La política tal como funciona últimamente.
Este artículo ha sido publicado en el número 64 de la revista Punto de Encuentro, de la Obra Social de Acogida y Desarrollo. El hilo conductor de este número ha sido el de la crispación.
La crispación como arma política
Un fenómeno que parece acentuarse con el tiempo es el de la utilización de la crispación de la sociedad como arma política en busca de ganar elecciones.
Los partidos políticos, en su búsqueda del poder, no dudan en acentuar los extremos, en mostrarse como «los buenos», mientras los demás son «los malos». Algo que, dicho sea de paso, de forma individual también tenemos tendencia a hacer. Todos nos hemos encontrado a alguien que no para de contar a los demás lo bien que cumple con su trabajo, por poner un ejemplo, mientras los demás son unos patanes que no son capaces de hacer nada a derechas. Quizá, incluso hemos sido los protagonistas de esas historias.
En el caso político, sin embargo, esta situación es particularmente grave. Y es así tanto por los políticos que recurren a esta estrategia para manipular a sus bases, haciéndolos pensar que están en el lado correcto y que no hay nada bueno en los que defienden el color opuesto, como por los que se dejan crispar sin utilizar el don que Dios nos ha dado para guiar nuestro comportamiento: la razón.
Y es tan grave porque hacen depender el futuro de toda una sociedad de mentiras, medias verdades, oposición y confrontamiento. En lugar de dar razones, de argumentar, de buscar un entendimiento y una colaboración, se centran en el enfrentamiento, en quedar como los moralmente superiores, que deben aplastar a sus contrarios porque buscan el mal, definido según los valores del partido en cuestión.
Esto podría evitarse partiendo de unos principios inalterables para el país. Unos principios que se tengan que reconocer como previos a la misma política y que todos los partidos deban acoger como condición inexcusable para, a partir de esos principios, ejercer la política.
Los ciudadanos, a su vez, deberían (deberíamos) vigilar para no caer en este tipo de juegos de manipulación y poder. La crispación, ver a los demás como enemigos, no ayuda en nada. Al contrario, solo nos hace más vulnerables. No es sano asumir que nuestro político preferido siempre tiene razón, pase lo que pase. Tenemos que estar por encima de esto, por muy difícil que sea.
Los partidos, en muchas ocasiones, se dedican más a adoctrinar a sus bases con soflamas propagandísticas que buscan hacerlos sentirse como la solución a todos los problemas, mientras que «los otros» son los causantes de los problemas. Cuando lo mejor sería tener claros los objetivos para el país, según esos principios inmutables, y tratar de colaborar entre las distintas fuerzas políticas para conseguirlos.
Colaboración en lugar de crispación. Ofrecer la mano en lugar de insultos.
Eso sí cambiaría las cosas. Al menos en mi humilde opinión.