La Adoración Eucarística Perpetua es una ocasión para estar una hora (como mínimo) a solas con el Señor, realmente presente en la Eucaristía. Una hora cara a cara con Dios. Una hora para presentarle nuestros anhelos y preocupaciones, para alabarle, pero también una hora en la que a veces no tenemos claro qué hacer. A veces pensamos que tenemos que llenar el tiempo diciendo muchas cosas, hablándole continuamente, y si no sabemos qué decir pensamos que algo estamos haciendo mal.
Y, sin embargo, basta con una cosa: hacer silencio interior, creer y amar. Dejar que los corazones se hablen entre ellos en su lenguaje, que es el lenguaje del amor.