Soy un admirador incondicional de esa obra maestra que es Blade Runner. Muy especialmente del monólogo improvisado por Rutger Hauer.
En él, el replicante, al ver que su vida está a punto de terminar, se plantea algo muy humano. Algo que quizá tú mismo te hayas planteado más de una vez. ¿Tiene alguna relevancia lo que hacemos en la vida? Al final, ¿todas esas vivencias sirven para algo o tan solo están llamadas a desaparecer como lágrimas en la lluvia?
Al estar toda la vida de un Nexus-6 limitada a cuatro años, cuando los humanos suelen tener vidas más largas, esa pregunta se hace aún más angustiante, pero creo que todos podemos imaginarnos, ya ancianos, echando la vista atrás y preguntándonos eso mismo: ¿para qué? ¿De qué ha servido mi vida?
A veces, la respuesta no es sencilla. No todos cambiamos el mundo de forma evidente. Pero ¿y una vida tan efímera como la de un replicante?
Por de pronto, la vida de ese replicante en concreto cambió la de Deckard.
El hecho es que la pregunta por la utilidad de la vida, de los propios actos y decisiones, es una pregunta trampa. Lo era para Roy, el replicante, y lo es para nosotros. Una vida no se mide por su utilidad práctica en el sentido que se le suele dar.
No siempre es sencillo conocer las repercusiones de nuestros actos o la de nuestra misma existencia. En realidad, en una buena parte de las ocasiones, por no decir la inmensa mayoría, no tendremos ni idea de las vidas que hemos cambiado sin hacer nada en particular, sin ganar premios Nobel ni ser algún tipo de desfasado gurú espiritual. Por ejemplo, el simple existir de mis hijos a mí me ha cambiado radicalmente. Y también tengo la fortuna de saber que mis libros, a pesar de que no sean un gran éxito de ventas, han tocado el corazón de varios de sus lectores. Desde aquí les agradezco habérmelo hecho saber, porque eso siempre impulsa a seguir adelante.
¿Se perderá todo como lágrimas en la lluvia? No. ¿Sabremos cómo hemos influido en los demás? Al menos en esta vida, es poco probable. En ocasiones sí y en otras muchas no. Solo nos queda seguir adelante procurando ser la mejor versión posible de nosotros mismos. Movemos el mundo en el sentido en el que somos y actuamos. Si ofrecemos sonrisas, sembraremos en los demás sonrisas. Si ofrecemos sufrimiento, sembraremos sufrimiento.
Tu vida es un testimonio. Siempre. Da igual que pretendas esconderte o ser lo menos relevante posible. Eso también es un testimonio y dejará una huella de algún tipo en quienes, de forma directa o indirecta, lleguen a tener contacto contigo.
La gran pregunta, la pregunta correcta es: ¿qué tipo de testimonio quieres ser?
De la respuesta a esa pregunta dependerá tu forma de ser en la vida y la impronta que dejes en el mundo.