Hace unos días, en una pequeña discusión de lo más peculiar por correo electrónico, entre otras cosas una señora me dijo, tajantemente que por supuesto que la fe es un sentimiento y que había que creer en que Jesús está en la Eucaristía porque así se siente.
Si la fe fuera un sentimiento, sería espantoso. Creeríamos en Dios y a Dios dependiendo de lo más inestable que pueda tener un ser humano. En un momento dado ese sentimiento desaparecería y, ¿qué haríamos? ¿Dejaríamos de creer en Dios? ¿Se acabó la fe? Igual que cuando dicen “se acabó el amor”, y se refieren a que se acabó el enamoramiento.
Como decía yo a esta mujer, si un buen día, comulgando, no sientes nada, ¿es que Dios no está en la Hostia esta vez? Absurdo.
No sé vosotros, puede que yo sea el raro. Pero en mi experiencia muchas veces no ha habido ese “sentir” que Dios estaba ahí. Y, francamente, creo que son los momentos en los que mi fe se hace fuerte de verdad. ¿Por qué? Muy sencillo. Es muy fácil tener fe cuando “sientes” la presencia de Dios. Es, por poner un ejemplo fácil de entender, como estar seguro de que tu cónyuge te es fiel estando continuamente con ella. Pero, en los momentos en los que el cónyuge está de viaje, en los momentos en los que parece que Dios es un cuento de hadas sin ningún atisbo de realidad, en esos momentos es en los que sólo podemos tirar de fe en estado puro. En esos momentos es cuando tenemos que decidir si nuestros sentimientos dicen siempre la verdad o si más bien hay que educarlos y corregirlos. En esos momentos es cuando verdaderamente decides creer. Decides tener fe. Decides aceptar ese don que Dios te da primero pero que requiere que lo cultives. Y, creedme, a veces es duro decir “sí, creo” cuando todo indica que no hay nada en lo que creer. Y, aún así, hay que esforzarse en decirlo. Si lo dudáis, recordad los últimos años de la Beata Teresa de Calcuta, en una noche total en la que ella se esforzaba una y otra vez en creer. O, incluso, a Jesús en la Cruz. ¿Dónde se ha metido Dios, que no le siento cerca? Da igual, yo sigo adelante porque, en el fondo, sé que está ahí. Y lo sé por la fe.