Domingo 28. Burgos por la mañana. Un día frío. Hay un hombre tumbado dentro de un cajero. Parece dormido. No se trata de un perroflauta con nula afición al trabajo (esos suelen dormir calientes), ni de los que se dedican a robar ropa en Cáritas, ni de los que piden ya de forma hasta organizada. Quizá sea uno de tantos de los que el «estado del bienestar» ha vomitado para que otros sigan viviendo cada día más orondos y más calentitos. La gente pasa al lado. Muchos ni le miran. Otros muchos hacen como que no le ven. Como si fuera un perro muerto. Algunos se meten en el cajero para sacar dinero sin mirarle ni mediar palabra con él, ni siquiera preguntarle si está bien. Sacan su dinero y huyen. Una señora, desde fuera, comenta que, con el frío que hace, ahí dentro tiene que estar helado.
¿Dónde se escondió el amor cristiano? ¿Qué ha sido de él? Recordemos lo que nos dice el apóstol Santiago al respecto:
«Ciertamente si cumplís plenamente la Ley regia según la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, obráis bien; pero si tenéis acepción de personas, cometéis pecado y quedáis condenados por la Ley como transgresores. Porque quien observa toda la Ley, pero falta en un solo precepto, se hace reo de todos.» St 2, 8-10.
«¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: «Tengo fe», si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe? Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: «Id en paz, calentaos y hartaos», pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta.» St 2, 14-17.
El apóstol no habla de nada abstracto. Ni de sentimentalismos ridículos. El amor no es un sentimiento. El amor es una elección. Se trata de la voluntad, no de sentimentalismos difusos que sólo sirven para quedarnos calentitos en el sofá pensando «pobrecitos». ¡Qué buenos somos, que decimos «pobrecitos»! ¡Cómo les compadecemos! Pero si no les damos lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? ¿En qué momento nos volvimos tan imbéciles?
El amor abstracto no es amor ni es nada. Es una chufla, un consuelo barato. «Amo a la humanidad, pero no aguanto a las personas». O se hace concreto, en cada persona, o no es más que una broma macabra, una burla a la dignidad de los demás. O realmente nos creemos que esa persona tirada en el suelo es tan digna como yo, tan hija de Dios como yo, o nos estamos equivocando completamente. Eso no es amor. Eso no es nada. ¡No digas que tiene que tener frío, entra y pregúntale si está bien! Y, si hace falta, le compras un bocadillo caliente.
Ya, ya lo sé. Hay que mandar a la gente a Cáritas. Lo sé. Pero eso no tiene que servir para encerrarnos en lo buenos que somos y acallar nuestra conciencia. Repito: un hombre tirado en el suelo, sin moverse, y nadie se pregunta si estará bien o si necesita ayuda médica. ¿Qué menos que interesarse por tu hermano? Luego ya le dirás de ir a Cáritas. Pero, de momento, interésate un poco.
Creo que tendríamos que hacer un serio (muy serio) examen de conciencia. ¿Cuántas veces ves a un pobre en la calle y prefieres hacer como que no existe? ¿Cuántas veces te has refugiado en una supuesta precariedad o estrechez para no dar limosna a los pobres directamente o a Cáritas (generalmente, mejor opción)? Esto lo extiendo también en ayudar al sostenimiento de la Iglesia, que también hace lo suyo (recordemos que Cáritas es de la Iglesia), y es un mandamiento de la Iglesia. No hay dinero para ayudar al hermano, pero sí para un juego, para unas copas, para un móvil… ¿Cuántas veces el amor al prójimo lo has convertido en «siempre que el prójimo me resulte agradable a la vista»?
Aunque sólo sea sonreír a quien esté en la calle ya es darle algo. Pero ignorarles… El peor desprecio es no hacer aprecio. Eso no es cristiano.