Stephen Hawking, o cómo un físico genial se empeña en hacer de teólogo

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El físico Stephen Hawking ha decidido que la ciencia moderna excluye la existencia de Dios. Supongo que, para llegar a tal conclusión, ha pasado olímpicamente de tantos científicos que sí creen en Dios y no ven ninguna incompatibilidad entre ciencia y fe (más que nada, porque no la hay). Curiosamente, antes no pensaba eso.

Es momento de recordar que ciencia y fe caminan juntas porque el objeto de ambas es la verdad. Sin embargo, sus caminos son distintos: la ciencia se ocupa de los cómos, de la manera en la que organiza la materia. En cambio, el tema de los porqués es preocupación de la filosofía y de la teología. Entre estas tres disciplinas puede haber colaboración, por supuesto. De hecho, la hay. Pero siempre recordando no entrar en el terreno de la otra parte. Así, sería absurdo que un filósofo o un teólogo, por muy eminente que fuera, sin tener ni idea de física se dedicara a decir que su filosofía excluye la existencia del estado líquido, por poner un ejemplo.

Lo gracioso es que ciertos científicos cometen el error garrafal del que acusan muchas veces a la Iglesia. Cierto es que hubo épocas en las que las fronteras no estaban bien definidas, pero también es cierto que de eso se aprendió y que la propia Iglesia se ha esforzado en apoyar la ciencia. O, si no, ¿quién fue quien dio origen a las universidades? Hawking no fue, desde luego. Y, ¿quién fue el primero en formular la teoría del Big Bang? Pues tampoco fue Hawking. Fue un sacerdote católico llamado Georges Lemaître.

Stephen Hawking es un físico excepcional. Y hay que reconocer que sus libros son bastante fáciles de entender, incluso cuando explica teorías de lo más intrincado. Pero como filósofo o teólogo es pésimo. No es su campo, y se nota. En eso puede aprender de Manuel Carreira, S.J., que además de sacerdote jesuita, filósofo y teólogo, es físico y ha colaborado con la NASA. Y, oye, no ve ningún problema en todo ello.

Sólo añadir que no es lícito desde el punto de vista del conocimiento (o epistemológico, para los que les gusten las palabrejas), dar el salto que ha dado Hawking. Se trata de un salto acientífico, ya que no se basa en absoluto en el método científico, sino en una opinión filosófica suya. Da más la sensación de ser una forma de intentar vender su nuevo libro aprovechando la próxima visita del Papa a Inglaterra que otra cosa.

Una lástima que alguien como él, un auténtico genio, se dedique a utilizar la ciencia como excusa para tratar de lanzar sus opiniones filosóficas y vender libros.

Ya que estamos, para todos aquellos (que los hay) que piensan que no hay científicos creyentes, dejo aquí el enlace a una lista bastante interesante: http://luxdomini.net/_ap/contenido1/cientificos_index.htm

Y, de regalo, el enlace a la encíclica Fides et Ratio, sobre las relaciones entre fe y razón.

We can be heroes

Me encontraba escuchando esta canción y me he dado cuenta de una cosa: podemos ser héroes. Podemos hacer que las cosas cambien para quienes están a nuestro alrededor. Podemos lograr que sus dificultades sean menos difíciles, que sus tristezas sean menos tristes. Podemos ayudarlos a encontrar su camino, ofrecerles una sonrisa que les alegre al menos un poco su día. Podemos hacer su trabajo menos pesado. Podemos ser esa lucecita que tantas veces vemos que nos falta en un día oscuro.

Sí, podemos ser héroes. Y lo podemos ser cada día.

La tentación de no ver lo espiritual en el matrimonio

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Es una tentación bastante común pensar que la vida matrimonial es menos espiritual que la de los consagrados. Sin embargo, hay que recordar que el Evangelio no es sólo para estos últimos, sino para todos. No podemos pensar que únicamente les concierne a ellos la vida espiritual. De hecho, un matrimonio sin vida espiritual de ningún tipo será un matrimonio que se va secando, ya que nadie da lo que no tiene. Si Dios no pone amor en los esposos, si no recurrimos a la fuente del amor, ¿de dónde sacaremos el amor para nuestro cónyuge?

Pero que también tengamos que vivir la espiritualidad no implica que nuestra espiritualidad sea idéntica. Eso no puede ser, porque tenemos una forma de vida distinta, con distintos ritmos y distintas obligaciones. No podemos, por ejemplo, encontrar a diario momentos de oración tan largos como los que tendría un monje, por lo que nuestra oración por lo general tendrá que ser más breve y, por qué no, más intensa para aprovechar ese corto espacio de tiempo. Quizás esa apreciación de no ver la espiritualidad del matrimonio esté originada en el error de pensar que la única espiritualidad posible es la de los consagrados. Y nos olvidamos de algo básico y fundamental: somos sacramento. No podemos obviar que el matrimonio forma una comunidad mística de amor y vida en la que Cristo está siempre presente, ya que Él mismo prometió que “cuando dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20). Y, ¿qué es el matrimonio sino una unión de hombre y mujer en el nombre de Dios?

Dos ejemplos interesantes de la espiritualidad en el matrimonio los tenemos en Igino Giordani, cofundador de los focolares, y en Concepción Cabrera de Armida, una esposa y madre de nueve hijos que fundó las Obras de la Cruz. Leer el “Diario de fuego” de Igino Giordani o el “Diario espiritual de una madre de familia“, de Conchita, aparte de dar alimento al alma ayuda a darse cuenta de que la santidad es para todos, que todos podemos aspirar a acercarnos a Dios en nuestra vida, estemos casados o consagrados.

La fe y la tecnología

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Este artículo fue publicado en la revista Icono de la editorial Perpetuo Socorro, año 109, número 1, de Enero de 2008. Está sacado de mi libro La Escala de la Felicidad.

La fe y la tecnología

Hay veces que me asquea el cariz que están tomando las cosas al respecto de la tecnología, aun viviendo de ella por mi trabajo. Es decir, se supone que la tecnología es una herramienta. Debe serlo. Sin embargo, da la sensación de que últimamente se la considera más un fin que un medio. Ponemos chips por todos los lados, móviles con su cámara, radio y demás (cosa, en mi opinión, bastante absurda), siempre hay que estar a la última en temas de tecnología o no eres nadie.

Se está intentando sustituir el vacío que queda tras dejar de creer por la tecnología, y es evidente que así no se va a llenar nunca. Siempre estaremos buscando el último móvil, la última cámara digital, la última pijadita que ponerle al ordenador. Y ahora, hasta controlamos animales mediante chips (por ejemplo, ya somos capaces de controlar una rata a distancia).

¿Se debe a falta de ética? Más bien, búsqueda de algo con lo que llenar el vacío de la fe que se va perdiendo. Ahora se busca, cada vez más, la redención digital. Millones de personas en busca de una cámara digital. Todo lo digital es bueno, lo no digital es anticuado y obsoleto. Lamentable.

El hombre ha abandonado todo lo sagrado que tiene la vida, y ahora se encuentra con el problema de rellenar ese hueco de su vida con algo trascendental, pero no lo consigue. Y por ello necesita más y más para tratar de llenar un hueco que nunca se llena.

La tecnología puede (y debe) servir como instrumento para llevarnos a un mundo mejor. Pero sin confundirnos y verla como un nuevo Dios. Sin embargo no suele ser la tónica general, o por lo menos, eso me parece.

La tecnología es útil para facilitarte el día a día, la comunicación y demás. A eso me refiero con lo de que sirva para hacer un mundo mejor. Que nos facilite la vida y la ayuda a los que no tienen nuestras facilidades. Hacer payasadas tecnológicas e híbridos insípidos no sirve para nada. Ni facilitan la vida, ni ayudan al desarrollo. Son sólo juguetes para engorde económico del que tuvo la brillante idea. Como dijo un compañero de estudios, se trata de abrir nuevos mercados, nuevas necesidades. Cierto, no hace falta un móvil con cámara, pero se puede conseguir que la gente crea que le hace falta. Y ahí está el problema.

La cosa es que nos acostumbramos a estos apegos y adicciones tecnológicas y luego es complicadísimo pensar en la posibilidad de no llevar la tecnología colgando siempre. Es una forma de esclavitud. Es irónico, nos creemos más libres que nunca y somos más esclavos que nunca. Y encima somos esclavos de trastos. Creo que fue Séneca el que dijo: “Mayor soy y para mayores cosas nací que para ser esclavo de mi cuerpo”. Pienso que esta cita también sería aplicable a la tecnología. A veces envidio la forma de vivir de órdenes como los cartujos, que no necesitan esas comodidades para sus vidas.

No nos engañemos, la tecnología en sí misma no tiene ningún valor moral, es neutra. Son sus usos los que pueden ser buenos o malos, positivos o negativos. Por ejemplo, la genética no es ni buena ni mala en sí misma. Sin embargo tiene usos morales, como la detección y el tratamiento de enfermedades, y usos inmorales, como la clonación humana.

También veo completamente inmoral el afán de “vender”. Es decir, vender lo que sea, como sea. ¿Que invento un frigorífico con antena parabólica y conexión para obtener la temperatura en Siberia e igualarla? Pues hay que venderlo. Es una tontería, pero hay que venderlo, y siempre habrá alguien que lo compre. Eso, a mi entender, es el verdadero problema. Quien se quiere aprovechar y quien deja que se aprovechen. La falta de una educación correcta sobre la libertad y la esclavitud. Y la raíz del problema está en la divinización del progreso, sea del orden que sea. Como da a entender un anuncio que he visto hace no mucho, “todo lo nuevo es bueno”. Con eso, creo que lo han dicho todo ellos mismos.

La divinización de la economía y la divinización del progreso pienso que ahora mismo son dos problemas que van de la mano. De hecho, creo que es mayor problema la divinización del progreso que la de la economía, por una razón: al ciudadano de a pie no le intentan “endosar” nuevas maravillas tecnológicas haciéndole creer que va a ser positivo para su economía, sino haciéndole creer que va a ser positivo para él en sí mismo y como persona. Ha llegado a un punto en el que ya no se piensa en la economía (excepto, claro está, quien se empeña en vender a cualquier precio, válgame el juego de palabras), sino en que el producto hace falta porque sin él ya no eres, digamos, tan persona como antes. Ya no eres moderno, ya no vives en el mundo actual, ya te quedas desfasado. Así se quiere hacer creer, por ejemplo, que quien no sepa utilizar Internet se queda en analfabeto, y no me parece que sea correcto. No es más que una herramienta, y por tanto sería como decir que el que no sabe utilizar un martillo es un analfabeto. Pero esto resultaría muy extraño y cómico decirlo públicamente, al contrario que si dices que el que no sabe usar un ordenador es un analfabeto.

Esta situación radica en la divinización de la economía, pero estamos viendo y viviendo que la divinización del progreso se está haciendo “independiente” de su madre (la divinización de la economía), para ofrecernos un nuevo ídolo al que adorar (y pagar). Y no nos queremos dar cuenta de hasta qué punto dependemos de cosas que no necesitamos realmente, que nunca nos llenarán, que no son más que una esclavitud que nos imponemos a nosotros mismos y nos negamos a romper.

Libertad

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Una de las excusas que se oyen por ahí para no casarse es la de la pérdida de libertad, y pienso que el problema se debe a no terminar de entender lo que es la libertad. Lo primero, hay que dejar algo claro: si alguien piensa que puede mantenerse completamente libre, sin tomar ninguna decisión, sin decidirse por nada, está total y absolutamente equivocado. En primer lugar, siempre habrá que tomar alguna decisión, y eso implica elegir dentro de la libertad. E, incluso en el caso de que no tomara ninguna decisión, alguien tendría que decidir por él, con lo que seguro que también se quejaría de que vulneran su libertad.

Es importante tener presente que la libertad no es un absoluto. Es como el dinero: si sólo te dedicas a acumularlo no sirve para nada, es dinero muerto. El dinero tiene que ser utilizado para que realmente tenga algún valor. La libertad es exactamente igual: pretender acumularla lleva a matarla. Es necesario utilizarla para tomar decisiones responsables, inviertiendo en una decisión concreta igual que se invierte el dinero.

¿Por qué digo “decisiones responsables”? Porque la responsabilidad es el contrapunto de la libertad. Dado que somos libres, tomamos decisiones por algo. Siempre hay algún motivo, sea el que sea. Y, dado que elegimos por algún motivo, respondemos de nuestros actos (ese es el significado de la palabra responsable).

Cuando uno toma una decisión ya corta las posibles ramas que surgirían de las demás decisiones y se centra en una que, a su vez, irá dando infinitas ramas de las que tendremos que seguir seleccionando. De esa manera vamos, responsablemente, eligiendo nuestro camino. ¿Perdemos libertad por eso? En absoluto. Utilizamos la libertad para poder seguir avanzando como personas. No utilizar la libertad equivale a no ser libre, a quedarse anquilosado y temeroso en una esquina, asustados porque no podremos dar marcha atrás en nuestras decisiones.

Así pues, ¿qué sentido tiene acusar al matrimonio de pérdida de libertad?

Pan y circo

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Este artículo fue publicado en la revista Icono de la editorial Perpetuo Socorro, año 108, número 10, de Noviembre de 2007. Está sacado de mi libro La Escala de la Felicidad.

Pan y circo

Decían los romanos que la forma de mantener al pueblo contento con su gobierno era darles pan y circo. Y, obviamente, estaban en lo cierto. Mientras el ciudadano de a pie tenga algo que llevarse a la boca y alguna distracción de su vida habitual, normalmente no protestará.

De hecho, este principio de pan y circo es una buena base para la manipulación. Y es que mientras el pueblo esté entretenido no reparará en el resto de cosas que haga el gobierno en cuestión. Lo valorará únicamente por su visión parcial, en la cual se preocupa de su alimentación y de que no tenga que molestarse en buscar respuestas, dándole medios suficientes para divertirse, sin necesidad de tener que encarar el mundo real. Puede haber alguna protesta esporádica, pero suelen pasarse sin mayor trascendencia. Podemos ver como ejemplo esa oportuna manía de aprobar leyes polémicas coincidiendo con la temporada de vacaciones, cuando mucha menos gente hará caso a las acciones de su gobierno, preocupándose únicamente de disfrutar del tiempo libre.

Mientras nos acostumbran a contentarnos con tener comida y entretenimiento para hacer nuestras vidas más llevaderas, nos van anestesiando sobre todos los demás aspectos que nos conciernen. Hoy nos creemos más listos que nunca y caemos exactamente en las mismas trampas de siempre. Mientras no se dé a la población la oportunidad de pensar por ella misma y se la tenga entretenida, no habrá problemas. Ahora bien, si se da que algunos grupos empiezan a pensar por sí mismos, es menester burlarse de ellos, aplastarlos y humillarlos hasta que nadie tenga la tentación de querer actuar de la misma forma. ¿Cuántos jóvenes hoy en día elegirían leer a Descartes en lugar de salir de juerga? Es un indicativo bastante revelador. Nuestra sociedad favorece los placeres egoístas antes que la reflexión y la búsqueda de la felicidad real, porque es la mejor forma de que no se hagan preguntas y se contenten con estar así. Una fábrica de esclavos que, además, están deseosos de serlo.

No es más que la misma historia de siempre: es mucho más sencillo manipular a las masas que a un grupo de personas que piense individualmente. La masa no tiene conciencia, no tiene responsabilidad. El individuo sí. Y eso es lo que más miedo les dio y les sigue dando a tantos gobernantes, tales como Lenin, Hitler, Castro, y otros de los mismos pelajes que dicen ser más moderados y democráticos pero que, al final, siguen siendo los mismos pero disfrazados de corderos.

Tema de prioridades

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Si algo me ha enseñado el matrimonio, y eso que no llevo todavía ni un año de casado, es a cambiar prioridades. Una vez alguien me dijo “está antes la vocación que la profesión”. Es totalmente cierto. La vocación es a lo que tienes que dedicar tu vida. Así, sin ningún tipo de paliativos. Que alguien tenga vocación matrimonial implica que ese alguien tiene que dedicar su vida al matrimonio, no a sus propios intereses. Esto enlaza con lo que indiqué otro día sobre el egoísmo como enemigo del amor: toda vocación es una vocación de amor. Si nos ponemos nosotros por delante, estamos destruyendo nuestra vocación. La estamos pervirtiendo.

Por supuesto, no quiere decir que tengamos que “desaparecer” en el matrimonio. Tenemos que seguir con nuestras aficiones e intereses, pero poniendo las prioridades en su sitio. En el momento en el que afectan al matrimonio, es hora de cambiar. En mi caso, procuro estudiar menos, tomarme la vida de una forma más tranquila. Lo primero es lo primero. Después está todo lo demás, incluyendo el trabajo y las aficiones.

No se trata de falta de libertad, en absoluto. Más bien al contrario, se trata de emplear la libertad de otra manera a como se utilizaba antes, poniendo por delante lo más importante. Porque donde pongas tu tiempo, pones tu corazón.

¿Quién es el fuerte?

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Ayer mi mujer me dio una lección que espero que no se me olvide nunca.

Para entrar en situación explicaré lo esencial. El tema es que estamos en una cierta asociación en la cual unos cuantos propusimos hacer un acto. Se apoyó la propuesta, se dijo que se podía contar con lo que hiciera falta, etc. El problema es que, a la hora de la verdad, por la presión de otros miembros, la junta directiva de la asociación decidió “olvidar” algunas de las cosas que nos habían dicho y decirnos que o lo hacíamos a su manera o no cubrirían la seguridad del acto. Además nos hicieron quedar como mentirosos y creadores de división. Así que nos negamos a seguir adelante con ello.

Nótese que lo he explicado de forma que nadie que no lo sepa ya sabrá a qué asociación me refiero y a qué personas me refiero. No busco airear trapos sucios sino que se vea la situación inicial a grandes rasgos.

La cuestión está en que, desde ese día llevaba (o a lo mejor debería decir que llevo) encima un rencor enorme hacia esas personas. Fue un golpe muy duro, habíamos puesto mucha ilusión y habíamos hecho ciertas inversiones económicas que ahora no servirían para nada. El interés por las actividades de la asociación desapareció y cada vez que nos encontrábamos con alguno de los que estuvimos organizando el evento acababa derivando la conversación a lo que había ocurrido.

Así pasó el tiempo y yo pensaba que se había ido mitigando la cosa, pero no era verdad. La procesión seguía por dentro.

Hace unos meses nos enteramos de que se iba a celebrar algo como lo que queríamos hacer, pero en otra ciudad. Nos apuntamos, pero con el tiempo me volvió la desgana, el desinterés y el rencor que dura hasta la actualidad. Y, hablando con mi mujer del tema, en un momento dado ella me dijo que no estaba dispuesta a permitir que esa gente la condicionara la vida de esa manera y que tenemos que ser coherentes con lo que decimos. Y, amigos míos, tiene toda la razón del mundo.

En primer lugar, con el rencor le damos a esas personas un protagonismo en nuestras vidas que ni merecen ni queremos. Es dar poder sobre nuestras vidas a esos individuos, peor aún, a los actos que, en un momento dado, esos individuos hicieron. De eso nada. Ni lo merecen ni es bueno para nosotros.

Y, por otro lado, ¿dónde queda la coherencia? Es cierto, el perdón es de lo más difícil de dar. Pero la regla del amor lo exige. No lo merecen tampoco, ni me lo van a pedir, pero lo quiero dar. Al fin y al cabo, el amor siempre es inmerecido. Es una buena ocasión para aplicar lo de amar a los enemigos. Si Cristo perdonó incluso a quienes le crucificaron, ¿quién soy yo para retener el perdón a nadie? El perdón lleva a la libertad.

Las heridas están, es innegable. Pero la disposición para sanarlas también. Ahora sí. Quiero escapar de la espiral de rencor y de absurdo, y lo voy a hacer. No lo voy a intentar, lo voy a hacer aunque me lleve media vida.

Ayer, mi mujer me enseñó que ella es más fuerte que los que nos hicieron daño y que yo mismo. Y doy gracias a Dios por ello.

Quien quiera tener más de tres hijos está enfermo

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Esa es la bonita frase emitida por un compañero de trabajo en una charla sobre por qué no se hacen todos los partos por cesárea para que la madre no sienta dolor. Sobre el tema del miedo al sufrimiento ya hablaré en otro momento, que también tiene su aquel. Conociéndole, quiero pensar que no lo piensa realmente, pero sirve perfectamente para ilustrar lo que comentaba el otro día sobre que el egoísmo es el enemigo mortal del amor.

Hemos llegado a una sociedad en la que se ve a los hijos como enemigos de la pareja. Como si vinieran a destruir ese supuesto amor entre hombre y mujer, cuando realmente el amor no es egoísta, siempre está abierto a la vida. Es más, se tiende a ver el tener que cuidar de los hijos como una señal de debilidad. ¡Pobrecillos, tienen hijos y tienen que cuidarlos! ¡Con lo bien que estaban solos! A ver, que no tiene nada de debilidad. Que es más bien lo contrario, que hay que ser muy fuerte y llevar mucho amor dentro. Hay que quitarse de encima ese miedo a la responsabilidad, ese individualismo y egoísmo atroz en el que nos sumerge la eterna adolescencia que se nos predica continuamente desde las instancias socio-políticas actuales. Yo, me, mi, conmigo no tiene ningún futuro.

Si hay amor dentro, el amor querrá salir y extenderse. Una relación en la que se quedan los dos solos porque no quieren que su amor dé frutos se queda esclerotizada. Rechina. Y el fruto del amor es más amor. No hace más que crecer, si se le deja.

Estaría bien preguntarse por qué el empeño político en favorecer a las multinacionales del genocidio abortista pero no a las mujeres embarazadas ni a las familias numerosas (ni no numerosas). A la cultura de la muerte sólo se puede responder desde la cultura del amor y de la vida. De lo contrario, ni tendremos futuro ni seremos realmente personas, sino peleles.

El enemigo del amor

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El egoísmo es el gran enemigo del amor. Y hablo del amor a todos los niveles, tanto dentro del matrimonio, como dentro de las relaciones con los vecinos, en el sacerdocio o en la oración. Si entendemos que el amor es buscar el bien del otro incondicionalmente es fácil ver que, si alguien es egoísta, es bastante difícil que llegue a preocuparse del otro. Como en todo, hay grados. Pero creo que se entiende a lo que me refiero.

Es conocido el lema de San Ignacio de Loyola: “En todo amar y servir“. Igino Giordani, en su “Diario de fuego”, se refiere varias veces al amor como servicio. El amor es servir al otro, olvidarse de uno mismo para darse al amado. Esto no se puede cumplir si en el nivel de prioridades el primero que se pone es uno mismo. Eso no es amor.

Es interesante recordar también el himno a la caridad, de la primera carta de san Pablo a los Corintios 12, 31-13,13:

Hermanos:

Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino excepcional.

Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden.

Ya podría tener el don de profecía y conocer todos los secretos y todo el saber, podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada.

Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve. El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.

Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites.

El amor no pasa nunca. ¿El don de profecía?, se acabará. ¿El don de lenguas?, enmudecerá. ¿El saber?, se acabará.

Porque limitado es nuestro saber y limitada es nuestra profecía; pero cuando venga lo perfecto, lo limitado se acabará. Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre acabé con las cosas de niño.

Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es por ahora limitado; entonces podré conocer como Dios me conoce. En una palabra: quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande es el amor.

En ninguna parte pone nada de que el amor se mira al ombligo, ni que se preocupa de sí mismo. Más bien al contrario. Es paciente, amable, perdona, no es egoísta. Si el mismo Dios en su Segunda Persona se entregó por su criatura, ¿no deberíamos nosotros hacer lo mismo?