Cuando empezó todo este tema de que había que llevar mascarilla, recuerdo que leí el tuit de alguien, no recuerdo quién, que venía a decir algo como: ahora tendremos que aprender a sonreír con la mirada.
¡Qué bonito!
¡Cuántos “me gusta”, retuits y demás recibió!
¡Qué solemne tontería!
El hecho es que, cuando alguien sonríe de verdad, y recalco el “de verdad”, ya se nota en la mirada. La sonrisa sube a los ojos. En cambio, cuando la sonrisa es falsa, se queda en la boca. Por tanto, uno piensa que esta persona del tuit tiene cierta tendencia a la sonrisa falsa. O que no ha visto una sonrisa auténtica en su vida, que también podría ser. Porque hay muchas sonrisas falsas por ahí, y eso es algo que no se puede negar.
Por desgracia, incluso sonrisas de las que suben hasta los ojos también pueden llevar de fondo una falsedad que, quizá, ni siquiera conozca el portador de la susodicha sonrisa. Pero eso es otra historia que no tiene tanto que ver con la propia sonrisa como con la naturaleza caída del ser humano y cómo dejamos que nos domine.
En cualquier caso, no nos vendría mal estar mejor entrenados para reconocer con más facilidad esas sonrisas falsas que solo quieren disimular, engañarnos. Sonrisas que nos dicen: “no me importas”, “déjame en paz de una vez”, “compra esto y dame tu dinero”. Porque, cuando alguien te está ofreciendo ese tipo de sonrisas, no es tu amigo. Le das igual.
Y tampoco nos vendría mal evaluar nuestras sonrisas. Porque a lo mejor resulta que descubrimos que también las usamos. El amigo que se pone a contarte un problema y sonríes, pero pensando “déjame en paz”. El posible cliente que se acerca y sonríes, pero de forma forzada, porque la empresa te obliga a estar radiante ante un cliente.
Una sonrisa de verdad viste a toda la persona. Se extiende por toda ella. Invita al encuentro, a la confianza. Es cálida, reconfortante. Un auténtico regalo para quien la recibe. Pero, para que surja, te debe importar el otro. Es una condición necesaria.
En este momento es en el que volvemos a recordar que el amor no es un sentimiento, sino una decisión. Un compromiso. Solo decidiéndose por el amor podremos ofrecer sonrisas que iluminen a los demás, sin preocuparnos de que “no sepamos sonreír con la mirada”, porque lo haremos de manera natural. ¿Quién no sonríe al que ama?
Esas sonrisas pueden ser la puerta a la esperanza para la otra persona. Para alguien al que se le ha metido en la cabeza que no le importa a nadie, que su vida es irrelevante, que no tiene a nadie con quien compartir su vida, una sonrisa auténtica le puede resultar reparadora. Un aliento extra, un pequeño empujón en la dirección correcta.
No podemos desdeñar el poder de la sonrisa, que muestra nuestro interior de una forma tan clara. Olvídate de técnicas, de aprender a sonreír de una u otra manera, y reconoce al otro como un hermano con necesidad de afecto. Con eso vale y sobra.