“Soy un inútil”.
“Soy un torpe”.
“¡Qué tonto soy!”.
“Es que no soy capaz de hacer esto”.
“No doy una a derechas”.
“Nunca saldré de esto”.
“No puedo cambiar”.
Estas frases u otras similares son parte de los regalos que nos damos algunos a nosotros mismos a diario.
No se puede decir que nos tratemos muy bien. Y, lo peor de todo, es que lo acabamos normalizando. Como si no tuviera importancia, como si fueran hechos indiscutibles.
¿Lo son?
¿O parten más bien de una forma bastante negativa de vernos? ¿De comparaciones con casos de éxito sin tener en cuenta todo lo que hayan tenido que fracasar esos mismos casos antes de tener éxito? ¿De pensar que todo nos tendría que salir bien a la primera? No me refiero en esta ocasión, por supuesto, a quienes usan “soy así, no puedo cambiar” como excusa para hacer lo que les dé la gana. Eso es otro tema.
El caso es que, a base de insistir en esa forma de hablarnos a nosotros mismos, podemos caer en la profecía autocumplida y el efecto Pigmalión. Al fin y al cabo, no estamos haciendo otra cosa que etiquetarnos de esa manera: torpe, inútil, incapaz de sacar tal proyecto adelante…
Cuanto más nos etiquetamos, más nos creemos esa etiqueta. Y más actuamos para “tener razón”.
Eso es un problema. Un gran problema. No quieres que pase eso.
Por tanto, tienes que dejar de hablarte así. Y eso pasa necesariamente por ser realista. Realista de verdad, con tus puntos buenos y tus puntos malos. Es vital conocerse bien. Porque cosas malas vas a encontrar. O cosas negativas para tu proyecto. El tema está en saber que también tienes puntos a favor. También eres bueno en algo. La clave está en reconocer lo malo, solucionarlo si se puede, y también reconocer lo bueno y recordárnoslo de vez en cuando.
No es lo mismo: “soy un inútil, no consigo vender ni un libro” que “no estoy vendiendo este libro, voy a intentar averiguar qué está fallando”. Con ambas frases dices que no estás sacando ni un euro con un libro al que has dedicado tiempo, dinero y dedicación. Pero la primera solo sirve para machacarte. No aporta nada. Absolutamente nada. La segunda, en cambio, se centra en encontrar una línea de acción positiva desde lo negativo.
“No gano ni una partida” versus “me dejo colgadas piezas, debo prestar más atención”. Un nuevo ejemplo. Por un lado, me centro en lo negativo sin aportar nada. Soy un paquete, no consigo ganar ni una partida al ajedrez. Por el otro lado, analizo por qué soy tan hábil perdedor y trato de darle una solución. Me he dado cuenta de que tengo tendencia a dejar piezas desprotegidas y me comprometo a fijarme más en esos detalles.
De esta manera, poco a poco conseguiremos una imagen mental mucho más sana de nosotros mismos. No centrada en etiquetas negativas que carecen de utilidad, sino anclada en la verdad, a la vez que nos impulsa a avanzar en lugar de a quedarnos recluidos en nuestra mente lamiéndonos las heridas. Porque, reconozcámoslo, al final esos pensamientos son solo para autocompadecernos, para vernos como víctimas a las que fuerzas exteriores e interiores sabotean una y otra vez, cuando lo que estamos haciendo si seguimos con esta charla interna es sabotearnos solitos.
Háblate como hablarías a un amigo. Porque tú tienes que ser amigo tuyo. El mandamiento es “amar al prójimo como a ti mismo”, recuérdalo. Ese “como a ti mismo” es importante. Implica que te tienes que amar. Y, cuando amas a alguien, no le intentas hundir en la miseria. Así que aplícatelo.