En las lecturas de ayer, festividad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, hemos oído:
«…para hacerte saber que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca de Yahvé.» Dt 8, 3.
«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.» Jn 6, 51.
«El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que come vivirá por mí.» Jn 6, 57.
No sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca de Dios. Es decir, de su Palabra. Pero la Palabra, el Logos, es Jesucristo. Él es el verdadero alimento, el que nos da la vida plena. Puede dárnosla porque Él es el Hijo, Él es uno con el Padre. Da lo que del Padre recibe, ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia.
En la Eucaristía Palabra y pan se unen. Nos muestra de la forma más gráfica y más evidente posible que Él es el alimento del cristiano. Él es nuestro Pan. Sin ese Pan, nuestra vida cristiana muere. Esa vida plena se nos escapa, porque ya no habitamos en Cristo, porque hemos dejado de alimentarnos de lo que sale de la boca de Dios.