El otro día volvía a casa escuchando una canción de Tino Casal, Billy Boy, sobre un personaje que se vestía y se peinaba buscando provocación. En ese momento se me pasó por la cabeza algo que ayer, al escuchar el evangelio en Misa, he visto confirmado.
El evangelio de ayer nos dice que debemos ser la sal de la tierra y la luz del mundo (cf. Mt 5, 13-16). Y yo me pregunto: ¿hay, hoy por hoy, alguna manera de ser luz del mundo sin ser provocador? Ojo, no necesariamente buscando la provocación, como Billy Boy, sino por la forma en la que debemos comportarnos para ser coherentes con nuestra fe. Me da la sensación de que, por no provocar, por pasar inadvertidos, por escondernos, por cobardía pura y simple, hemos ido rebajando más y más el nivel hasta convertir la fe en un aditivo tan light que no sirve para nada al que lo tome.
Sí, la provocación conlleva que se enfaden con el provocador. Y ahora llegará algún buenista diciendo que lo que tenemos que hacer es ser dulces, alegres, no buscar confrontación, no decir nada que pueda ofender…
Oye, pues a Jesús lo crucificaron. Y a tantos y tantos cristianos los han matado y los siguen matando por su fe. Por su coherencia. Provocaron sin necesidad de buscar provocación, siendo lo que debían ser. Y así es como tiene que ser, aunque el precio sea la ira del mundo.
Lo siento mucho si no le gusta al buenista de turno. Si eres uno de ellos, tengo que decirte que de católico no tienes mucho. Porque, si lo tuvieras, no le ibas a gustar al mundo. Desde luego, no te aplaudiría por el sencillo motivo de que le llevarías la contraria. Si lees el Evangelio, poca duda cabe de que Jesús no era alguien que evitara la confrontación continuamente. Porque expulsar mercaderes con un látigo, llamar a los fariseos día sí y día también cosas tan bonitas como sepulcros blanqueados y raza de víboras y decirle a la pecadora que no volviera a pecar más no es precisamente lo que uno piensa que sea no buscar confrontación. Es ser coherente con su mensaje, pasara lo que pasara. Que tenía muy clarito lo que iba a pasar.
Pues todo aquel que se pretenda llamar católico tiene que seguir el mismo itinerario. Jesús es nuestro modelo.
Y resulta que la única forma de ser coherente, hoy por hoy, es ser políticamente incorrecto. Por cierto, una nota curiosa sobre esto de ser políticamente incorrecto es que muchos de los jóvenes y de los eternos adolescentes que se creen rebeldes no hacen más que ser los más ajustados a la corrección política que puede haber: en contra de la Iglesia, a favor de aborto, eutanasia, gaymonio, etc. Vamos, rebeldes, rebeldísimos. Ya ves.
Si eres coherente, serás provocador. Eso, seguro. Y, por tanto, alguien se sentirá ofendido. Así es la vida, hay que aprender a asumirlo.
Si defiendes la familia y la infancia, poco tardarán en llamarte homófobo (ese palabro vacío de significado para que se pueda llenar con cualquier supuesta ofensa, como pensar por uno mismo y no aceptar la imposición de la dictadura de género).
Si tienes familia numerosa, prepárate para ser comparado con los conejos y para oír todo tipo de estupideces.
Si defiendes la vida, en seguida te dirán que eres un nazi.
Si te empeñas en no destrozar el lenguaje metiendo arrobas y “x” o con el famoso “todos y todas los y las…”, serás un machista irredento. De hecho, como se te ocurra ser y parecer un hombre, serás un machista.
Si te declaras católico, no dudes de que escucharás bromitas y blasfemias.
Si defiendes a la Iglesia, serás un rancio, facha (este insulto que no falte) y apelativos igual de cariñosos.
Por cierto, lo de facha lo serás en cualquier caso. Por si las moscas.
Llegados a este punto, lo único que queda por decir es: ¿y qué? Oiga, yo no he venido a este mundo a dar gusto a los prejuicios, tibiezas y lobotomías culturales de los demás. Tú, como católico, tampoco.
Has venido a dar testimonio de la Verdad.
Que se note. No tengas miedo.