Por lo general, siempre tengo el mismo confesor. Es lo más recomendable, ya que así puede darte consejos más acertados.
Sin embargo, los sacerdotes también tienen derecho a tener sus momentos de vacaciones. Y, cuando esto ocurre y coincide que me quiero confesar, me busco la vida.
Bueno, pues ocurrió eso mismo. Fui a confesarme y, no recuerdo por qué motivo, el sacerdote empezó a decirme que no le cuadraba eso de que Jesús fuera hijo único, que él venía de una familia numerosa y es una bendición, y que en aquellos tiempos era raro que solo tuvieran un hijo…
En definitiva, que, como él no comprendía una serie de dogmas, eso quería decir que no eran correctos. Y, peor aún, así lo enseñaba.
Un sacerdote.
Me pregunto cómo es posible que esté confesando alguien que ni siquiera cree en lo que dice la Iglesia.
Pueden parecer detalles menores, pero no lo son. Toda verdad viene del Espíritu Santo. Y toda negación de la verdad va en contra del Espíritu Santo. Con sus predicaciones tan «inocentes» lleva a quienes le escuchen a la duda, a la desconfianza en la Iglesia. A alejarse de ella.
Y todo porque, tras apariencia de humildad, esconde una soberbia que le impide aceptar lo que no comprende. Que le impide dejarse sorprender por Dios.
En definitiva, es un lobo con piel de cordero. Sin saberlo siquiera.
Por supuesto, no he vuelto ni a acercarme a ese sacerdote. Tenemos que tener muy claro que es nuestra responsabilidad discernir lo bueno de lo malo y no reírle las gracias a quienes intentan apartarnos de la verdadera fe.
Para eso, nuestro deber es conocer la fe. Es una buena manera de vacunarse contra lo que nos digan pastores que se alían con los lobos en lugar de guiar a las ovejas.
Pero también nos servirá para no convertirnos nosotros en lobos con piel de cordero. Porque el peligro es real. La soberbia está en todos. Nos gusta creernos más que los demás. Sin embargo, no nos cuesta demasiado juzgar lo que no entendemos como si no fuera cierto para sentirnos especiales, superiores.
Dentro de lo que cabe, es fácil detectar cuando es otro el lobo. No tanto cuando es uno mismo.
Debemos pedir a Dios humildad para dejarnos guiar por Él, para creer incluso cuando nos cueste comprender algunas cosas, para formarnos y no pensar que ya lo sabemos todo.
Y, por supuesto, para relacionarnos con el Señor con amor y verdad.
Glorifica a Dios con tu vida.
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