Artículo publicado en Católicos con Acciónrel día 19/10/2015.
Necesidad
“No conviene que el hombre esté solo.” (Génesis 2, 18)
En un artículo anterior hablamos de la fragilidad inherente al ser humano, que podemos comprobar en la enfermedad o en la muerte. Pero tomar conciencia de esa fragilidad nos permite también reflexionar sobre otro punto: el ser social del hombre.
Cuando nos creemos una suerte de superhombres, podemos llegar a pensar que no necesitamos a nadie. Que nosotros solos somos capaces de todo. Sin embargo, cuando llega la experiencia de la fragilidad, vemos con meridiana claridad que sí que necesitamos a los demás. Desesperadamente.
Sería de lo más extraño que alguien tuviera alguna enfermedad y no buscara que un médico le diera un tratamiento. O que alguien, en un momento de tristeza, no aceptara que un amigo le diera un abrazo para animarle.
Necesitamos de los otros. Sólo hay que pensar un poco en cada una de las actividades que realizamos a lo largo del día para darnos cuenta de que, si no hubiera alguien que confeccionara nuestra ropa, montara nuestros ordenadores, revisara nuestra salud o, simplemente, nos saludara, nos diera un abrazo, nos apoyara en los malos momentos, etc. nuestra vida sería muy diferente.
Esa necesidad que llevamos a nuestras espaldas continuamente es tan radical que, al descubrirnos como personas necesitadas, observamos que ni siquiera nuestra vida es por completo nuestra. Nos ha sido dada por nuestros padres. Y no es difícil llegar por ese camino a ver que la última necesidad, la necesidad más interior, más propia, es la necesidad de Dios. La necesidad de Alguien, porque en esencia necesitamos personas, no cosas, que pueda dar razón de todo mi ser. Y eso sólo lo puede cumplir por completo quien no tiene necesidad de ningún otro ser. Quien es el ser por antonomasia, de quien todos los demás seres reciben su propio ser.
La familia es la institución esencial para descubrir y vivir esa gozosa necesidad que te obliga a salir de ti mismo para pedir ayuda o para darla. Para vivir en comunión. En la vida familiar se encuentra la escuela básica de la humanidad, en la que cada miembro aprende continuamente a desarrollarse como ser humano. Devaluar la familia es devaluar al propio ser humano.