Este artículo fue publicado en la revista Icono de la editorial Perpetuo Socorro, año 109, número 8, de Septiembre de 2008. Está sacado de mi libro La Escala de la Felicidad.
Carta anónima
Yo soy aquel que pudo ser y no fue.
Aquel que, sin ninguna culpa, fue castigado.
Aquel al que se le destruyó sin ninguna oportunidad.
Yo soy aquel a quien no se le permitió opinar.
Aquel que fue desahuciado por las manos de los hombres.
Desechado por la persona que más pudo importarme.
Asesinado por el miedo, la cobardía, la rabia, el egoísmo, disfrazados de ley.
En nombre de los derechos de quien me cobijaba.
Como no podía quejarme, nadie me escuchó.
Nadie pensó en mí.
Bien es cierto que pude ser un marginal o un criminal.
Bien es cierto que pude haber sufrido.
Pero, ¿acaso no es eso la vida?
También pude ser una gran persona.
Pude salvar vidas.
Pude traer más paz a este mundo de miseria.
Pude haber sido el consuelo de tus lágrimas, la luz de tus tinieblas.
Pero no me quisiste dar una oportunidad.
¿Por qué?
¿Por qué me odias?
¿Qué te hice de malo?
Pude quererte, y me diste la muerte.
Yo pude ser y no fui.
Y ahora ya nunca sabremos cómo habría sido o qué habría hecho.
Porque mi madre eligió entre mi vida y mi muerte, y decidió abortar.