Las citas, esos maravillosos fragmentos de pensamiento que, a veces, sintetizan tan bien nuestro propio pensamiento, con unas palabras tan bien puestas, que preferimos la cita a expresarnos a nuestra manera particular.
Otras veces, reconozcámoslo, no dejan de ser intentos de aparentar cultura o de apelar a la autoridad de otra persona, de manera que si X ha dicho Y, tiene que ser cierto, más que nada porque yo pienso lo mismo.
Tengo que decir que a mí también me gusta, de vez en cuando usar citas. Cuando me gusta lo que dicen y me parecen uno de esos pequeños retazos de sabiduría que a veces se deslizan en nuestras palabras, no dudo en apuntármela para hablar de ella en este blog.
El problema es que, en más de una ocasión, las citas no son aplicables siempre, en cualquier contexto. O, sencillamente, están equivocadas o no reflejan por completo el pensamiento que el autor deseaba expresar.
Esto es lo que ocurre (no sé cuál de los casos concretos) es el caso de una cita del escritor estadounidense David Foster Wallace que dice:
“El trabajo de las primeras ocho páginas es convencer al lector de que no arroje tu libro contra la pared”.
Puede parecer algo obvio. ¿Qué escritor querría que el lector lanzara su libro contra la pared? ¿No es una muestra de rechazo?
Pues mira, resulta que a mí no me importaría. Y no creo que deba importarle a ningún escritor. Siempre y cuando el lector vaya, incluso cabreado, a recogerlo y seguir leyéndolo porque necesita ver qué pasa a continuación.
Sinceramente, me parece mucho más terrible que el lector coja el libro y, a las ocho páginas, lo deje aparcado y no lo vuelva a mirar. Pero ¿que lo lance contra la pared? ¡Eso es genial! O puede serlo, si no es alguien tan extrañamente violento que, cuando un libro no le gusta, lo tira por ahí en lugar de cerrarlo y olvidarse de él.
Si el lector arroja el libro contra la pared, pero luego va a recogerlo y sigue leyéndolo, el escritor puede estar muy, muy contento. Porque ha conseguido que el libro, la historia, los personajes, le importen de verdad al lector hasta el punto de que algo que ha leído le ha contrariado muchísimo y, aun así, necesita saber qué es lo siguiente que ocurre.
Si eres escritor, no tengas miedo de si el lector estampa tu libro contra la pared. Ten miedo de que luego no lo recoja. Ese es el verdadero problema, no lo anterior.