Lo que nunca debes decirle a alguien que sufre ansiedad

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Ansiedad y depresiónEs un hecho comprobado en mis propias carnes que males como la ansiedad o la depresión son terriblemente incomprendidos por quienes no los han padecido nunca. Lo cual puede llevar a un intento de ayudar al que está pasando por ese trance que, no pocas veces, lo que muestra es esa incomprensión y, por qué no decirlo, cierta falta de empatía.

En concreto, hay una palabra que se suele decir a quien sufre ansiedad, pero que no solo no ayuda, sino que puede empeorar todavía más la situación.

Esta palabra es: «tranquilízate». En cualquiera de sus variantes.

Para que nos entendamos, decirle a alguien con ansiedad que se tranquilice es como decirle a una persona con un corte en una arteria que no se desangre.

Oye, gracias por el consejo. No se me había ocurrido.

El problema puede venir, quiero pensar, del desconocimiento de lo que implica la ansiedad. De que todos, en mayor o menor grado (normalmente, menor) hemos sufrido algo de ansiedad y no nos parece algo importante.

Por desgracia, los que «disfrutamos» de ella en mayor grado tenemos que discrepar de esa forma de verla. Viene a ser como pensar que la depresión es solo estar un poco triste. No, no es eso. Y si le dices a alguien con depresión que se alegre, seguramente también lo vas a empeorar.

Sí, quien sufre ansiedad ya sabe que se tiene que tranquilizar. No te haces una idea de lo que le gustaría hacerlo, es su objetivo. Sin embargo, muchas veces no lo consigue en cuanto quisiera. Y que le digas eso en uno de esos alardes de sabiduría oriental que solo dicen obviedades, únicamente sirve para recordarle que, en efecto, tendría que estar tranquilo, que no tiene motivos reales para estar tenso, con taquicardia, dificultad para respirar, etc., pero que, aun así, lo está. Y le hace sentir peor, porque entonces le da vueltas en su mente a eso.

Dentro del ámbito católico, por cierto, tampoco es buena idea decir que uno tiene ansiedad porque le falta confianza en Dios. Está al mismo nivel o peor aún que lo de tranquilizarse, al culpabilizarle no solo por la ansiedad, sino también por esa falta de fe. La ansiedad es un problema de salud mental, no tiene nada que ver con que confíe o no confíe. Mi fe no se mide por mi grado de ansiedad, igual que no se mide por mi tendencia a coger o no gripe.

¿Sabes lo que es pasar el día tenso, preocupado a veces sin tener claro el motivo, con la mente repasando una y otra vez los mismos temas, incluso llegando a tener temblores en las manos, taquicardias, ganas casi continuas de echarse a llorar, sentimiento de no tener ningún valor, ninguna relevancia, de irrealidad, con dolores misteriosos en el pecho y dificultad para respirar? Eso son algunos de los síntomas de la ansiedad. Hay otros muchos posibles. Imagínate tener que convivir con eso a diario. O, al menos, con cierta frecuencia.

Asume que puede que no tengas ni idea de por lo que está pasando quien tiene ansiedad. Que puede que no sepas actuar ante algo así. No pasa nada, es normal. En realidad, muchas veces los que lo sufrimos tampoco tenemos claro qué hacer. Pero lo que sí sé es que con un «tranquilízate» no va a desaparecer mágicamente la ansiedad. Es una palabra que ha hecho que se tranquilicen exactamente cero personas en la historia de la humanidad.

Si conoces a alguien que sufre ansiedad, deja ese tipo de consejos aparcados. Tan solo muestra que estás con él, que te importa. Pregúntale si puedes hacer algo para ayudarle. Busca una forma de tratar de que salga del bucle en el que su mente puede haberse quedado atrapada. Habla con él. Escúchale, pero de verdad.

Jorge Sáez Criado escritor ciencia ficción y fantasía
Seguir Jorge Sáez Criado:

Jorge Sáez Criado tiene una doble vida: unos días escribe sobre espiritualidad y otros hace sufrir a personajes imaginarios que se enfrentan a épicas batallas entre el bien y el mal. Informático durante el día y escritor durante la noche, este padre de familia numerosa escribe historias con una marcada visión positiva de la vida sin dejar de lado una de las principales funciones de la ficción: explorar la verdad.