El otro día leí en la cuenta de uno de esos influencers católicos que la carcajada de un niño hace temblar a los expertos en teología.
Vaya solemne tontería.
¿Benedicto XVI, por ejemplo, temblando por la carcajada de un niño? Seguramente se habría echado a reír el también. Porque la infancia espiritual no implica el desconocimiento ni la ignorancia. No es una excusa para no formarse en la fe, que parece ser la conclusión obvia de tan desafortunada frase.
Cuando queremos o admiramos a alguien buscamos conocerle, saber lo máximo de esa persona. Es curioso que eso, que podemos ver en algo tan sencillo como la admiración por un deportista, cuando nos referimos a Dios lo dejamos aparte. De repente, ya no es importante conocerlo, profundizar en la doctrina que enseña la Iglesia. ¿Que san Pedro dijo que tenemos que estar preparados para dar razón de nuestra fe? Ni caso. Lo que hay que hacer es ser lo más ignorante posible.
Que no, que esto no funciona así. El amor impulsa a conocer al amado, y eso no está reñido con la infancia espiritual; al contrario, la supone, porque implica fe, confianza en Dios y en su Iglesia, maravillarse de esa doctrina, esa sabiduría que se ha ido construyendo a lo largo de los siglos de rodillas, con la fe y la razón.
Pero claro, ¿qué es mejor para conseguir seguidores, decirles que formarse en su fe es bueno, un importante esfuerzo ascético, o decirles “tú solo tienes que sonreír y no hacer preguntas”?
Vamos al mínimo esfuerzo, y hacerse preguntas lleva a buscar respuestas. Siempre será más fácil quedarse en una especie de fe infantiloide, sin la más mínima madurez, que conocer lo que se dice creer.
En fin, así son algunos de los que evangelizan las redes. Gracias a Dios hay otros mucho mejores.
Te animo a hacerte preguntas, a profundizar al máximo de tus posibilidades en el misterio divino, en la fe de la Iglesia.
Y a sospechar de quien quiera mantenerte ignorante, con el cerebro apagado.
Ama a Cristo. Ama a la Iglesia. Conócelos. Fórmate y ora mucho.
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