Unidad en la diversidad

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Artículo publicado en el número 999 del año XXXV de la revista Sembrar, revista quincenal diocesana de Burgos, correspondiente al período del 16 al 29 de marzo de 2014.

Unidad en la diversidad

A veces nos gustaría que todos fueran copias nuestras. O, al menos, de lo que nosotros apreciamos. Nos tenemos como medida de todo lo demás y de todos los demás. Vemos el mundo desde nuestra subjetividad y lo asumimos como la visión correcta y adecuada, porque es la que nos parece la mejor.

Por ese mismo motivo, muchas veces pretendemos que la Iglesia se adapte a nuestras estrechas miras pensando que es tan pequeña como nuestras propias mentes. Y, sin darnos cuenta, sin quererlo siquiera, estamos atentando contra la verdad de la Iglesia como atentaríamos contra la verdad del matrimonio si nos empeñáramos en que los dos cónyuges tienen que ser como clones uno del otro.

La diversidad, siempre que no se salga de la verdad, da riqueza. Los diversos ritos, la forma ordinaria y la forma extraordinaria del rito romano, los distintos movimientos, órdenes y congregaciones que han ido surgiendo a lo largo del tiempo en el seno de la Iglesia muestran a la vez su inmensa riqueza y la imposibilidad de retenerla en criterios meramente humanos.

La Iglesia, al igual que las personas que la componemos como miembros del cuerpo místico de Cristo, es polifacética. Tiene muchas caras. Muchas expresiones del mismo misterio, que es la Iglesia misma. No vamos a agotar ese misterio por muchos movimientos que surjan, ya que la Iglesia es de origen divino, tan insondable como las mismas almas de los hombres.

El requisito fundamental para que la diversidad dé riqueza, como se ha dicho más arriba, es no salirse de la verdad. San Ignacio de Loyola indicó que, para que algo sea de Dios, tiene que ser bueno en su principio, en su medio y en su final. En este caso, si un movimiento es totalmente fiel a la doctrina de la Iglesia, dentro de su propia particularidad aportará riqueza. Esto es así porque revelará un nuevo (o quizá no tan nuevo, pero necesario) matiz dentro de la carretera que nos lleva con seguridad hacia Dios.

Pero, ¿qué ocurre si el movimiento en cuestión tiene sus desavenencias con la ortodoxia? Que irá unos ratos por dentro del camino y otros por fuera. Aportará matices extraños a la doctrina de la Iglesia, aunque algunos puedan ser correctos, y resultará tan peligroso como cualquier otra media verdad: más que si fueran una completa mentira, porque hay que ir desgranando y puede que muchos no sepan o no puedan distinguir qué partes son buenas y cuáles no. Muchos podrían salirse del camino correcto por seguir estos cantos de sirena. Y a veces cuesta mucho volver.

En definitiva, la diversidad es algo bueno y no atenta contra la unidad siempre y cuando se mantenga en los límites de la verdad. Pretender que algo tan grande y misterioso como la Iglesia se tenga que reducir a uno solo de sus múltiples matices es como tratar de reducir una galaxia a un grano de arena.

El motor de la vida

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A veces, creo que todos lo sabemos por experiencia, las cosas se ponen especialmente cuesta arriba. Si se trata de una racha más o menos breve, la pasamos con cierta soltura. Pero cuando empieza a alargarse en el tiempo, llega a suponer un auténtico desafío para el aguante y la paciencia de quien lo está pasando.

En esos momentos, no suele valer de mucho que te den consejos prefabricados, de los que tanto abundan por ahí. Si lo pasas mal, lo pasas mal por muchas palabras bienintencionadas que te digan. Sí, es bueno que te acompañen, que no te sientas solo, que te ayuden en lo posible. Pero la batalla es tuya, no te la pueden quitar.

Puede ser un sufrimiento o un malestar de cualquier tipo, que vaya haciendo mella poco a poco. No tiene siquiera por qué ser algo brutal, con que sea algo que se repita continuamente, durante mucho tiempo, ya puede destrozarte moral e incluso físicamente. Y no digamos si eso que se repite es algo brutal.

Conozco a un matrimonio excepcional, que desean con toda su alma ser padres. Y que todos sus embarazos han acabado en aborto espontáneo. Ese es un tipo de sufrimiento que sobrepasa todas las categorías. Sin embargo, son una bendición para todos los que les conocemos. No están amargados, ni les está aplastando el dolor. Tienen un secreto que no es ningún secreto: una fe a prueba de bombas. Y eso se les nota, es un auténtico placer tenerlos cerca. Transmiten una alegría, una bondad, una paz especial.

Lo único que da la capacidad de seguir adelante con alegría, sin desesperar, sin amargarse aunque recibamos golpe tras golpe, es la confianza en Dios. La seguridad de que, pase lo que pase, Dios está detrás, en su Providencia. Como dice Pablo, a quien ama a Dios todo le sirve para su bien. Incluso el misterio del mal.

Si no tenemos confianza en Dios, si sólo tenemos nuestras fuerzas, es seguro que acabaremos claudicando. No tenemos fuerzas ilimitadas. Por muy resistente que creas ser, caerás si estás solo. Irremediablemente.

Sólo Dios puede sacar bien incluso del mal. Él es la roca estable, el punto de referencia al que agarrarse y desde el que ver todo lo demás. Sólo Él puede mantener el corazón sano, curar sus heridas una y otra vez. Sólo Él.

Sólo Dios.

¿Oración larga u oración corta?

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Como sabe todo el que tenga hijos, muchas veces encontrar un rato un poco extenso para la oración individual puede ser un esfuerzo titánico. Pero también es verdad que no es necesario que nos obsesionemos con ello.

No es raro tener la sensación de que, si no pasamos un rato más o menos largo rezando, no hemos rezado. ¿O no? A mí al menos sí que me pasa a veces. Y esto tiene su parte de razón. Al fin y al cabo, en el amor es vital relacionarse con la persona amada. A nadie se le ocurre que un chico y una chica puedan ser novios sin hablar nunca, sin comunicarse, sin conocerse. Eso da origen a largas charlas prácticamente por cualquier tema. Estás a gusto con la otra persona y quieres conocerla más.

Por tanto, cuando el amado es Dios, vemos también la necesidad de tratar con Él ratos largos hablando con Él, adorándole… Pero las miles de responsabilidades de cada día va haciendo que vayamos posponiendo ese momento hasta hacerlo inviable.

Pues bien, una buena posibilidad es olvidarse un poco de la cantidad y centrarse en la calidad. En hacer oración más breve, quizá más intensa, cada menos tiempo. Parar cada cierto tiempo en el trabajo para tener presente a Dios, rezar quizá una jaculatoria, elevar el corazón hacia el Amor.

Posiblemente, la mejor definición que he visto de oración es: “la relación consciente con Dios“. Eso es mucho más que el clásico “hablar con Dios”. Implica que el mero hecho de, por ejemplo, hacer tu trabajo teniendo presente a Dios u ofreciéndoselo ya es oración, porque eres consciente de su presencia, porque te estás relacionando con Él. Esos breves momentos en los que le recuerdas son oración. Y todas esas pequeñas oraciones, al final, hacen una oración mucho más larga y continuada que un rato de oración al día. Se trata de orar todo el día, desde las oraciones al levantarse hasta las oraciones al acostarse.

Muy bien, esa forma de orar proporciona, al final, una relación continuada con Dios. ¿Eso invalida la oración “larga”? Va a ser que no. Recordemos el ejemplo de los novios: todos queremos pasar un buen rato con la persona amada. Así nos impregnamos de ella, nos llenamos de ella. Esto es más cierto aún en el caso de Dios. Es importante lograr encontrar algún momento a la semana en el que estar en intimidad con Dios durante un tiempo. Por motivos obvios, yo recomiendo ir a alguna de las capillas en las que se expone el Santísimo e ir a adorarle una hora a la semana. Si se puede más, pues más.

Esa oración breve pero continua sumada a la oración larga de vez en cuando creo que nos mantendrán cerca de Dios. No se trata de preguntarse si la oración debe ser larga o corta, sino que tenemos que buscar hacer de todo una oración.

La belleza de la liturgia

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Creo que cada día aprecio más la belleza de la liturgia. Porque la liturgia tiene una belleza propia. Cada gesto, cada palabra tiene un sentido profundo. Y recalco la palabra “profundo”. Se trata nada menos que de hacer palpable de alguna forma el misterio de Dios encarnado. Si nos fijamos, por ejemplo, en la liturgia de la Misa, todo va orientado hacia la Consagración, el momento central, en el que el Hijo se hace presente en las especies del pan y el vino.

No hay nada dejado al azar en la liturgia. Nada. Todo está ahí por un motivo. Por eso, cuando alguien se inventa algo, empobrece la liturgia y su belleza. Se va acercando al nivel de espectáculo para satisfacer al público en lugar de ser un encuentro con lo sagrado.

Esto es una peculiar plaga que nos encontramos en no pocas iglesias. Y sí, la culpa recae tanto en el sacerdote como en el feligrés. En el sacerdote porque cede a la tentación de que, si no hace la Misa (como ejemplo litúrgico) más entretenida, no va a aparecer nadie por allí. ¿Dónde está la confianza en Dios y en la Iglesia?

Pero también tiene su parte de culpa el fiel que se dedica a buscar la Misa más entretenida en lugar de tratar de entender lo que vive en ella y sumergirse en ese encuentro con la divinidad. No ve la Misa más que como un entretenimiento.

Una liturgia bien hecha te eleva. Aquí no voy a entrar en la absurda discusión de que si mejor la forma ordinaria o la extraordinaria. Esa discusión es un sinsentido. Ambas formas son igualmente válidas. Cada uno puede tener sus gustos personales. Como ya he dicho en otras ocasiones, me encantaría poder asistir a la Misa en forma extraordinaria, porque tiene que ser impresionante. Pero la forma ordinaria cumpliendo lo que se debe cumplir y haciendo las cosas bien también lo es. Y, si te dejas implicar en ella, la liturgia desplegará sus encantos ante ti. Verás el sentido de lo que se hace y llegarás al punto de no entender cómo quizá antes preferías las versiones con inventos litúrgicos.

La liturgia atrapa tu corazón y lo lleva a cotas desde las que poder encontrarse con el Señor. Pero de verdad, no desde el barniz de sentimentalismo que a veces parece querer impregnarlo todo. Eso no es más que falsedad. Algo facilón que sirva de placebo a quien busca un Dios a medida de sus gustos.

Os recomiendo, la próxima vez que vayáis a Misa, que un poco antes os centréis y os hagáis conscientes de lo que vais a vivir allí. Prestad atención a todo, a cada palabra, a cada gesto. Veréis cosas en las que antes ni os habíais fijado. Daos cuenta de cómo todo apunta hacia ese momento en el que Jesús se hace presente en el altar, en las manos del sacerdote. Como en la Última Cena. Sed conscientes de lo que vivís y lo viviréis de verdad.

¡Por fin llegó la Cuaresma!

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Para el mundo, la Cuaresma tiene un toque tristón. Sólo hay que ver cómo se contrapone con el Carnaval, que sería una cierta representación de la alegría según el mundo (comida, bebida, desenfreno).

Este año ha quedado aún más claro en el desfile de mi ciudad, en el que pude ver una carroza con un trono satánico seguida por otra con una custodia gigante con una calavera en el centro. Bien a las claras quedó quién es la medida de esa alegría falsa que nos ofrece el mundo.

Ante eso, la Cuaresma parece un período de sufrimiento, de tristeza. Pero no es así. Es un período de preparación para el mayor acontecimiento imaginable. Igual que cuando alguien tiene un examen se prepara, o cuando un atleta va a correr un maratón se entrena, la Cuaresma nos prepara mediante la penitencia, el ayuno y la abstinencia para encontrarnos con la Pasión y la Resurrección de nuestro Señor.

¿Tiene un toque de tristeza? Por supuesto. El Viernes Santo nos encontramos con Cristo muerto, abandonado por sus amigos, traicionado. Pero es que la cosa no acaba ahí. Ese no es el fin. Sólo es un hito, un punto al que había que llegar para que entendiéramos cómo es el amor. El de verdad. Y lo siguiente que celebramos y vivimos es la consecuencia de encontrarse con ese Amor: la Resurrección.

El que dijo que es “la Resurrección y la Vida” no falta a su palabra. Lo es. Las cadenas de la muerte no son nada para Él. Y, por Él, tampoco son cadenas que nos vayan a atar definitivamente.

¿Prepararse para algo así es triste? ¿Es triste entrenar duro para conseguir la victoria en una carrera? No. Lo triste es que ese Misterio, esa bendición, ese encuentro con Dios encarnado pase a mi lado y no me entere porque estaba distraído con otras cosas. Eso sí que es triste.

La Cuaresma, si la vivimos adecuadamente,  nos pondrá en sintonía para no estar despistados, para centrar nuestras energías en esos acontecimientos que celebramos y rememoramos en la Semana Santa y que tienen su cúspide en la Pascua de Resurrección.

Os deseo una muy provechosa Cuaresma.

La religión de la democracia

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Hace no mucho, mientras comía con unos compañeros en el trabajo, surgió el tema de la democracia y uno de ellos hizo una disertación sobre que esto es una democracia, y en la democracia se hace lo que dice la mayoría y los demás a aguantarse y a aceptar lo que hagan esos sujetos a los que la mayoría ha elegido.

No es de extrañar una aceptación tan poco crítica, ya que hemos pasado de la democracia como una simple forma de gobierno, con sus defectos y sus ventajas, a una suerte de religión en la que el dios al que dar culto no es otro que esa mayoría indefinida. O, quizá, es la democracia el diosecillo en cuestión y la mayoría es quien le da culto. Supongo que es algo discutible, sobre lo que se podría debatir largo y tendido.

El tema es que este culto a la democracia nos ha llevado a una situación tan absurda como que el derecho a la vida pueda ser algo sometible a votación, con lo que algo que debería estar a un nivel superior a cualquier forma de gobierno (el derecho a la vida) pasa a ser algo redefinible según los gustos de la mayoría del momento.

El mayor defecto que le veo a la democracia es su facilidad para ser corrompida. Sólo hace falta que los votantes no estén por la labor de no dejarse manipular, de pensar de forma crítica. Convencerles de que no hay nada mejor que la democracia y que es la solución para todo.

Una de las grandes ventajas es que refleja muy bien el estado del pueblo. Según sean aquellos a quienes votan, así son los votantes. Estadística pura y dura. Y otra gran ventaja, si llegara a darse, es que si el pueblo fuera culto, pensador, reflexivo… imaginaos cómo sería el gobernante.

Tenemos que luchar contra la falacia de que, si la mayoría dice algo, será verdad. Eso no es así. La verdad o la falsedad de algo no depende de cuántos partidarios tenga. Es algo mucho más básico, originario, radical. La democracia sólo es un instrumento, una forma más de gobernar, pero que tiene que hundir sus raíces precisamente en la verdad para no corromperse. Porque el grave problema, lo repetiré lo que haga falta, es que estamos sustituyendo la verdad por lo que diga la mayoría. Lo que debería ser como un ancla para nosotros, un punto fijo, de referencia para nuestra vida, lo sometemos a votación como tontos. Así nos va. En las urnas se ha legitimado el genocidio del aborto. En las urnas se va legitimando la eutanasia donde ya se ha hecho legal. Al fin y al cabo, si se votó a X, hay que aceptar lo que X diga, ¿no?

Seguro que habrá quien me llame fascista por no cantar las maravillas sin fin de la democracia. Pues bueno, qué le vamos a hacer. Prefiero ver las cosas de forma realista y, desde luego, poner las cosas en su sitio. Y lo siento mucho, pero la democracia no está por encima de la verdad. Ni ninguna otra forma de gobierno.

Pensamiento positivo

Uno de los mantras más repetidos en el mundo de la autoayuda y la Nueva Era es el de que, para que las cosas te vayan bien, tienes que pensar en positivo, en que todo va bien. Así, si quieres encontrar trabajo tienes que pensar que lo vas a encontrar; si quieres aprobar un examen, que lo vas a aprobar; y así en todo lo que se te pueda ocurrir.

El máximo exponente de este pensamiento diría que es aquella frase de Paulo Coelho que dice “cuando quieres realmente una cosa, todo el universo conspira para que lo consigas“. Todo el universo. Casi nada.

Esto viene a querer decir, básicamente, que nuestro pensamiento tiene el increíble poder de, por sí solo, cambiar la realidad estructuralmente según nuestros deseos. O que el universo está a la escucha de lo que quiero para movilizarse para conseguírmelo. No tengo muy claro cómo afectaría cada galaxia a conseguir tal efecto, pero a Coelho no parece importarle ese tipo de detalles. Igual que tampoco le importa el hecho de que el universo tendría que ponerse a conspirar para conseguir todo tipo de cosas contradictorias, porque puede que yo desee A y el de al lado desee justo lo contrario. Según la frasecita de marras, el universo va a conspirar para conseguir lo que los dos deseamos. ¿Qué ocurrirá? Por desgracia, Coelho tampoco nos lo resuelve. Una pena.

Se trata de una forma de pensar apta para vagos y egoístas. Egoístas porque sólo tiene en cuenta los propios deseos y pretende que toda la realidad (incluso el universo entero) se pliegue a mis caprichos. Y para vagos porque se deja en el tintero la parte complicada de todo el asunto: trabajar.

No me entendáis mal. El pensamiento positivo está muy bien, yo mismo he hablado alguna vez de ello. Pero no porque tenga algún tipo de capacidad de modificar la realidad, sino porque ayuda a cambiar la actitud ante lo siguiente que va a tocar, que va ser esforzarse para conseguir esos deseos.

La clave está en el esfuerzo. Sentarse a pensar en lo bien que va a ir todo sin luchar para que salga bien es como ir a pescar sin caña, pensando que el universo va a hacer que los peces salten ellos solitos a la cesta. Pero claro, el esfuerzo no vende tanto como esas “soluciones” facilonas, ¿verdad? ¿Quién atrae más, el sujeto que, con voz de gurú recién despertado, te dice que sólo hay que pensar positivamente para que todo cambie o el que te dice que hay que esforzarse, sudar la camiseta, y así todos los días?

Y, sin embargo, así es como cambian las cosas: creyendo que pueden cambiar y luchando para que cambien. Sin creer de verdad que puede hacerse, el ánimo acabará decayendo tarde o temprano. Sin luchar por aquello en lo que se cree… sencillamente no ocurrirá nada.

El análisis y la parálisis

Me cuentan que hay un cierto profesor de informática en una universidad en la que estudié que dice que “el análisis lleva a la parálisis“. Según esta desafortunada frase, el hecho de analizar el sistema a desarrollar y tratar de dejarlo lo más claro posible llevaría inevitablemente a no realizar el sistema, ya que gastas las energías en sucesivos análisis.

No es difícil darse cuenta de que es un error, y es triste que un profesor lo enseñe así. Quiero pensar que se refiere más bien a que existe una parálisis por el análisis, que no es ni de lejos lo mismo.

Para hacer bien algo con una cierta complejidad hay que pensar primero cómo hacerlo. Darle vueltas en la cabeza (e, incluso, en el papel), pensarlo una y otra vez. Al final se trata de tomar una decisión: ¿hacer esto o lo otro? ¿Hacerlo de esta o de esta otra manera? Sólo un insensato se lanza sin pensar.

Pero hay veces que nos sentimos especialmente inseguros. Y, como es lógico, buscamos estar seguros de la opción a tomar. Lo pensamos y lo volvemos a pensar. Y a cada análisis se sucede un nuevo análisis desde un punto de vista diferente que no se nos había ocurrido antes. O, incluso, volvemos a realizar un análisis que habíamos hecho ya, por si acaso ahora nos da esa clave, ese elemento de seguridad que estamos buscando.

El problema no es el análisis en sí. El problema es el miedo. Miedo a equivocarse, a fallar, a no acertar. Pero es una trampa, porque optar por el miedo ya es equivocarse. Es tomar una decisión que no lleva a nada más que a esconderse. En algún momento el análisis tiene que acabar. En algún momento hay que elegir qué hacer. Y no, por lo general no se tienen todos los datos. Al menos, no en las cuestiones más importantes. A veces hay que hacer un acto de fe, dar un salto al vacío e ir a por lo que parece lo mejor aunque no lo tengamos todo lo claro que nos gustaría.

El ser humano no vive de certezas. No manejamos seguridades, sino incertidumbre con mayor o menos grado de probabilidad. Ni siquiera podemos asegurar a ciencia cierta si el próximo segundo seguiremos vivos. La “normalidad” de la rutina nos hace creer que sí, que si ayer estábamos vivos mañana lo seguiremos estando. Pero no es así. No lo sabemos ni lo podemos saber. Y, en estas condiciones, tenemos que tomar decisiones. Decisiones humanas, con un cierto margen de inseguridad. Decisiones importantes, esperemos que tratando de discernir la voluntad de Dios.