“Quien habla con Dios será muy pío, pero quien crea que le responde está loco”. “Pregunta al de arriba, a ver si te responde”. Estas y otras frases por el estilo pueden ser dirigidas, siempre con un cierto retintín, a quienes oramos por quienes lo ven como un absurdo.
Es cierto, fuera de la fe es difícil entender que alguien pueda hablar con Dios. En primer lugar, porque creen que no hay con quién comunicarse. Sin embargo, el problema principal de esta actitud es que, sencillamente, es falsa. Dios se comunica. ¡Vaya si se comunica! Pero realmente la cuestión se puede resumir en tres puntos, en mi opinión:
1) Querer encontrarse con Dios. Lógicamente, si alguien no tiene interés (sea por miedo, por arrogancia, por un supuesto ateísmo o por lo que sea) en encontrar a Dios, pocas posibilidades le da a Él para encontrarse con ese alguien.
2) Querer escuchar a Dios. A veces, al orar, lo único que hacemos es hablar, hablar y hablar. Difícil mantener una conversación con alguien que no calla, ¿verdad? Pues en la oración es lo mismo. Si no paramos de hablar, sólo nos centramos en nosotros mismos.
3) Querer aceptar que Dios no tiene por qué querer lo mismo que nosotros. Pongamos un ejemplo. Un joven que no sabe qué hacer con su vida nota dentro de sí que quizá su camino sea el sacerdocio (o el matrimonio, o lo que sea). Sin embargo, por muy fuerte que sea esa sensación, decide que no puede ser y que está muy bien como está. Puede que quisiera escuchar a Dios, pero no quería una respuesta que le hiciera cambiar de vida.
Dios responde. No me cabe la menor duda, por simple experiencia. Digamos que, en un cierto momento crucial en mi vida, pude identificarme con el salmo 34, 5: “Consulté a Yahvé y me respondió: me libró de todos mis temores”.
¿Cómo responde? Suele ser mediante mociones interiores, pero de eso ya hablaremos otro día.