Artículo publicado en la revista Icono de la editorial Perpetuo Socorro, año 112, número 8, de Septiembre de 2011.
Economía de comunión
¿No te has sentido nunca utilizado por tu empresa? ¿No te da la sensación de ser un recurso más, como un ordenador o un destornillador? Es como si toda tu vida tuviera que estar dedicada al trabajo, y todo lo demás tuviera que estar supeditado a los deseos de quienes están por encima en el escalafón. Y te pasas la vida pensando que, en realidad, con tu trabajo no ayudas a nadie. Sólo tratas de ganarte la vida procurando seguir siendo el más eficiente. Si no, acabas en la calle. Quien manda es el dinero y la capacidad de generarlo.
No es ningún secreto, sobre todo para quienes trabajamos por cuenta ajena, que las empresas, en la mayor parte de los casos (como en todo, siempre hay honrosas excepciones) no tienden a preocuparse más que de conseguir beneficios. Si acaso, le dan un barniz a base de colaborar un poco en algún proyecto de desarrollo, para que parezca que ayudan a los demás. Pero, en la realidad, en la empresa se utiliza a los trabajadores como medios para conseguir los objetivos marcados. Las personas no se consideran como fines en sí mismos, sino como recursos a utilizar. El único fin es la empresa.
Por ello, cuando empecé a leer sobre la Economía de Comunión, me quedé fascinado. Nació como una inspiración de Chiara Lubich, la fundadora del Movimiento de los Focolares. La idea es, básicamente, poner las cosas en su sitio. Que la economía realmente sirva no como un fin en sí misma, sino para ayudar a las personas. Que las empresas no sean una fuente de alienación para los trabajadores, sino que sean una oportunidad de desarrollo y realización para todos ellos.
Estas empresas, nacidas en el seno de las ciudadelas focolares, tendrían que dirigirse precisamente a ayudar a los demás, especialmente a los más necesitados. Las ganancias se utilizarían para desarrollar la empresa (en ningún momento hay oposición a que las empresas obtengan beneficios), para mantener la comunidad y formar hombres nuevos.
Todo se basa en la idea de comunión y en la vocación cristiana, que lleva a darse a sí mismo por los demás. La propia empresa sería un lugar en el que todos los integrantes se estarían dando al prójimo, sabiendo que los beneficios ayudan realmente a la gente y a la propia empresa. No se trataría ni de individualismo ni de colectivismo, ambos enemigos de la naturaleza humana. Se trataría de comunión, esto es, de darse cuenta de que estamos todos en el mismo barco y de que sólo se puede seguir adelante mirando unos por otros. Ni somos islas, como pretende el individualismo, ni somos una masa anónima, como pretende el colectivismo. Somos personas. Es algo que muchas veces se nos olvida.
Los hechos demuestran que no se trata de algo ingenuo. Unas 700 empresas por todo el mundo ya se han sumado a esta forma de hacer las cosas. Empresas que han recuperado la vocación de ser realmente fuentes de desarrollo que no se centran en ganar más y más, sino en la promoción humana.
Tratar de explicarlo de una forma más exhaustiva implicaría alargarse demasiado. Además, yo mismo no conozco más que un poco esta iniciativa. Y, como ya se habrá notado, lo poco que sé de ella hace que desee que se llegue a conocer por todas partes. Quien quiera más información, en la página web de la Economía de Comunión (http://www.edc-online.org) podrá encontrarla.
Pidamos a Dios para que esta iniciativa sea una ayuda a la humanización de la economía. Falta hace.