Si algo me ha enseñado el matrimonio, y eso que no llevo todavía ni un año de casado, es a cambiar prioridades. Una vez alguien me dijo «está antes la vocación que la profesión». Es totalmente cierto. La vocación es a lo que tienes que dedicar tu vida. Así, sin ningún tipo de paliativos. Que alguien tenga vocación matrimonial implica que ese alguien tiene que dedicar su vida al matrimonio, no a sus propios intereses. Esto enlaza con lo que indiqué otro día sobre el egoísmo como enemigo del amor: toda vocación es una vocación de amor. Si nos ponemos nosotros por delante, estamos destruyendo nuestra vocación. La estamos pervirtiendo.
Por supuesto, no quiere decir que tengamos que «desaparecer» en el matrimonio. Tenemos que seguir con nuestras aficiones e intereses, pero poniendo las prioridades en su sitio. En el momento en el que afectan al matrimonio, es hora de cambiar. En mi caso, procuro estudiar menos, tomarme la vida de una forma más tranquila. Lo primero es lo primero. Después está todo lo demás, incluyendo el trabajo y las aficiones.
No se trata de falta de libertad, en absoluto. Más bien al contrario, se trata de emplear la libertad de otra manera a como se utilizaba antes, poniendo por delante lo más importante. Porque donde pongas tu tiempo, pones tu corazón.