Inmadurez egoísta

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Seguro que no soy el único que lo ha vivido o lo ha visto: estás en el confesionario, abriéndote al perdón de Dios, recibiendo consejo o, sencillamente, pidiéndole al sacerdote que rece por ti, y una señora (lo siento, pero siempre suele ser alguna señora) decide que ya llevas demasiado tiempo y empieza a aporrear la puerta o, incluso, la abre.

Es la misma mentalidad que subyace en la manía de hacer la misa lo más corta posible. Y, por supuesto, ya que hay que ir, que sea entretenido. Como el sacerdote tenga la osadía de alargarse un poco en la homilía o tenga un tono de voz un poco monótono, ya la hemos liado.

Parece como si la impaciencia se hubiera adueñado de nosotros en momentos en los que uno debería más bien maravillarse del milagro que es la misa o prepararse concienzudamente para una buena confesión. Son sólo dos ejemplos, pero creo que es fácil extrapolar a otras situaciones.

Inmadurez. Esa es la palabra clave. Da igual la edad del sujeto, esa forma de actuar revela inmadurez. No es capaz de entender que no es el centro del Universo, que unas veces uno tarda más y otras menos al confesarse, que la misa no está ahí para su entretenimiento, sino que tiene sentido en sí misma y, más bien, es el cristiano el que está ahí para ir a misa.

El egoísmo siempre es inmaduro. Siempre. Son dos conceptos que, a mi entender, van unidos. La plenitud y, por tanto, la madurez del ser humano radica en darse al otro, en el amor. Cuando no te das, cuando sólo te ves a ti mismo, cuando estás convencido de que eres el centro y todo lo demás orbita a tu alrededor… Lo siento mucho, pero eso no te hace ni más listo, ni más espabilado ni nada de eso. Te hace inmaduro, ciego a la realidad, incapaz de ver nada fuera de ti. Cuando tu referencia eres tú mismo, tienes una referencia muy pobre.

Jorge Sáez Criado escritor ciencia ficción y fantasía
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Jorge Sáez Criado tiene una doble vida: unos días escribe sobre espiritualidad y otros hace sufrir a personajes imaginarios que se enfrentan a épicas batallas entre el bien y el mal. Informático durante el día y escritor durante la noche, este padre de familia numerosa escribe historias con una marcada visión positiva de la vida sin dejar de lado una de las principales funciones de la ficción: explorar la verdad.