En unos días, con el miércoles de ceniza, comenzará uno de los «tiempos fuertes» dentro del año litúrgico. La Cuaresma es la preparación para el gran acontecimiento de la Pascua, la Resurrección del Señor. Pero no se nos tiene que olvidar que sin Viernes Santo no hay Pascua. No podemos caer en el extremismo de considerar solo importante el Viernes Santo (cosa demasiado habitual) o la Pascua de Resurrección. Cristo resucitó, pero mantuvo las marcas de la Crucifixión.
Este tiempo nos invita a la conversión. En la liturgia del Miércoles de Ceniza se hace esta invitación de dos posibles maneras mientras nos imponen la ceniza: «conviértete y cree en el Evangelio» o «acuérdate de que eres polvo y en polvo te convertirás». Hay que evitar pensar que la segunda opción sea más macabra o más tristona. Eso no es así en absoluto. Es una llamada a recordar que somos limitados, que nuestros días en la tierra no son infinitos y, por tanto, tenemos que aprovechar este tiempo para acercarnos a Cristo. Ya dice el Evangelio: «¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?» (Mt 16, 26).
Esta conversión a Cristo, que tenemos que hacer diariamente, se apoya tradicionalmente en tres fuertes pilares: ayuno, oración y limosna. Y este es un tiempo para reforzar esos pilares que, quizá, el resto del año hayan ido encogiendo sin que nos demos cuenta siquiera.
Yo traduciría esos tres pilares en: control de mi ego y mis pasiones (ayuno), relación con Dios (oración) y amor al prójimo (limosna).
Sobre el ayuno ya he hablado con anterioridad. Sólo incidir en que no tiene por qué ceñirse exclusivamente a la comida y que es importante la obediencia a la Iglesia. Pero no quiero repetir lo ya escrito.
La limosna implica dar a quien lo necesita. ¿Y qué damos? No nos quedemos sólo en el dinero. El amor es servicio, donación. Nos tenemos que dar a nosotros mismos. Eso en unos casos se traducirá en dinero y en otros en, por ejemplo, escuchar pacientemente a alguien, dar alegría a quien lo necesite… Tenemos un buen catálogo en las obras de misericordia espirituales y corporales.
Y sobre la oración, quiero compartir con vosotros una experiencia que a mí, al menos, me ha marcado, y creo que es especialmente indicada para este tiempo de conversión y penitencia. Me refiero a la primera semana de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola, toda ella orientada precisamente a tomar conciencia del pecado y de sus consecuencias. Recuerdo especialmente el coloquio de la primera meditación, en el que, imaginando a Cristo en la Cruz delante de mí, hay que dialogar con Él sobre lo que Él ha hecho por mí y lo que yo he hecho por Él, lo que hago por Él y lo que debería hacer por Él.
En cualquier caso, no dejemos que llegue la Pascua sin haber reforzado estos pilares. Porque, si se van reduciendo, que se caiga todo el edificio es sólo cuestión de tiempo.
Unos enlaces interesantes:
– Preguntas frecuentes sobre la Cuaresma.
– Ejercicios Espirituales.
Si quieres un libro que te ayude a vivir de forma más intensa la Cuaresma, echa un vistazo a Vivir el Vía Crucis.