frecuencia, meditarlas, orarlas. Dejarnos interpelar por ellas. Y dar gracias y alabar al Señor.

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Los 10 mandamientos de la Ley de Dios y los mandamientos de la Iglesia

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¿Qué son los mandamientos?

No es nada raro, ni siquiera entre algunos católicos, ver los mandamientos como si fueran una especie de prohibiciones sin sentido que solo sirven para amargarnos la existencia.

Pero un Dios que es amor, ¿qué sentido tendría que hiciera algo como eso? No sería más que una pérdida de tiempo en el mejor caso. En el peor, una trampa para hacernos pecar.

Moisés y las tablas de la Ley

Si partimos de que Dios es amor, de que quiere que todos nos salvemos, nos daremos cuenta con rapidez de que los mandamientos son un regalo maravilloso.

Nada menos que un mapa de carreteras hacia nuestra realización como personas y, por tanto, hacia Dios. Porque, cuanto más nos acercamos a actuar según es nuestra naturaleza tal como la creó Dios, más nos acercamos a Dios.

Y, para eso, los mandamientos son insustituibles. Breves directrices que tienen un sentido profundo y amplio que no se queda solo en la literalidad de su formulación.

Eso último es muy importante, porque es habitual fijarse solo en la letra de los mandamientos, sin entrar en su espíritu. Lo típico de «yo no tengo pecados, no robo ni mato».

Pero matas la dignidad de otros con tus murmuraciones. Pagas lo justito o menos a tus empleados. Te crees superior a otros. Y tantas otras cosas que son violaciones de la Ley de Dios y no las damos importancia.

Los mandamientos nos guían para tener una conciencia bien educada. No hay nada en ellos que no sea bueno, que no esté inscrito en nuestra propia naturaleza.

La Biblia nos habla una y otra vez de meditar los mandamientos, de lo maravillosos y justos que son, del privilegio que suponen.

Valga como ejemplo lo siguiente:

«La ley del Señor es perfecta

y es descanso del alma;

el precepto del Señor es fiel

e instruye a los ignorantes.

Los mandatos del Señor son rectos

y alegran el corazón;

la norma del Señor es límpida

y da luz a los ojos» (Sal 19, 8-9).

Dios es amor. Y eso encaja a la perfección con los dos mandamientos que resumen todos los demás: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Toda la Ley está encerrada ahí, con los diez mandamientos haciendo más explícito en qué consiste su realización.

Los mandamientos de la Ley de Dios

Directrices salidas de la boca de Dios para guiarnos hacia la santidad.

  1. Primer mandamiento: Amarás a Dios sobre todas las cosas.
  2. Segundo mandamiento: No tomarás el nombre de Dios en vano.
  3. Tercer mandamiento: Santificarás las fiestas.
  4. Cuarto mandamiento: Honrarás a tu padre y a tu madre.
  5. Quinto mandamiento: No matarás.
  6. Sexto mandamiento: No cometerás actos impuros.
  7. Séptimo mandamiento: No robarás.
  8. Octavo mandamiento: No darás falso testimonio ni mentirás.
  9. Noveno mandamiento: No consentirás pensamientos ni deseos impuros.
  10. Décimo mandamiento: No codiciarás los bienes ajenos.

Los mandamientos de la Iglesia

Estos mandamientos son un mínimo que dicta la Iglesia para procurar que nuestra vida de fe no desfallezca por completo. Un sabio complemento a los diez mandamientos que los concreta en la vida de la Iglesia.

Sin embargo, el hecho de que sean un mínimo nos está invitando a no quedarnos solo en lo poco que nos piden.

  1. Primer mandamiento: Oír Misa entera los domingos y fiestas de guardar.
  2. Segundo mandamiento: Confesar los pecados mortales al menos una vez al año, y en peligro de muerte y si se ha de comulgar.
  3. Tercer mandamiento: Comulgar al menos una vez al año, por Pascua de Resurrección.
  4. Cuarto mandamiento: Ayunar y abstenerse de carne cuando lo manda la Santa Madre Iglesia.
  5. Quinto mandamiento: Ayudar a la Iglesia en sus necesidades.

Rezar los mandamientos

Dios es amor. Y eso encaja a la perfección con los dos mandamientos que resumen todos los demás: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Toda la Ley está encerrada ahí, con los diez mandamientos haciendo más explícito en qué consiste su realización.

Te invito, como indican los salmos, a meditar los mandamientos, a descubrir su significado profundo y a llenarte de gratitud por el inmenso amor de Dios.

¿Quieres conocer más los mandamientos y rezar con ellos?

Un mal no comprendido

Este artículo ha sido publicado en el número 65 de la revista Punto de Encuentro, de la Obra Social de Acogida y Desarrollo. El hilo conductor de este número ha sido el suicidio.

Un mal no comprendido

Ansiedad y depresiónChester Bennington murió el 20 de julio de 2017, a los 41 años. Se había suicidado.

No tardaron en surgir voces dando su opinión. Al fin y al cabo, era el vocalista de Linkin Park, con millones de admiradores en todo el mundo, entre los que me cuento. Tenía una forma de cantar y una personalidad que resultaba muy atrayente, quizá porque traslucía el dolor que llevaba dentro y que luchaba por salir, por tomar el control.

Algunas de esas voces no dudaron en afirmar que eso era lo que ocurría con una vida de excesos alejado de Dios. Claro, era una estrella del rock. Sin conocerlo en absoluto, esas personas ya estaban seguras de cómo era Chester.

Otros decían que había elegido libremente cómo morir y que eso era admirable.

Voces que demostraban que no entendían lo que había ocurrido. Que preferían quedarse en las simplificaciones baratas que permiten dormir con comodidad, sin plantearse nada.

Porque el hecho es que Chester llevaba toda su vida luchando contra la depresión. Había sufrido abusos sexuales por parte de un conocido mayor cuando era un niño. Sus padres se divorciaron. Acabó refugiándose en las drogas, algo que consiguió superar y abandonarlas. Su mejor amigo se suicidó dos meses antes que él.

A veces los golpes que nos da la vida nos persiguen. No podemos juzgar el sufrimiento de los demás, porque no somos ellos. Cada uno reacciona de una manera. Cada uno vive el dolor a su manera. Y no hay dos mentes iguales.

Por desgracia, la mente puede jugar en nuestra contra, recordándonos nuestros fracasos una y otra vez. Haciéndonos revivir a cada momento nuestra irrelevancia para los demás. Haciéndonos sentir solos, abandonados.

No se trata de mera tristeza. Y, desde luego, no se va a solucionar con los típicos consejos absurdos del tipo: «no tienes motivos para estar triste», que hacen más daño que otra cosa.

Chester no se suicidó como consecuencia de una vida de excesos. Tampoco eligió cuándo morir. ¿Quién en su sano juicio preferiría morir a vivir? La depresión lo empujó durante años en un tira y afloja que le fue emborronando el sentido de la vida. Que le hizo pensar que su muerte sería irrelevante. Que su vida también lo era. Que tanto daba desaparecer. Hasta que no pudo más.

Eso no es elegir.

Estamos en un mundo en el que se nos exige estar siempre dispuestos a dar el ciento diez por ciento. A estar siempre bien, sanos y alegres, y si no es así es por tu culpa. Tienes una legión de manuales de autoayuda que te dirán que tú mismo te construyes tu realidad.

Al mismo tiempo, es un mundo individualista y egoísta, en el que cada uno mira por sí mismo y no quiere saber nada de los problemas de los demás. Cuando alguien pregunta a otra persona cómo está, ¿cuántas veces le importa de verdad? ¿O se trata tan solo de una fórmula de saludo vacía, para simular un interés inexistente? Se busca la respuesta fácil: «bien, gracias. ¿Y tú?». O, como mucho, un tímido: «voy tirando». Pero es que el interlocutor también se ve presionado socialmente para no decir la verdad. La enorme mayoría de la población no entiende que hay problemas mentales como los hay físicos y tiende a infravalorarlos. Como si quienes los tienen fueran simples quejicas tóxicos que buscan llamar la atención. Si alguien está ansioso, que se tranquilice, que no es para tanto. Si alguien está deprimido, que se ponga a trabajar, que es una enfermedad de ociosos.

No es difícil imaginar la poca ayuda que prestan este tipo de respuestas a quienes sufrimos alguno de estos males.

Por tanto, como no va a ser algo comprendido, el mal se oculta. «Estoy bien». Pero, como se suele decir, la procesión va por dentro. Luchas por hacer todo lo mejor que puedes, pero hay días en los que parece una cuesta demasiado empinada. Días en los que te gustaría quedarte en la cama sin hacer nada, solo esperando.

Si tienes ansiedad, puede que tengas momentos en los que creas que vas a morir. Te encuentras asustado, con taquicardia, con sensación de falta de aire.

Una sociedad como la nuestra, en la que todo son apariencias, en la que tratamos de ocultar el vacío que deja nuestro estilo de vida mediante pantallas, en la que somos personas de usar y tirar, no es raro que afecte a tantos individuos hasta el punto de que lleguen a acabar con sus vidas. Una humanidad deshumanizada como esta es el caldo de cultivo perfecto para ello.

Deberíamos comprometernos a dar pasos para mejorar la situación. Empezar a preocuparnos de verdad por quien nos encontramos. Preguntarle cómo está con sinceridad, haciéndole sentirse acogido, sin poner malas caras si resulta que no está bien. No dar consejos de compromiso ni juzgar demasiado rápido. Escuchar. Escuchar mucho. Hacer que el prójimo se sienta cercano, aceptado. No como un producto, no como un recurso, un número o un objeto sin importancia y prescindible.

Cada ser humano es único y maravilloso. Y nos olvidamos con demasiada frecuencia de que eso se aplica no solo a uno mismo, sino también a los demás.

Recomendación de libros para cambiar de vida

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Ser hijo de Dios llena de alegríaComo sabrás, escribo libros de espiritualidad católica para transformar vidas, para mejorar tu relación con Dios y tenerle más presente en tu día a día.

Infolibros se puso en contacto conmigo hace poco para promocionar La alegría de ser hijo de Dios y hacer cinco recomendaciones de libros que no fueran míos.

Por tanto, siguiendo la misma línea de mis propios libros, les envié mi lista de los mejores 5 libros católicos para cambiar tu vida. Siendo concretos, son los siguientes:

  • Los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola
  • Simón Pedro, de Georges Chevrot
  • La última palabra es de Dios, de Klemens Stock
  • Camino, de san Josemaría Escrivá de Balaguer
  • Clara Badano. “Chiara Luce” vista de tejas abajo, de Franz Coriasco

Todos y cada uno de ellos han influido en mí y en mi experiencia de Dios. Y espero que a ti también te ayuden a encontrarte con Él.

¿Queda algo del autor en su obra?

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Ficción especulativaEsta es una pregunta que yo creo que todos, tanto lectores como escritores, nos hemos hecho más de una vez.

Y no es tan fácil la respuesta.

El que probablemente sea mi autor de fantasía favorito (sí, Brent Weeks) hablaba una vez de cómo, en su saga El portador de luz, que tiene como escenario un mundo en el que existe la esclavitud y está totalmente normalizada, le había escrito gente enfadada porque asumía que, si escribía eso, era porque él estaba a favor de la esclavitud.

Como es lógico, eso no se acerca a la realidad ni por asomo. Al menos, según lo que él mismo dice, pero creo que podemos confiar en él al respecto.

En mi caso, por haber escrito una novela sobre el Apocalipsis, eso no quiere decir que quiera destruir el mundo.

Sin embargo, el tono general de la novela sí habla de mí, de la esperanza que me proporciona mi cosmovisión cristiana.

De la misma manera, en mi opinión, incluso cuando alguien escribe algo, por ejemplo, solo por divertirse o, por qué no, por intentar hacer dinero, quizá los accidentes concretos del libro no concuerden con lo que el autor piensa o cree. Pero, de un modo más o menos sutil, siempre quedará un rastro de su creador. Al fin y al cabo, el propio proceso creativo implica sacar algo de nuestro interior y plasmarlo en diferentes maneras.

Sin embargo, puedo comprender a quienes piensan que no es así. En situaciones como las de escribir una serie de un cierto género que no le gusta tanto al autor solo porque se vende mejor que otro género puede parecer que no dejará rastro de su forma de ver la vida. Pero el mismo hecho de su intencionalidad al escribir cada uno de esos libros deja su impronta.

Al menos, eso es lo que yo pienso.

¿Y tú? ¿Qué crees?