Artículo escrito en Enero de 2010 y publicado en la revista Icono de la editorial Perpetuo Socorro, año 112, número 2, de Febrero de 2011. También publicado en Católicos con Acción el día 18/09/2016.
Ars Diaboli
Hoy en día no está de moda hablar del Diablo. En absoluto. Se considera, incluso entre muchos cristianos, como un tema lejano, de la noche de los tiempos, como una superstición todavía no terminada de erradicar, como algo que pertenece al pasado más remoto y más oscuro de la Iglesia ¡Qué gran trabajo ha hecho convenciendo a tanta gente de que no existe! Ahora puede campar a sus anchas, porque pocos le reconocen y menos aún tienen algún interés en reconocerle.
No es mi intención tratar de demostrar la existencia de los demonios. Para mí es un hecho, y además es una verdad de fe de la Iglesia. Más bien quiero exponer algunas notas del ars diaboli, del arte del Diablo para engañarnos. Para vencer a un enemigo es importante conocer su estrategia y, aún así, es una batalla de cada día. Y este, no lo dudemos ni por un instante, es un duro enemigo al que vencer continuamente.
La mayoría de las veces, propone el mal como si fuera un bien. En estos casos hay que rascar en la superficie para sacar a la luz la verdad, qué es realmente lo que se propone, quitando todos los adornos que haya podido ponerle. Es importante recordar que puede llegar a ser muy sutil. A no ser que ya estés dispuesto a escucharle no te va a proponer nada evidentemente malo. Es lógico; la mayoría de las personas, por mucho que les dijera que mataran a sus vecinos, no haría ningún caso. Todos hemos sentido alguna vez la atracción del mal, sería una tontería negarlo. El mal le resulta muy atractivo al ser humano.
Sin embargo, lo que es evidentemente malo es muy fácil de descubrir si se quiere. Por ello, para él sería tiempo perdido en quien intenta ser bueno y seguir los mandamientos de Dios. Necesita otra estrategia, que consistirá precisamente en aparecer como ángel de luz. Para ello propondrá cosas aparentemente buenas. Según cada persona, apelará a unas u otras. Mostrará algo que, en sí, puede ser perfectamente bueno. Pero siempre con otra intención.
Es un buen estratega, hay que ser muy precavido. Sus razonamientos son engañosos. Puede que no mienta, muchas veces tampoco le hace falta. Algo que sea verdad lo puede utilizar de manera que sirva para sus intenciones. Pero en su actuar, si estamos atentos, siempre se nota que está aprovechando nuestras debilidades. Te puede proponer incluso las más altas metas espirituales, pero espoleando tu soberbia (o tus ganas de ser más, de resaltar, etc.). Eso sí, de una forma muy sutil cuando ve que por la fuerza no puede conseguir nada. Te dará razonamientos, pero serán vacíos. Tendrán una lógica utópica que mostrará un camino hacia una cierta perfección que no se corresponde con la realidad. No te aportarán paz, porque él no puede dar una paz verdadera; sólo puede intentar imitarla. No te hablará claramente, sino que dará rodeos para convencerte. Con una lógica impecable, pero con unas premisas que, en el fondo, son falsas.
Ahora bien, no resulta nada fácil llegar a encontrar esas premisas ni desenmascarar el vacío de sus razonamientos. De ahí la enorme importancia de un director espiritual que conozca las trampas del enemigo para poder reconocerlas y superarlas. A él no le gusta nada que busquemos ayuda de alguien que realmente pueda indicarnos el camino correcto, y tratará por todos los medios a su alcance de que no lo hagamos. Pereza, vergüenza, indecisión, soberbia, están en su bagaje. Es preciso buscar un buen director espiritual y hacer el firme propósito de seguir sus consejos. Puede que nuestro orgullo se resienta pero, ¿acaso no seguimos los consejos del médico para mantener la salud?
He mencionado un par de veces la soberbia, y no es por casualidad. Recordemos que fue el primer pecado, el pecado del Diablo. Desde entonces, ese es el principal enemigo de los planes de Dios y la fuente de los demás pecados. El querer ser como Dios al margen de Dios es precisamente el origen del olvido de los demás y de Dios, y de ahí se deriva el resto de nuestros vicios. Y también hay que darse cuenta de que el Diablo es un experto en soberbia y sabe lo propensos que somos a ella. Supongo que el hecho de que todo ser imperfecto tienda naturalmente a su perfección hace que, al ser Dios la perfección, nos sea tan fácil el caer en el error de intentar llegar a esa meta de una forma rápida, incluso tratando de asumir el papel reservado al Señor.
En cualquier caso, es importante tener en cuenta que, en quien intenta ser bueno, los consejos del enemigo suelen caer en el alma como un elefante va por una cacharrería. Puede que parezcan buenos al principio, pero sólo generan confusión y caos. Sin embargo, hay veces que ha sido capaz de engañar a personas con una elevada vida espiritual. No podemos ser ilusos, nadie está excluido de ser engañado. Pero es nuestra responsabilidad y nuestro deber procurar que no sea así, y eso sólo puede lograrse acercándose a Dios, teniendo contacto con Él frecuentemente.
Por último quiero recordar la famosa regla de San Ignacio de Loyola: en tiempos de desolación no hacer mudanza. Hay momentos en los que nos sentimos como si Dios se hubiera apartado de nosotros, como si nada tuviera sentido. Son momentos de sequía espiritual en los que el enemigo aprovecha para hacer sus propuestas. Es importante no cambiar las decisiones tomadas en momentos de consolación, de claridad, en una desolación. Es más, hay que luchar contra la desolación insistiendo más en la oración y haciendo lo contrario de lo que nos inspire el mal espíritu. Si, por ejemplo, nos invaden pensamientos de tristeza, esforzarse en estar alegre.
No es una buena opción prestar oídos a quien busca nuestra perdición. Una vez vi la foto de un capitel que expresaba a la perfección la manera de actuar del Diablo. Se trataba de la escena de la matanza de los inocentes. Aparecía Herodes, en actitud de estar reflexionando, y junto a él el maligno susurrando a su oído. Eso es lo que hace, como no puede obligarnos a nada nos propone cosas como si fueran de nuestro propio proceso mental o incluso de Dios, y trata de forzar la situación todo lo que le permite nuestra libertad. La última decisión la tenemos que tomar nosotros.
No debemos caer en el error de pensar que este tipo de cosas sólo debe preocupar a la gente más espiritual. Es un grave error. No existe ninguna persona a quien el Diablo no odie. Quiere que todos compartamos su mismo destino, que todos demos la espalda a Dios y nos lancemos a su abismo de desesperanza. No es un enemigo a infravalorar, pues está como león rugiente buscando a quién devorar, pero tampoco debemos sobrevalorarlo. Porque, ¿qué es el Diablo en comparación con Dios? ¿Qué hay que temer si nos agarramos a Dios con todas nuestras fuerzas? Él no dejará que nos hundamos, a no ser que nosotros queramos hundirnos. Sujetémonos en la Cruz y nada, absolutamente nada, nos podrá apartar del Señor.