No creo que a nadie que me conozca o que siga este blog le pille de sorpresa que me encantan las artes marciales. De hecho, la que más me gusta es el kung-fu Choy Lee Fut, que es la rama que practico, concretamente la de la familia Chan. Es el arte marcial con el que entré en ese mundillo hace… pues ya ni sé cuántos años, al menos 27 o así. Unos cuantos.
Comencé de la mano de Charli, alguien de quien ya he hablado. Un auténtico maestro que vivía el Choy Lee Fut. Sus clases me encantaban, explicaba con claridad, ponía énfasis en que cogiéramos bien la técnica y era tremendamente humano. Y no tenía ningún interés en que le llamaran maestro ni sifu.
Cuando murió y por razones que no vienen al caso, dejé de entrenar poco a poco. Sin embargo, todo ese conocimiento seguía ahí, en mi interior. Miles de repeticiones de técnicas, la experiencia incluso dando clase algunas veces, cuando él no estaba porque tenía que ir a una competición, no iban a desaparecer así como así. Y, hoy en día, sigo entrenando.
Con él y con el ambiente de sus clases llegué a la conclusión de que, si bien las artes marciales en sí no tienen por qué cambiarte para bien, un buen maestro sí que lo puede hacer. Él te sabrá dirigir, sabrá ver qué necesitas en cada momento para avanzar, se adaptará a tu forma de aprender. Si ves encarnados en él los principios que predica ese arte marcial en particular, sí que los absorberás de la forma correcta. Si, en cambio, te enseña alguien engreído, o un matoncillo de tres al cuarto con cinturón negro, o similar, eso será lo que te irá inculcando.
Por mi experiencia con las artes marciales y con Charli decidí que sería bonito escribir una novela que hablara precisamente de todo esto. En la que se pudiera ver cómo el ejemplo correcto puede ayudar a alguien que tiene todas las papeletas para ser un marginado, un desahuciado. Una especie de homenaje a todos esos buenos maestros que no se preocupan tanto de si el alumno ha pagado un día o al siguiente, sino que buscan que aprendan, que mejoren, que sigan adelante.
No fue una escritura fácil, lo admito. Es bastante diferente de mis géneros habituales, pero sentía que era mi deber escribirlo. Por supuesto, le di un papel importante al kung-fu Choy Lee Fut, ya que es el arte marcial que mejor conozco. Quien practique otra tiene mi permiso para, al leerlo, sustituir lo que ponga de este estilo por lo equivalente del suyo.
El luchador es una historia en la que, sí, hay peleas. Hay violencia. Hay sufrimiento, y no solo físico. Hay incluso venganza. Pero también hay perdón, redención y amor. Es el camino de un joven que no sabe qué hacer con su vida, que se encuentra con problemas y no siempre toma las mejores decisiones, aunque él crea que sí. Algo más común de lo que pueda parecer.
Si quieres echarle un vistazo al libro, aquí te dejo el enlace.