Permitidme hoy hacer una pequeña disquisición sobre lo que pienso acerca de la democracia. Necesito hacerla.
Voy a partir de un hecho: ahora mismo son asesinados niños continuamente en el seno materno y a nuestros representantes les importa un pepino. Es más, lo favorecen y lo pagan con el dinero de los impuestos que nos quitan también continuamente. Y no, no les importa lo más mínimo. Pero a buena parte de los votantes, tampoco. Sí, hay muchos «pro vida» por ahí. Pero en una gran parte, eso no es más que una etiqueta para tranquilizar conciencias.
El hecho es que los niños son asesinados. Mientras, se dan mil vueltas sobre si la ley del aborto va a ser reformada o no, algún político dice que está a favor de la vida… Y, mientras tanto, los niños siguen muriendo. Pasan días, meses, años. Siguen las discusiones. Y los niños siguen muriendo.
¿Qué pasa aquí? ¿Esta es la democracia que nos hace ser «civilizados»? ¡Esta democracia es una jaula!
Hemos pretendido que esta supuesta democracia sea un valor absoluto para la convivencia. Y esa idea es una ridiculez. La democracia no puede ser un valor absoluto nunca, ya que nace de un consenso. Y hay cosas por encima de los consensos y las votaciones. Una de ellas es la vida. Una democracia que no tiene en cuenta en absoluto una serie de principios y valores innegociables es un engaño. Una estafa. Una miseria. Una democracia que se dedica a discutir sobre si hay que matar más o menos niños no nacidos y, mientras, deja que siga ocurriendo es un gran fracaso. Es peor que una dictadura. No podemos estar orgullosos de esta «maravillosa» democracia nuestra. O, más bien, no podemos estar orgullosos de quienes componemos esta democracia.
La democracia se basa (supuestamente) en que el pueblo es quien gobierna. Elige a sus representantes y (supuestamente una vez más) los controla. Ahora bien, ¿qué democracia puede tener un pueblo dormido, que no se hace preguntas, que no conoce la verdad ni siquiera sobre los partidos que se empeñan en disputarse su voto? Una democracia sin verdad es la tiranía de los ineptos. ¿Cómo elegir responsablemente si ni puedo ni quiero saber?
Platón decía que el gobernador tenía que ser un filósofo. Esto era así porque el filósofo buscaba la sabiduría y tenía conocimiento del «mundo de las ideas», es decir, de los conceptos inmutables. Siempre he estado de acuerdo con esto. Mi idea de democracia sería una democracia aristocrática. Por supuesto, en el sentido etimológico de aristocracia, gobierno de los mejores. Se trataría de poder elegir a los mejores para representarnos. ¿Alguien puede afirmar sin reírse que Zapatero, Rajoy o cualquiera de los políticos que tenemos medrando con nuestros impuestos forma parte de «los mejores» de este país?
¡Cómo nos miramos el ombligo para alabar nuestra democracia! Pero eso lo hacemos sólo porque no nos la tomamos en serio. Porque votamos cada cuatro años al de siempre, porque votar a otro sería quitarle el voto a este, y nos olvidamos. Sí, esos cuatro años nos asustaremos de las decisiones que toman aquellos a quienes votamos. Pero en las siguientes elecciones, una vez más, realimentamos este sistema corrupto.
Es patético que tengamos que discutir sobre principios que no deberían ser discutibles. Es repugnante que haya que defender la vida de los niños porque se ha convertido en algo que se puede dudar. Y sí, esa es nuestra democracia.
Ahora que alguien cante las bondades de este maravilloso sistema de gobierno tal como lo tenemos. Y, mientras tanto, los niños seguirán siendo asesinados.
Nota: no estoy en contra de la democracia, por si alguien empieza a asustarse. Estoy muy en contra de esta democracia en la que estamos sumergidos.