Ayer celebramos el Domingo de Ramos, la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, a lomos de un borriquillo. Una multitud le aclamaba a su paso.
En esta Semana Santa, ¿nos atreveremos por fin a no quedarnos tan sólo en aclamaciones de boquilla? ¿Nos atreveremos a seguir radical y plenamente a ese Jesús, a ese Rey, que entra en la Ciudad Santa para dar su vida por nosotros? ¿Realmente le reconocemos como nuestro Rey? ¿O nos quedaremos, como tantas veces, al margen, poniendo una vela a Dios y otra al diablo, siguiéndole en todo lo que no nos cueste?