No nos enteramos de lo que es el amor. Ni de lo que implica. Una anécdota: una vez, en un grupo de catequesis, estuvimos hablando sobre el amor. Y, ante la pregunta de: ¿por qué hacer el bien a alguien? La respuesta era: porque te sientes bien.
Entonces cogí y leí el himno a la caridad de San Pablo (1 Cor 13), poniendo especial énfasis en el versículo 5, y más concretamente en el texto “no busca su interés“. Y cada vez que me repetían lo mismo, volvía a leer ese fragmento. No sé cuántas veces llegué a leerlo.
Y es que no nos enteramos. Nos empeñamos en asumir que todo es una especie de comercio en el que yo te doy algo para que después tú me lo devuelvas. Si hago algo por alguien, me debe un favor. Eso no es amor. Eso se llama egoísmo, porque está buscando el propio interés. Está buscando sentirse bien, acallar la conciencia, quedar bien… Pero el amor no busca eso. El amor, el de verdad, busca la felicidad del otro sin cálculos hacia uno mismo.
En el matrimonio lo podemos ver más claramente. El amor del esposo a la esposa y viceversa es una entrega total para hacer feliz a la otra persona. Un matrimonio basado en el egoísmo se va a pique, por el sencillo motivo de que sus cimientos eran débiles. Más que débiles, inexistentes.
Creo que tendríamos que grabarnos a fuego lo de “no busca su interés” y pensar con sinceridad si nuestro amor es digno de llamarse así o tenemos que definirlo a veces más bien como egoísmo.