El ser humano, por mucho que intente escapar de ello, está unido al sufrimiento. Eso no se puede negar. Absolutamente nadie ha dejado este mundo sin haber conocido el dolor o la enfermedad. Sea en el aspecto físico, sea en el mental.
Muchas veces, es este último el que más daño puede llegar a hacer, ya que ataca a lo más íntimo, a tus pensamientos. La traición de un amigo, la ruptura de una relación, el veneno de la ansiedad y la depresión… Puedes convertirte en un mero satélite, girando una y otra vez en torno a lo que dispara ese dolor, retornando a su origen y realimentándolo, dando fuerza a la órbita de nuevo.
Centrándome en el trabajo de escritor, cuando se dan estas situaciones puede ocurrir que desaparezcan las ganas de escribir, de avanzar con los proyectos con los que, tan solo hace unos días, estabas tan ilusionado. Si se lo permites, si lo dejas avanzar, te irá robando todo lo que eres, dejando a su paso una triste carcasa vacía.
Además de pedir ayuda profesional si es necesario, como escritores tenemos la posibilidad de aprovechar ese sufrimiento y convertirlo en algo bello. O en una advertencia contra la oscuridad que puede vivir dentro del ser humano. El dolor se ha sublimado en maravillosos poemas. Nos permite crear unos personajes más reales, unas tramas que, incluso dentro de la ficción fantástica, llevan el sabor de la vida de cada uno. El lector, aunque quizá solo a nivel subconsciente, conectará con esas situaciones porque están sacadas del mundo real. Porque todos lo pasamos mal en ocasiones. A veces muy mal. Y todos tenemos una voz en el interior que, a pesar de todo, nos dice: no te rindas, hay esperanza.
Al dar voz tanto al dolor como a la esperanza, el escritor debe luchar por no ceder al primero. No es sencillo, porque podemos llegar a enamorarnos de esa sensación de tristeza y abandono. Parece una locura, y podría serlo si no se tratara de algo tan habitual. No es nada extraño que nos agarremos a lo que nos causa sufrimiento y continuemos viéndonos como víctimas. Lo fácil es dejarse llevar, seguir la inercia de los sentimientos mandando sobre el pensamiento.
Supongo que todo esto puede ser extrapolable a otras manifestaciones artísticas, pero la que conozco es la escritura. No debemos alimentarnos continuamente del sufrimiento. La imagen del escritor atormentado es muy romántica, pero muy irreal y muy poco sana. Queremos escribir, tocar los corazones y las mentes de los demás con nuestras palabras, no vivir sumidos en la desesperación y la miseria. O, al menos, no deberíamos querer eso.
La salud y la higiene mental son importantes. Y escribir desde el dolor, aunque pueda costar, tiene la capacidad de verbalizar por lo que estamos pasando, expresarlo, comunicarlo. Convertirlo en algo un poco más exterior. Y, como ocurre tantas veces en las historias de terror, una vez sabemos a lo que nos estamos enfrentando, ya no tiene tanto poder contra nosotros.
Quítale el poder a tu sufrimiento. Que no te domine.
¡Ánimo!