Como padre de familia numerosa, sé que una de las dificultades más habituales en el entorno familiar es el de que nuestros hijos se empeñan en no escuchar lo que les decimos.
¿O no hay veces en las que parece que hablamos con piedras?
Y, sin embargo, por mucho que pueda resultar frustrante (al fin y al cabo, queremos lo mejor para ellos y es importante que nos escuchen), es de lo más lógico.
Hagamos un experimento: imagínate que tienes a alguien cercano que siempre te está dando instrucciones sobre cómo hacer las cosas. Que habla, habla y habla; que exige que se le escuche y se enfada si estamos a otra cosa.
¿Cuánto tardarías en dejar de prestar atención?
Al final, su voz sería como un ruido de fondo y poco más.
Ahora imagínate que tienes a alguien que te escucha de verdad. Quizá hayas tenido la experiencia de conocer a una persona así. Que pone todo su ser en lo que tienes que decirle.
Queremos que nuestros hijos sean así con nosotros, pero falta un detalle: ¿lo somos nosotros?
Si has tenido la suerte de que te han escuchado de esa manera, sabrás bien lo que se siente: esa persona te valora. No te ve como un mero trámite. Es más, si te fijas en los que más te hayan marcado para bien, es más que probable que te encuentres con gente que te escuchaba de verdad, sin paliativos.
Mediante esta forma de escuchar, la escucha activa, le estamos diciendo a nuestro interlocutor: te valoro. Valoro lo que me tienes que decir. Quiero que te expreses y formar parte de tu historia, de tu pensamiento. Sé que eres alguien maravilloso, digno de ser escuchado, de ser tenido en cuenta.
Cuando escuchamos así, no nos dedicamos a buscar respuestas. Solo buscamos comprender, dar la mano y acompañar. Si después hay que dar una respuesta, se da con amabilidad, mostrando que honramos su confianza para con nosotros. Porque que alguien quiera compartir contigo su tiempo, sus pensamientos, es algo muy especial que banalizamos demasiado.
¿Escuchamos así a nuestros hijos? ¿Lo dejamos todo cuando vienen a contarnos algo o nos dedicamos a mirar el móvil, a pensar en otra cosa, a buscar una respuesta a lo que nos digan para poder terminar cuanto antes?
¿Nos damos cuenta del poder de la conversación sincera, de que alguien nos valore lo suficiente como para pasar parte de su tiempo escuchándonos?
Pues, si no lo hacemos nosotros, ¿cómo esperamos que ellos nos escuchen así?
Haz la prueba y escúchales como si no tuvieras nada más que hacer. Que se sientan escuchados, queridos. Ya verás cómo es el principio de un cambio maravilloso.
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