El otro día estuve en una Misa a la que no acostumbro a ir, pero por las circunstancias tuve que asistir a ella en lugar de a la que suelo ir.
Era una de esas misas en las que, por algún motivo, parece ser forzoso meter canciones por todas partes. Hasta en el momento justo después de la consagración, sin permitir un mínimo de silencio para poder sumergirse en el misterio.
Canciones ñoñas a rabiar. Que, en realidad, no decían nada. Solo buscaban, como mucho, un cierto sentimentalismo vacío. Herederas de los cancioneros de los años sesenta, incapaces de elevar el espíritu lo más mínimo, pero oídas hasta la saciedad todavía hoy en día.
Por lo menos, en esta ocasión no hubo música de Braveheart, ni el Santo del Rey León, ni el Santo de los Beatles. Y, gracias a Dios, hace mucho que no oigo el Padrenuestro de Simon & Garfunkel. Pero lo anterior sí, sigue sonando hoy en día.
Me llama mucho la atención que, cuando digo algo en contra, algunas señoras de edad avanzada me dedican adjetivos como carca. Es, como mínimo, irónico.
Piensan que con esa música hacen la Misa algo más agradable, que van a hacer que la gente esté más a gusto allí. Total, ¿qué más da que el precio sea vaciarla de cualquier sentido de encuentro con Dios, con el misterio, con lo sobrenatural? Aquí lo que importa es que se pueda cantar. Y, si se puede bailar, todavía mejor.
Esa música vacía me transmitió una sensación de decadencia terrible que no me pude quitar en toda la celebración. Porque, cuando rebajamos la Misa a un espectáculo, queda algo triste y cutre. Vacío. Sin alma. Sin nada.
Y no, así no consigues que la gente se quede. Porque, si buscas espectáculos, fuera de la Misa los hay mejores, mucho más entretenidos y con una calidad musical indiscutiblemente mejor.
Porque la Misa no es un espectáculo ni está ahí para entretener. No somos nosotros los que tenemos que estar a gusto. No es para nosotros, sino para Dios.
Sin embargo, hay un hecho que podría resultar sorprendente. ¿Sabes qué misas se llenan siempre?
Las del monasterio de Silos.
El canto gregoriano atrae a fieles y no fieles. Y no es porque esté de moda, ni porque sea un refrito de éxitos casposos al que ponerle letras más o menos cristianizadas.
No, ese no es el motivo.
La verdadera razón es que ese canto realmente nos introduce casi sin darnos cuenta en una dimensión mayor, en un misterio que trasciende todo lo que conocemos y lo que creemos conocer. No se busca una reacción sentimental, sino alabar a Dios desde lo más profundo de uno mismo.
Misas llenas. Por supuesto, con mucha gente que va solo para oír a los monjes cantar. Pero ese hecho ya nos debería indicar algo importante: no son cantantes de moda y, aun así, van a escucharlos.
¿Con las cancioncillas del coro promedio se obtienen los mismos resultados?
Ni de lejos.
Y, a pesar de algo tan evidente, por algún motivo parece que ni sacerdotes ni fieles quieren volver a lo que realmente funciona. Prefieren mantenerse en lo cómodo, en lo simplón, en el sentimentalismo fácil. En la decadencia.
No sé; yo, si fuera sacerdote, lo tendría claro: música sacra de calidad, caiga quien caiga, horas de confesionario, sacramentos celebrados con la máxima dignidad y solemnidad… Que se note que no vamos de juerga, sino al encuentro con el infinito.
Al encuentro con el misterio del amor y la salvación. De quien lo creó todo sin ningún esfuerzo, sin materia prima. De quien quiso que estuviéramos en su creación y quiso compartir en su Segunda Persona la naturaleza de sus criaturas para salvarlas.
Que no se nos olvide que Dios no es un sentimiento y que esos sentimentalismos se apagan con la misma facilidad que la llama de una vela en un huracán.
Socretino
Yo también prefiero MIL VECES las ceremonias solemnes (con las que se consigue el respeto debido) y no convertrlas en un concierto. Es cierto que, en su celo, se pasan de espectáculo. El otro día pensaba yo en esto y veía una posible solución: por un lado, acortar las canciones de marras, y por otro hacerlas con de frases de la liturgia (o en latín, que sigue siendo el idioma oficial de la Iglesia y muy bonito y respetuoso). Yo creo que con eso se cortaría este espectáculo lamentable.
Jorge Sáez Criado
Gracias por comentar. Sí, el latín es precioso. Sería lo perfecto, para qué nos vamos a engañar. 🙂