«Ánimo, soy yo, no tengáis miedo». Mc 6, 50
Algo que procuro tener siempre presente son estas palabras de mi primer director espiritual (fallecido en 2013): «los cristianos no tenemos derecho a desanimarnos».
Hay veces en las que nos miramos y miramos alrededor y sentimos la tentación de echarlo todo por la borda. Nos empeñamos en ser cada vez mejores, pero tendemos a caer siempre en las mismas piedras. En cada confesión hacemos propósito de enmienda, pero sabemos que somos débiles y que es casi seguro que volveremos a caer. Vemos que ser un católico comprometido hoy en día es casi una actividad de riesgo. Sabes que vas a estar señalado, que vas a ser insultado. Y, según el ambiente en el que estés, puedes ser atacado físicamente además de verbalmente. De hecho, la sociedad está cada día más alejada ya no del cristianismo, sino de los valores más elementales. Puede dar la impresión de que la lucha contra todo esto no tiene sentido.
Hace unos dos mil años, el mundo no estaba mucho mejor. Y, sin embargo, Dios dio el todo por el todo y se encarnó, uniendo lo humano y lo divino para siempre. Nos sacó del pozo en el que estábamos metidos a un precio muy, muy alto, que nosotros nunca habríamos podido pagar.
Hemos salido demasiado caros como para perder la esperanza, ¿no creéis? ¿No tenemos el deber de tener eso siempre presente para seguir adelante, para seguir luchando por el Reino de Dios?
Cristo pagó ese precio y derrotó a la muerte para que nosotros tuviéramos vida. ¿Vamos a renunciar a la Vida, a la Resurrección, porque cuesta ser coherente? Claro que cuesta, poco merecería la pena si no. Pero el sabernos resucitados en Cristo nos impulsa a seguir adelante, a ver que el balance final será positivo, a continuar con la lucha por el Reino. Porque el mal no tiene poder ante Dios.
Todos tenemos nuestras dificultades, nuestras inquietudes. Momentos en los que parece que Dios se ha ido, que nos ha dejado abandonados. En esos momentos es en los que especialmente hay que tirar de la fe.
¿Crees que Dios se ha apartado de ti? Pues agárrate a Él con más fuerza. ¿En serio crees que quien pagó con su vida por ti, únicamente por ti, va a soltar tu mano cuando estás en el abismo? Eso no es posible. Sólo soltará tu mano si te empeñas en soltarte y no le das oportunidad de sujetarte en la caída.
¿Qué sentido tendría tener fe sólo cuando las cosas van bien? Las dificultades nos ayudan a fortalecernos. Nos muestran nuestra debilidad para que seamos humildes y no pongamos nuestra confianza en nosotros, que nada podemos, sino en quien todo lo puede.
Problemas habrá durante toda la vida. Es un hecho. ¿Por qué no hacer de ellos también una oportunidad de oración y de crecimiento, al igual que Jesús ofreció todo su sufrimiento al Padre por cada uno de nosotros?