Que las luces del árbol sean un reflejo de la alegría del nacimiento de Dios.
Que la ternura, el amor, el cariño con el que María y José miraban, cuidaban, protegían al Niño Jesús tenga fiel reflejo en nuestras vidas a la hora de tratar con los demás.
Que la paz encarnada del Niño Jesús inunde nuestras vidas.
Que el amor que se respira en el portal de Belén se transmita a nuestras vidas.
¡Ofrezcámonos a Jesús para ser sus discípulos! ¡Entreguémosle nuestra alma como presente en este día en el que el mismo Dios se ha hecho Niño para nosotros!
Acompañemos al Niño Dios y ayudémosle a cargar con la cruz que nosotros le pusimos encima. Acompañemos su vida, alegrémonos con Él, riámonos con Él, esperemos en Él, tengamos fe en Él. No le abandonemos cuando vengan a prenderle. Acompañémosle, como Juan, como María, hasta el final, hasta su resurrección.
Sigamos toda su vida de cerca, porque su vida es eterna y nos transforma de raíz.
El Niño Jesús nos guarde y nos transforme.
Paz y bien.