Debo reconocer que, esta vez, el título lleva trampa. Yo no sé cómo ser un buen padre. No tengo ni idea. Todos los días dudo que lo sea y que llegue a ser lo suficientemente bueno para Ignacio. Pero creo que la esencia está en una sola frase:
Debes ser lo que quieres que tu hijo sea.
Así, sin más. Sin anestesia. Y no me refiero a cosas «menores», como en qué trabajará cuando sea mayor, sino más bien a su forma de ser como persona. Eso es mucho más importante porque trasciende todo lo que pueda hacer. Si quiero que mi hijo sea una persona honrada, alegre, generosa, no me queda más remedio que serlo yo antes. Eso es muy duro. Es un proyecto para toda la vida porque, ¿sabéis?, somos padres durante toda la vida.
Tenemos que ser conscientes de que estamos bajo estricta vigilancia. Nuestros hijos no nos quitan ojo de encima, y todo lo que hagamos se les va a quedar grabado de una u otra manera. Aunque no lo parezca. Aunque creamos que es algo trivial. No lo es. Dicen que «el diablo reside en los detalles», y aquí se cumple a rajatabla. Un niño absorbe los comportamientos que ve en casa. Detecta las incoherencias sin ningún esfuerzo. No puedo estar diciéndole que hay que ser honrado y luego, con mi comportamiento, decir lo contrario. Porque el ejemplo es lo que queda.
Eso sí, esta estricta vigilancia dista mucho de ser agobiante. A mí, al menos, me proporciona una alegría sin límites. Pero nos tiene que ayudar a ser responsables y coherentes. Esa es la clave. Quizá sí que sepa cómo ser un buen padre. Quizá todos lo sepamos. ¿Nos lanzamos a ello?