En un libro de fotografía (concretamente, de retratos) que estoy leyendo, en la página de agradecimientos, aparece un texto que, hoy por hoy, podría resultar chocante: le da las gracias a “Dios, creador de la luz”. Una frase tan sencilla da para reflexionar mucho.
Seguramente no se nos ha ocurrido nunca pensar cómo sería un universo sin luz. Sin ningún tipo de luz. No me atrae absolutamente nada tal tipo de universo. En el caso de que fuera posible, que tengo serias dudas, sería un lugar frío, inhóspito, probablemente sin vida.
Gracias a la luz tomamos conciencia de lo que nos rodea. Traducimos la luz que nos llega a los ojos en distintos colores, que a su vez nos ayudan a establecer una cierta relación con el mundo externo. ¿Parece una frase complicada? Pues sólo hay que ver cómo nos fijamos en si una pieza de ropa combina con otra para darnos cuenta de la importancia de esos colores.
Pero, ¿y los ciegos? Bueno, ¿quién ha dicho que la luz se limite a lo que vemos? ¿Acaso el entendimiento no es también luz? El entendimiento, la razón, nos ayuda a conocer lo que nos rodea y a conocernos a nosotros mismos. La luz del entendimiento también es una participación de la luz de Dios, que es la Verdad. Por eso, nuestra razón siempre busca la verdad. Aunque nos esforcemos en ocultarla de mil maneras diferentes, aunque nos empeñemos en decirle a nuestra razón: “mira, que la verdad es esto otro” o “no hay verdad”, ella siempre tendrá un poso de disconformismo, nunca estará totalmente amaestrada. Ya dijo S. Agustín que Dios nos creó para Él y estaremos inquietos hasta encontrarnos con Él.
Y también está la luz de la fe. La razón es poderosa, pero llega un punto en el que no da más de sí y necesita fiarse, confiar en Alguien en quien depositar esa fe. La fe ni sustituye ni debe sustituir a la razón. Eso es una terrible barbaridad. La fe es un anticipo. Es decir: “me fío de ti aunque todavía no lo entienda todo”. Fe y razón deben caminar de la mano como dos poderosas luces, sabiendo cada una en qué momento debe dejar paso a la otra. Así podemos creer en la Trinidad a la vez que no lo entendemos por completo. La Teología puede y debe razonar todos los misterios de la fe, pero nunca llegará a desvelarlos en su totalidad.
Podemos también reflexionar sobre la capacidad de la luz de romper la oscuridad. Una habitación puede estar totalmente a oscuras. Si alguien enciende una mísera cerilla, por muy oscuro que esté todo esa luz no se va a apagar.
En fin, daría para todo un libro. Conformémonos, de momento, con dar gracias a Dios, creador de la luz. Luz fuente de luz. Y seamos nosotros también luces.