Nuestra casa. Nuestro centro de operaciones básico para la vida. Uno compra o alquila un lugar para vivir y, desde ese momento, ese lugar se convierte en el centro de sus movimientos. Sale de ahí para sus actividades diarias y vuelve para descansar. Es su hogar.
La verdad tendría que convertirse, de la misma manera, en nuestro hogar. Deberíamos instalarnos en ella como nos instalamos en nuestra casa: para quedarnos. Con sentido de permanencia.
Por otra parte, igual que, en cierto modo, también nuestro hogar se instala en nosotros, en nuestra mente, y lo asumimos como algo que forma parte de nosotros, la verdad tiene que instalarse en nosotros. Tenemos que dejar que se instale para que configure e impregne toda nuestra vida.
En la entrada «Compromiso con la verdad» hablaba de que un escritor tiene un compromiso con la verdad que tiene que cumplir. Pero hay que ir más allá. Creo que una persona sólo se empieza a realizar como tal cuando tiene un compromiso con la verdad. Un compromiso real y serio. Y este compromiso, por su naturaleza, es de por vida.
En cada aspecto de la vida tenemos que elegir si estamos al lado de la verdad o no. Pero si elegimos el compromiso con la verdad, tenemos que llevarlo hasta el final. Siempre teniendo en cuenta que, cuando no estamos del lado de la verdad, nos estamos rebajando como personas. Porque el ser humano siempre busca la verdad, tiene ese ansia de infinito que busca abarcar la totalidad de la realidad, quiere encontrarse en su hogar. Y la verdad es su hogar.
Fuera de ese hogar, sólo existe la nada, el vacío, la muerte.