Hace no mucho, mientras comía con unos compañeros en el trabajo, surgió el tema de la democracia y uno de ellos hizo una disertación sobre que esto es una democracia, y en la democracia se hace lo que dice la mayoría y los demás a aguantarse y a aceptar lo que hagan esos sujetos a los que la mayoría ha elegido.
No es de extrañar una aceptación tan poco crítica, ya que hemos pasado de la democracia como una simple forma de gobierno, con sus defectos y sus ventajas, a una suerte de religión en la que el dios al que dar culto no es otro que esa mayoría indefinida. O, quizá, es la democracia el diosecillo en cuestión y la mayoría es quien le da culto. Supongo que es algo discutible, sobre lo que se podría debatir largo y tendido.
El tema es que este culto a la democracia nos ha llevado a una situación tan absurda como que el derecho a la vida pueda ser algo sometible a votación, con lo que algo que debería estar a un nivel superior a cualquier forma de gobierno (el derecho a la vida) pasa a ser algo redefinible según los gustos de la mayoría del momento.
El mayor defecto que le veo a la democracia es su facilidad para ser corrompida. Sólo hace falta que los votantes no estén por la labor de no dejarse manipular, de pensar de forma crítica. Convencerles de que no hay nada mejor que la democracia y que es la solución para todo.
Una de las grandes ventajas es que refleja muy bien el estado del pueblo. Según sean aquellos a quienes votan, así son los votantes. Estadística pura y dura. Y otra gran ventaja, si llegara a darse, es que si el pueblo fuera culto, pensador, reflexivo… imaginaos cómo sería el gobernante.
Tenemos que luchar contra la falacia de que, si la mayoría dice algo, será verdad. Eso no es así. La verdad o la falsedad de algo no depende de cuántos partidarios tenga. Es algo mucho más básico, originario, radical. La democracia sólo es un instrumento, una forma más de gobernar, pero que tiene que hundir sus raíces precisamente en la verdad para no corromperse. Porque el grave problema, lo repetiré lo que haga falta, es que estamos sustituyendo la verdad por lo que diga la mayoría. Lo que debería ser como un ancla para nosotros, un punto fijo, de referencia para nuestra vida, lo sometemos a votación como tontos. Así nos va. En las urnas se ha legitimado el genocidio del aborto. En las urnas se va legitimando la eutanasia donde ya se ha hecho legal. Al fin y al cabo, si se votó a X, hay que aceptar lo que X diga, ¿no?
Seguro que habrá quien me llame fascista por no cantar las maravillas sin fin de la democracia. Pues bueno, qué le vamos a hacer. Prefiero ver las cosas de forma realista y, desde luego, poner las cosas en su sitio. Y lo siento mucho, pero la democracia no está por encima de la verdad. Ni ninguna otra forma de gobierno.