Hay momentos en los que uno echa la vista atrás y recuerda, simplemente recuerda…
¿Cómo empecé yo a escribir? La verdad es que no tengo mucha idea. Como tantas cosas en la vida, fue un proceso, no un momento concreto.
Desde siempre (al menos, desde que tengo recuerdos) me gusta mucho leer. Desde pequeñín. Hasta el punto de que, por lo visto, tuve que empezar a leer por mi cuenta tras agotar a mi familia, que se pasaba toda la noche despierta gracias a mí pidiéndoles que me leyeran algún cuento.
¡No me digáis que no era adorable!
Para ser justos, no es que me guste leer. Es que soy adicto. Necesito leer. Ahora es cuando digo que lo puedo controlar y dejarlo cuando quiera. No. No es así. La palabra escrita me aporta algo que no termino de entender, pero que me hace falta. Me relaja, me transporta, me evade. Pero también me alimenta, encaja conmigo, con mi mente. No recuerdo una etapa en mi vida en la que no quisiera leer, ni soy capaz de imaginarme un futuro sin un libro. ¡Si me leo hasta los prospectos de las medicinas o los ingredientes de los alimentos si no tengo otra cosa a mano! Además, siempre he sido muy introvertido y muy curioso. Supongo que esos dos factores también influyen.
Y los tres factores, unidos, parecen haber dado como resultado un escritor.
Pero sigamos con los recuerdos… Lo siguiente que viene a mi memoria fue, en EGB, tener que preparar en grupos una obra de teatro. Había que elegirla y representarla. Pues bien, resulta que yo no me veía capaz de aprenderme el texto de la obra de teatro que teníamos en mi grupo. Además, me daba una vergüenza horrible ponerme delante de todos a representar algo que estaba convencido de que no me iba a saber bien.
Así que lo que se me ocurrió fue escribir yo la obra que representaríamos.
A ver, que nadie se piense que escribí algo del nivel de Hamlet. Por desgracia (o por suerte) no he encontrado la obrita en cuestión, pero era bastante cortita (recuerda que no quería aprenderme un montón de diálogos y que era un chaval) y con espadas. Eso que no faltara. Creo recordar que nos las hicimos de contrachapado y las pintamos. Por cierto, me pusieron mejor nota por haberme lanzado a escribir la obra de teatro. Por supuesto, no dije cuál había sido el principal motivo para haberlo hecho así.
Pero ya solo el que me pareciera una opción viable escribir yo la obra a esa edad resulta significativo. Algo había ahí.
Como no podía ser de otra manera, siendo no sabría decir si más bien niño o joven, llegó el momento en el que escribí mi primer intento de historia. Una historia de verdad, no una redacción del colegio. Iba a ser una novela de fantasía. Llegué incluso a dibujar un mapa con un cierto detalle, con curvas de nivel para definir las montañas y todo. Este texto sí que ha sobrevivido, pero jamás lo veréis. Jamás. Eso sí, no descarto que llegue a escribir algo basado en él, al menos lejanamente. Al fin y al cabo, la idea no era mala.
Hoy lo leo y me doy cuenta de la inocencia del escrito, de que había una idea pero no terminaba de tener claro qué hacer con ella y de que todavía no tenía recursos suficientes para convertir una idea en una historia. Sin embargo, no iba por mal camino.
A partir de ahí, mis intentos de escribir una historia se quedaron latentes. Me centré más en mis estudios, leer todo lo que pasara por mis manos, mis inquietudes espirituales… De cuando en cuando escribía alguna cosilla a modo de reflexión personal, sin la intención (que yo recuerde) de que nadie más las leyera.
Hasta que llegó un punto en el que decidí hacer un pequeño foro privado para debatir e investigar temas espirituales, históricos, etc. El foro en sí duró más bien poco. Pero lo importante fue que mi novia, ahora mi esposa, al leer mis intervenciones me dijo un buen día que tenía que escribir un libro.
Así que a reclamarle a ella, que fue quien hizo saltar la perdiz.
Tienes que escribir un libro. Con una frase tan sencilla se activó en mí algo que llevaba latente desde hacía tiempo. Empezaron a surgir en mi mente posibilidades que no había considerado. ¿Yo? ¿Escribir un libro? ¿Como los que leía con tanta avidez?
Lo más curioso es que no me parecía imposible. Más bien me resultaba… natural.
El caso es que acabé haciéndole caso. La escala de la felicidad, utilizando escritos que publiqué en ese mismo foro, fue mi primer ensayo y mi primer libro propiamente dicho.
A este le siguió Cartas desde el corazón a un hijo no nacido, un libro epistolar en el que, por medio de una serie de cartas dirigidas a un niño que todavía no había nacido, reflexiono sobre distintos temas.
Dos ensayos, pero yo tenía ganas de más. A una idea le siguieron muchas más. Y, por fin, decidí tomar una de ellas y escribir mi primera novela: Llorando sangre. A la que ha seguido Apocalipsis.
Pero no podía dejar apartada en un rincón la escritura de no ficción. En concreto, quería escribir algo espiritual, no demasiado largo, útil y que ayudara a vivir la fe. Ese anhelo ha tomado forma en la serie Meditando el Santo Rosario, que une la espiritualidad ignaciana a la meditación y contemplación de los misterios del Rosario.
Además, durante todo este tiempo no he dejado de escribir artículos, tanto publicados en otros medios como en este blog.
Y tantos proyectos vivos, en distintos grados de avance, que están en marcha. Como Memorias del ocaso, una serie de libros en la que voy desarrollando un mundo en el que, poco a poco, la inteligencia artificial va tomando el control de todo. O Roncho, cazador de monstruos, que surgió de uno de los relatos de mi primer libro de fantasía, Magia, heroísmo y esperanza. Y más, muchos más, que quieren también su oportunidad de ser escritos.
Me encanta escribir. Es duro, se lleva muchísimo tiempo… pero cuando escribo sé que estoy haciendo algo para lo que he nacido.
Y que, de una forma enigmática, casi telepática, me conecta contigo.
¿Eres tú también un adicto a la lectura? ¿Eso te ha llevado a intentar escribir alguna cosa? Cuéntamelo en los comentarios.