Día 1 de julio, por la noche. Estamos volviendo a casa y, al ir a cruzar el paseo de la Quinta, vemos en él y en las márgenes del río la marabunta de los zombis del botellón. Botellón autorizado en fiestas por el Ayuntamiento, supongo que por el tema de tener contentos a los futuros votantes. Montones de jóvenes cuya única preocupación parece ser beber y lo que surja.
Y por mi mente cruza el terrorífico pensamiento: de ellos depende el futuro.