Cuando surgió el proyecto diocesano de establecer una capilla para la Adoración Eucarística Perpetua en mi parroquia, lo abracé con gusto. Me pareció una excelente iniciativa.
Me apunté a una hora relativamente cómoda para mí, los jueves a las 0 horas. De 0 a 1, todos los jueves, yo estaría allí, delante del Santísimo.
También me apunté como responsable de hora. Quizá el motivo no era muy bueno: tenía que salir gente para que el proyecto pudiera avanzar. Y una cosa es comprometerse a ir una hora y otra muy diferente es comprometerse a ser el responsable de una franja horaria entera, con lo que dudaba que saliera gente suficiente. En cierto modo acerté, de madrugada los responsables de hora lo somos de dos horas seguidas.
Pues bien, quedé como responsable (un poco irresponsable, para qué lo vamos a negar) de 0 a 2 de la madrugada. Horas que, por cierto, cuando he tenido que cubrirlas porque los adoradores correspondientes no podían, sólo me han traído alegrías.
Y llegó el gran día, mi primer jueves de adoración. Fui a la Capilla, me arrodillé… y comenzó la lucha. Continuamente venía a mi mente una duda en forma de pregunta: «¿qué leches haces arrodillado delante de ese cacho de pan?» Muy buena pregunta. El tema era que, a la vez, yo tenía la certeza de que ese cacho de pan no era pan. Había algo, o más bien Alguien en él que me llamaba. Y eso también estaba ahí.
Una hora difícil. No esperaba encontrar «pelea» allí, pero la encontré. Gracias a Dios, a esas alturas ya sabía reconocer sin problemas una tentación como esa. Pero eso no hizo que fuera más sencillo.
Desde entonces, ya casi han pasado tres años. Tres años yendo ante ese «cacho de pan». Tres años exponiéndome ante Él. Tres años de encuentro con el Corazón de Jesús, siempre dispuesto a estar conmigo. Siempre dispuesto a escucharme. Tres años consultándole proyectos y obteniendo respuestas (no siempre las que me hubieran gustado, pero siempre las mejores).
Tres años. Sigo sin entender mínimamente el Misterio ante el que me arrodillo, pero sé con certeza absoluta que, delante de mí, está Jesucristo. Y que es Dios. Y que la Eucaristía, ese «cacho de pan», es el pilar fundamental de la Iglesia.
La adoración no es otra cosa que la comunicación entre el corazón y el Corazón, estando en Su presencia real, en el silencio que permite que aflore ese encuentro. Si tenéis oportunidad no lo dudéis ni por un instante: dedicad una hora a la semana a la adoración al Santísimo.