El mundo de la mente humana es apasionante. No sé si alguna vez llegaremos a descubrir todos sus secretos. Lo dudo mucho.
Sin embargo, esa misma mente hay veces que nos mete en cárceles para intentar protegernos de algo, sea real o no. Y dentro de esas cárceles nos podemos encontrar una que se llama “falacia del costo hundido“.
Te voy a poner un par de ejemplos.
El primero: imaginemos que te quieres ganar la vida desarrollando un cierto tipo de aplicaciones. Inviertes dinero y tiempo en aprender a programarlas, en crearlas, en publicidad… No consigues nada. Metes más dinero en publicidad. Más tiempo, más dinero en otra aplicación del mismo tipo, con el mismo resultado. Pero sigues insistiendo, porque ya has invertido tanto en ello que solo ves esa posibilidad. Tiene que ser la opción correcta, ya que has dedicado tantos recursos a ella.
El segundo ejemplo, este a nivel empresarial: alguien con un pico de oro convence al jefe de desarrollo de una empresa de que una metodología particular es la mejor. Le vende cursos a precio de oro, hace que le contraten soporte para llegar a implementarla a un precio parecido. Es una metodología exageradamente compleja y que no aporta ventajas. Los desarrolladores trabajan más despacio con ella. Pero el jefe sigue insistiendo en que es necesario utilizar esa metodología. Ha gastado tanto en ella que no puede reconocer que, sencillamente, se ha equivocado y ha tirado todo ese dinero a la basura.
Como puedes ver, la falacia del costo hundido es un sesgo cognitivo que nos impide cortar por lo sano con lo que tendríamos que desechar por haber demostrado sobradamente que no va a llevar a nada positivo, tan solo porque, al haber invertido tanto en ello en el pasado (una inversión que ya no podremos recuperar), le damos un valor que, en realidad, no tiene.
Aquí, nuestra mente nos intenta proteger del fracaso y la frustración. Puede que tenga también algo que ver ese ambiente tan de autoayuda barata que se respira últimamente y que insiste en que puedes conseguir todo lo que te propongas, cuando no es así. A veces lo conseguirás, otras veces no. Y, para conseguirlo, muchas veces tendrás que reinventarte, asumir pérdidas y no dejarte llevar por la falacia del costo hundido.
Nos cuesta asumir los errores, los fracasos. Porque de eso es de lo que estamos hablando aquí, de elecciones malas, que no llevan a los resultados esperados. En esos momentos, mejor que encabezonarse en ese absurdo “yo quiero, yo puedo, yo lo logro”, es analizar el camino en el que estamos y si hay que hacer algún ajuste. Puede que el cambio necesario no sea tan grande. Quizá un nuevo planteamiento. Pero también es posible que tengamos que hacernos a la idea de que nuestro proyecto no va a llegar a nada. A lo mejor nos lanzamos a él sin un mínimo estudio de viabilidad. Puede ser el momento de pararse a reflexionar si quizá no estaremos tirando tiempo y dinero a un pozo del que, por mucha ilusión que le pongamos, no va a salir nunca.
Es cuestión de evaluarlo con sinceridad y actuar en consecuencia. A veces, merece la pena cortar por lo sano con ese proyecto, con esa relación, con esa forma de hacer las cosas. Es bueno darse cuenta de ello para evaluar cuándo seguir y cuándo no.