¿Qué tal?
¿Cómo estás?
Seguro que muchas veces te han hecho estas preguntas o similares al saludarte. Quizá también las has hecho tú. Se han convertido en frases hechas, en preguntas de cortesía.
Por desgracia.
Porque, el grave problema de que solo sean de cortesía es que, la mayoría de las veces, no se espera una respuesta sincera. Más aún, resultaría muy incómodo que nos dieran una respuesta sincera. Lo que está «establecido» es un «bien, ¿y tú?» o algo parecido. Nada que comprometa.
En realidad, aunque se utilicen esas expresiones, por lo general no interesa la respuesta. Es una especie de saludo.
Y creo que eso debería cambiar. Porque todos tenemos derecho a sentirnos mal y a no tener que fingir que no es así, que todo es maravilloso y vivimos en el país de la piruleta. Hay veces que nos va mal. Otras que nos va muy mal. Y, sí, por supuesto, otras que todo va bien o muy bien.
Pero no es nada agradable oír que alguien te pregunta qué tal estás y saber que, en realidad, le importa un bledo. Que, aunque lo que te gustaría sería decirle «fatal, no termino de ver la luz al final del túnel, no sé si podré soportarlo más», lo adecuado socialmente es decir que estás bien o, como mucho, tirando, acallando nuestros verdaderos sentimientos.
Parece que no es aceptado socialmente que estemos tristes o a disgusto. Hay quienes se empeñan, como gurús del todo a cien, en que tenemos que estar siempre con una sonrisa en la cara. Siempre a gusto, estupendos, dispuestos a todo. Por desgracia, la realidad es terca. Y las cosas malas ocurren.
Algo tan sencillo como tener ansiedad se convierte en una odisea, porque sabes que no es bien comprendida por la mayoría de la gente. Y, en ocasiones, ya ni te preguntan para evitar que les cuentes cómo te sientes y, quizá, descubran que ellos también tienen buenos motivos para decir que no están bien.
Releo lo que llevo escrito en esta entrada y me da la sensación de que es un desahogo por tantas veces que me han preguntado cómo estoy como mero trámite, sin que mi interlocutor tuviera verdadero interés (aunque fuera mínimo) por saber cómo estoy.
¿No deberíamos recuperar la humanidad en nuestro trato con los demás?
Si preguntamos a alguien cómo está, que sea con la intención de saber de verdad si está bien, si algo le preocupa y si le podemos ayudar.
Si alguien nos pregunta, que no nos sintamos presionados para responder que bien. Que entendamos que estamos en nuestro derecho a sentirnos mal y que es bueno reconocerlo y hablar de ello para que no se quede solo en nuestra mente, dando vueltas y vueltas.
Tendamos una mano al otro. La vida ya es lo bastante dura como para no hacerlo.
Recibe más contenido como este en tu correo: