La castidad, contra lo que mucha gente entiende, no es represión de la sexualidad, ni celibato. La castidad es administrar con verdad y amor su sexualidad. Así, el celibato es una forma de vivir la sexualidad, propia de los consagrados. Pero el matrimonio también tiene su forma de vivir la castidad.
Implica vivir la sexualidad siempre desde el amor, siempre buscando la unión y abiertos a la vida. El egoísmo atenta contra la castidad, ya que también atenta contra la esencia del matrimonio y de todo sacramento, que es el amor. No podemos pararnos en el simple placer, porque eso limita enormemente las dimensiones de la sexualidad y el amor. Igualmente, si no nos abrimos a la vida estamos demostrando que, en realidad, nuestros motivos son puramente egoístas y no nos interesa más que un cierto intercambio de placer, sin un amor verdadero, sin una entrega absoluta.
Así pues, la castidad no tiene nada que ver con el miedo a la sexualidad ni nada de eso. Al contrario. La castidad matrimonial lleva a vivir de la forma más rica y más enriquecedora la sexualidad.