Siendo puristas, creo que no podríamos decir que existan los pecados pequeños. Todo pecado es una ofensa a Dios, así que pequeños no son. Pero sí que es verdad que los hay mortales, que suponen una separación de Dios, una pérdida de la gracia, y veniales, que no llegan a separarnos de Dios.
Pero entonces, ¿qué problema tiene cometer pecados veniales?
De primeras, que si alguien no le da importancia a los pecados veniales es porque le falta mucho amor a Cristo. Igual que si alguien insulta día sí y día también a otra persona demuestra que no le quiere, no darle importancia a esta clase de pecados porque, total, no le mandan al infierno, sólo muestran que, en realidad, le da igual.
Por otra parte, acumular pecados veniales nos acerca a cometer pecados mortales. Nos insensibiliza y nos predispone al ir debilitando la gracia.
Seguro que a alguien le parecerá exagerado, pero no lo es en absoluto. ¿No dice Nuestro Señor que el que es fiel en lo poco también lo es en lo mucho? (cf. Mt. 25, 21). ¿Y no dice también el popular refrán que el diablo reside en los detalles? Es precisamente en las cosas pequeñas de cada día donde demostramos dónde tenemos el corazón. Una persona que no intente ir limando sus faltas pequeñas, poco a poco irá justificando las que son un poquito mayores. Sólo un poquito. Hasta encontrarse frente a la tentación de cometer un pecado mortal estando débil por no haber luchado.
¿Qué ocurre con un luchador que no entrena? Bien lo sabes.
Pues los pecados veniales podemos verlos como un campo de entrenamiento. Una oportunidad para confiar en Dios, acudir a Él sabiendo que por nuestros propios medios no vamos a poder vencer. Y, por supuesto, contando con Su gracia, apartarse de la tentación en cuanto seamos conscientes de ella. La oración será tu gran aliada.
¿Y si caemos?
Pues nos levantamos. Hacemos un acto de confianza en Dios y seguimos adelante. Lo que no es de recibo es adormilarse, quedarse como si no hubiera pasado nada. Ese es el camino que lleva al pecado mortal.