Ayer Cristo fue crucificado por nosotros. Sufrió los más terribles tormentos sin quejarse en ningún momento, únicamente por el amor que nos tiene a cada uno de nosotros. Es más, desde lo alto de su cruz intercedió ante Su Padre por aquellos que le habían crucificado, por aquellos que se reían de Él, por aquellos que le habían abandonado. «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen».
Hoy en día vemos muchos cristianos que han olvidado. Muchos cristianos que se han acomodado. Muchos cristianos que, como en aquel momento del prendimiento, ante la posibilidad del sufrimiento o de la vergüenza salen huyendo. Olvidan las palabras del Maestro, «no es el siervo mayor que el amo». A Él le persiguieron, ¿por qué no iban a hacer lo mismo con nosotros? La persecución es algo a lo que el cristiano debe estar dispuesto, precisamente porque a nuestro Señor le persiguieron. Él no era del mundo, y nosotros tampoco. Cristo debe ser no sólo el modelo sino también el molde para todo cristiano, y eso implica incluso la crucifixión y la muerte a manos de nuestros perseguidores. Implica persecución. Implica insultos. Implica opresión.
Pero también implica la gloria de la Resurrección.